Un bosque feliz cargado de raíces

Trueno —sólo hacia el final de la lectura se desvela la clave que conduce a Cumming a titular así su libro— habla entre otras muchos asuntos de la mañana de aquel 12 de octubre de 1654 en la que Carel Fabritius estaba en su casa de Doelenstraat pintando con un polvorín a la vuelta de... Leer más La entrada Un bosque feliz cargado de raíces aparece primero en Zenda.

Abr 6, 2025 - 05:12
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Un bosque feliz cargado de raíces

En Explicaciones no pedidas (2011), Piedad Bonnett escribe unos versos en los que con sólo cambiar la palabra lugares por libros el efecto lírico se convierte en una loa inesperada a esta obra inmensa que es Trueno, una de las grandes sorpresas del los últimos meses que va más allá de la panorámica histórica, la autobiografía enmascarada, la oda a las bellas artes del Siglo de Oro neerlandés, la carta de amor al padre (James Cumming, 1922-1991), o la reivindicación de un grande de la pintura con bajo relieve popular como es el caso de Carel Fabritius (1622-1654). Los traigo aquí para que hagan la prueba: “Hay lugares / en donde todo lo que exitosamente nos habita / pareciera adensarse, ganar peso. / Nuestra carne es más viva, los oídos / creen oír cantar en el oscuro fondo. / Crece un bosque feliz en nuestro adentro / cargado de raíces.” Laura Cumming, crítica de arte en The Observer desde 1999 entre otros medios, ya se había enfrentado con solvencia y éxito a figuras destacadas del pincel (The Vanishing man: In Pursuit of Velázquez, 2016), y había apostado por la memoria familiar (On Chapel Sands: my Mother an other Missing Persons, 2019), pero la hibridación entre estudio y vida, entre lo personal y lo profesional, se salda con nota en esta suerte de ensayo innovador que persigue los pasos del gran Fabritius al tiempo que sirve como lienzo para organizar a partir del punto de fuga de la experiencia personal una autobiografía del gusto y una educación sentimental con la pintura como eje vertebrador.

"Sobre el pintor esquivo y sobre algunos de sus cuadros se aportan nuevos datos, con una sorpresa final para El jilguero, acaso su pintura más famosa"

Trueno —sólo hacia el final de la lectura se desvela la clave que conduce a Cumming a titular así su libro— habla entre otras muchos asuntos de la mañana de aquel 12 de octubre de 1654 en la que Carel Fabritius estaba en su casa de Doelenstraat pintando con un polvorín a la vuelta de la esquina. Trueno. Trueno. Trueno. Sabemos que Fabritius murió de sus heridas al cabo de una escasa media hora, cuando el crepúsculo ya declinaba hacia el lubricán. Y Laura Cumming nos conduce allí, a la fatal explosión que ahora implosiona en su libro y se expande de un modo poco frecuente en el ensayo, alterando sus medidas, los márgenes a los que se nos había habituado desde los inicios del género. En la estela de Eliot Weinberger, en la de Stephen Greenblatt, con ecos que llegan a la inmediata Laure Murat o a nuestro Ramón Andrés, la prosa opulenta de Cumming trata la vida, obra y milagros de un pintor que ha logrado también con su desgracia convertirse en el epítome del artista reverenciado por su singularidad, pese a haberse formado en el taller del maestro Rembrandt, discípulo de éste como su hermano  Barent. El derroche de conocimiento, la perspicacia con la que aborda al personaje hacen que el libro se convierta en un insólito y proteico ejemplo para satisfacer la demanda de nuevos enfoques a lo que perecía delimitado desde hace décadas. Para nuestro solaz, la aventura que emprende Cumming en pos del genio y figura del desconocido pintor afincado de Delft —también cuna de Vermeer, con quien le une una ciudad, un tiempo y algo más que un idioma común, se ha evocado la posibilidad de que haya sido maestro de Vermeer, de quien era diez años mayor— se vuelve insustituible tras la lectura. Queremos saber, andamos ávidos por reseguir sus pasos y emprender la búsqueda de esos cuadros profusa y sagazmente descritos por la estudiosa. Uno no sabía que podía gustarle tanto los paisajes cotidianos holandeses.

"Lo que uno desea al finalizar el libro es emprender el viaje para visitar los Fabritius desperdigados por el mundo, ahora que se le ha hecho entender más y mejor la pintura de la Escuela flamenca"

Es cierto, “los muertos no están ausentes, sólo son invisibles”, como escribiera Agustín de Hipona. La historia es conocida, pero la escritura de este ensayo de historia de arte, vida y muerte (al que le fuera otorgado el Writer’s Prize 2024 de No Ficción) guarda con su dispositio, en el modo de abordar lo que se imaginaba ya resuelto o de escaso interés, una verdadera poética del arte de contar. El relato traspasa la época, se ahonda como el agua en los humedales y ‘polders’ de los Países Bajos, y se gana terreno al mar bibliográfico con el afloramiento de esta pieza en la que la vida de la propia Laura Cumming entronca con la del sujeto de estudio hasta convertirse en un modelo emparentado con las tretas retóricas de El Affaire Arnolfini de Jean-Philippe Postel y nos obliga a repensar el abordaje de las monografías en clave artística. Sobre el pintor esquivo y sobre algunos de sus cuadros se aportan nuevos datos, con una sorpresa final para El jilguero, acaso su pintura más famosa. Como aquel cuadro superviviente, la prosa de Cumming tiene el poder de frenar el tiempo. Tanto da lo que se tarde en leer el libro (uno siempre tiende a ralentizar el ritmo para persistir en el placer cuando se aproxima el final de la experiencia), porque como Joseph Brodsky dijo de Fleur Jaeggy, su recuerdo iba a permanecer contigo hasta el último de tus días.

Sabemos que Fabritius mostraba sujetos suavemente iluminados sobre fondos claros, que estaba interesado en los efectos espaciales complejos, en la armonía de colores fríos para generar luminosidad, así como en los fondos claros para el retrato (al contrario que los oscuros de su maestro Rembrandt) o en el dominio de la técnica del ‘pincel cargado’. Pero más allá de eso, lo que uno desea al finalizar el libro es emprender el viaje para visitar los Fabritius desperdigados por el mundo, ahora que se le ha hecho entender más y mejor la pintura de la Escuela flamenca, un microcosmos, nunca mejor dicho, para aprehender el mundo de entonces y hacer provisión para el de hoy. Sí, tal vez Dios esté en los detalles. Si así fuera, seguro que habrá rastros de él en la prosa elocuente, prístina y emocionante que Laura Cumming convoca en Trueno.

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Autor: Laura Cumming. Título: Trueno. Una historia de arte, vida y muerte. Traducción: Sion Serra. Editorial: Crítica. Venta: Todos tus libros.

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