Vilma Fuentes: ¿Hacia la tercera guerra mundial?
El miedo es, sin duda, uno de los principales instrumentos utilizados por el poder para controlar e imponerse a los ciudadanos de una nación. Crear, o simplemente atizar los temores, es un medio para hacerse obedecer sin protestas ni asomos de rebeliones. Cabe recordar lo sucedido hace apenas cinco años, cuando la población francesa aceptó el confinamiento y, en caso de necesidad de salir de esta reclusión “voluntaria”, cubrirse el rostro con una máscara. En una dramática alocución, el presidente Macron había informado a la población, en directo por los medios televisivos, que Francia estaba en guerra contra el covid. Emmanuel Macron siguió al pie de la letra el solemne protocolo de las grandes declaraciones. Nadie puso en duda la apremiante necesidad de seguir sus indicaciones. ¿Quién puede oponerse a una directiva, para no decir una orden, cuando obedecerla es escapar a la muerte? Aquellos que antes criticaban la sumisión ciega de los chinos u otros pueblos a los mandatos de la autoridad obedecieron sin chistar a las prescripciones recibidas. Esta obediencia general de una población, sometimiento atribuido a países dictatoriales, pudo imponerse sin descontento en países considerados democráticos donde, en principio, reina la libertad. Libertad que se puso al servicio de la docilidad y la sumisión. Soy libre, pues, de obedecer.
El miedo es, sin duda, uno de los principales instrumentos utilizados por el poder para controlar e imponerse a los ciudadanos de una nación. Crear, o simplemente atizar los temores, es un medio para hacerse obedecer sin protestas ni asomos de rebeliones. Cabe recordar lo sucedido hace apenas cinco años, cuando la población francesa aceptó el confinamiento y, en caso de necesidad de salir de esta reclusión “voluntaria”, cubrirse el rostro con una máscara. En una dramática alocución, el presidente Macron había informado a la población, en directo por los medios televisivos, que Francia estaba en guerra contra el covid. Emmanuel Macron siguió al pie de la letra el solemne protocolo de las grandes declaraciones. Nadie puso en duda la apremiante necesidad de seguir sus indicaciones. ¿Quién puede oponerse a una directiva, para no decir una orden, cuando obedecerla es escapar a la muerte? Aquellos que antes criticaban la sumisión ciega de los chinos u otros pueblos a los mandatos de la autoridad obedecieron sin chistar a las prescripciones recibidas. Esta obediencia general de una población, sometimiento atribuido a países dictatoriales, pudo imponerse sin descontento en países considerados democráticos donde, en principio, reina la libertad. Libertad que se puso al servicio de la docilidad y la sumisión. Soy libre, pues, de obedecer.
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