Tú los llamas ‘gymrats’, yo los llamo víctimas de la presión estética: así explotan los incels la búsqueda de belleza masculina
Los incels están capitalizando la presión estética masculina para radicalizar a los hombres en creencias dañinas y peligrosas —hacia las mujeres y hacia sí mismos—.


Si para Sansón la pérdida de su cabello suponía la desaparición de su fuerza sobrehumana, a los reyes merovingios les cortaban el pelo cuando se les destronaba para simbolizar la pérdida de poder y el quebranto último de su supremacía. El sometimiento de la masculinidad a menudo se ha escenificado con la castración capilar, pues suponía la extinción de su virilidad. Con esta conceptualización de la cabellera masculina que permea el canon estético actual, no es de extrañar que muchos hombres con alopecia experimenten emociones negativas —tristeza, frustración, baja autoestima—, tal y como señala este paper. Tampoco lo es que haya habido un aumento tan significativo de los trasplantes capilares. Sin embargo, rara vez se habla de la presión estética masculina.
Por eso vengo a explicarte por qué la belleza de los hombres no solo es un tema en sí mismo, sino que es sumamente relevante: los incels están capitalizando el sufrimiento por el aspecto físico masculino para radicalizar a los hombres en creencias dañinas y peligrosas —hacia las mujeres y hacia sí mismos—.
Looksmaxxing, bonesmashing y otras formas de buscar la perfección masculina
El último trend que circula en TikTok promueve que los hombres se afeiten las pestañas para parecer menos femeninos. Sé que puede parecer anecdótico, pero no lo es en absoluto. Forma parte de una tendencia de desfeminización que lleva años circulando por la manosfera: el looksmaxxing. Por simplificarlo, consiste en intervenir el cuerpo para mejorar o maximizar un punto de partida físico. Y eso implica parecer más masculino. Por ejemplo, haciendo una dieta más restrictiva (cetogénica, hipercalórica, de mesomorfo…) para ganar masa muscular y perder grasa, practicando el mewing (ejercicios faciales para eliminar papada y tener una mandíbula más definida) o reteniendo una eyaculación (edgemaxxing) para, en teoría, aumentar la testosterona.
Estas son algunas de las menos invasivas y aparentemente inocuas, pero como explica aquí la socióloga Jamilla Rosdahl, especializada en violencia y género, las prácticas son innumerables: desde el uso de esteroides o herramientas para alargar el pene hasta golpearse la cara con un martillo (bonesmashing) para marcar más la estructura ósea, pasando por intervenciones quirúrgicas para alargar el pene o las piernas, eliminar grasa mamaria, extender el mentón o retirar costillas para esculpir el cuerpo más (asemejándose al cuerpo masculino de las estatuas de la Antigua Grecia que tanto idealizaron los nazis, como desarrolla aquí Sarah Held).
Todo el mundo se preocupa por la belleza, también los chicos
Aunque este tema sea para otro artículo por la complejidad que encierra, la realidad es que todo el mundo se preocupa por la estética —aquí una muestra de la cantidad de intervenciones quirúrgicas de reafirmación de género que se hacen las personas cis, mujeres pero también hombres—. Lo que es agradable es muy discutible, pero reconozcamos que nadie permanece ajeno a la búsqueda individual de la propia belleza. También los chicos jóvenes. Y ahí es donde este tema comienza a ser preocupante: como la estética se considera un tema banal y frívolo —también dentro del propio feminismo— precisamente por estar vinculado a lo femenino, los chicos no quieren asociarse con ello. Como señala Jamilla Rosdahl, “en muchas culturas no se percibe como masculino hablar sobre belleza, aunque sabemos que los hombres también se ven afectados por las normas y actitudes sociales (después de todo, todos somos humanos)”.
Esto hace que muchos de ellos busquen en internet, a escondidas o con cierta vergüenza, de qué manera mejorar su aspecto. La probabilidad de que acaben en foros de la manosfera, donde el conocimiento estético va de la mano de adoctrinamiento incel, no es desdeñable, como cuenta en este artículo The Guardian o en este otro el New York Times. Es decir, quizá el chaval que quiere probar el lokksmaxxing no odia a las mujeres, pero si los únicos hombres que saben de esto aprovechan para inculcarle que las mujeres somos seres perversos, quizá acabe por pensar así. Los miembros de la manosfera nunca dirán que se están embelleciendo, sino maximizando su físico, pues toda vinculación con la belleza y la estética les sitúa en un lugar de subordinación por ser cuestiones vinculadas a la feminidad. “Los hombres rara vez hablan de esto abiertamente como hacen las mujeres porque se percibe como no masculino o afeminado. Y recordemos que la masculinidad es todo lo que la feminidad no es”, apostilla Jamilla Rosdahl.
Ocurre algo similar con la cultura fitness. Con la popularización del culto al cuerpo de la manera menos “artificial” posible —esto es, haciendo creer que de forma casi natural, simplemente con esfuerzo, todo el mundo puede lucir sano y estupendo, y ya hablé aquí de ello— se ha normalizado dedicar horas y horas a realizar actividad física para modificar el cuerpo. A menudo esto conlleva modificar tu dieta para lograr los objetivos de musculación, y esto correlaciona con desarrollar trastornos de la conducta alimentaria (TCA), como señala esta publicación científica. Esta cultura gymrat o gymbro —adecuar tu vida a esas necesidades deportivas y físicas— provoca que te acabes relacionando solo con gente que comparte tu misma rutina —“mente colmena” lo llama este artículo científico—. Porque nadie más está dispuesto a comer arroz con pollo a diario, hacer ejercicios de alta intensidad varias horas al día y solo permitirse un atracón de azúcar e hidratos el llamado “día trampa”. Así que muchos hombres que siguen este estilo de vida, basado en la retórica de “sin dolor no hay ganancia”, acaban juntándose con otros hombres como ellos, algunos de los cuales aprovechan para introducirles ideas como el del “Valor Sexual de Mercado”.
Las consecuencias trágicas de la presión estética masculina
Y este concepto me lleva a explicar por qué los incels se preocupan por la estética masculina: para esta comunidad, el amor y el sexo están fuera de su alcance, a no ser que puedan ascender físicamente para llegar a ser un Chad, que es como han nombrado a quien encarna el ideal de belleza masculina —un hombre musculado, alto, mandíbula marcada, sin alopecia, con ojos de cazador, entre otras características—, en contraposición al hombre virgen, que es aquel que por haber nacido con un determinado físico no consigue tener sexo con mujeres porque no resulta atractivo. De hecho, como explica la filósofa y youtuber Contrapoints en este excelente vídeo, lo que separa a un Chad de uno que no es Chad es la mera suerte genética (o no) de haber nacido con unos milímetros de hueso más o menos. Obviamente, esa manera de ascender hacia la figura del Chad para dejar de ser virgen es a través del looksmaxxing y todas las tendencias que he mencionado antes. En definitiva, modifican deliberadamente su aspecto físico para buscar la atención sexual femenina, aunque, por supuesto, si no la logran culpan de nuevo a las mujeres —“he hecho todo lo posible por mejorar y aun así no me hacen caso, las mujeres son malas”—.
La realidad es que todo esto resulta bastante trágico. Los incels deshumanizan a las mujeres, pero también a sí mismos porque qué es hablar de estructura ósea como algo determinante de tu identidad si no el primer paso para convertirte a ti mismo en un ser despreciable. Dentro de la propia comunidad hay categorías de incel y aquellos que buscan ser atractivos y aceptados a menudo reciben una crueldad despiadada porque les hace tener esperanza —literalmente les llaman hopecels—. Y como cualquiera sabe, la esperanza es una cosa emocional, tierna y luminosa. Lo has adivinado: la esperanza te hace parecer menos hombre. Como explica la investigadora Sarah Held, especializada en moda, violencia y género, la ideología incel se caracteriza “por la frustración extrema y perpetua de no encajar”.
Esta crueldad dentro de la propia comunidad no es baladí. A menudo, los blackpillers —aquellos que no creen que haya esperanza alguna, reforzando su masculinidad a través del pesimismo y la derrota— animan a los hopecels a autoinfligirse daño o, incluso, a suicidarse. A veces ni siquiera hace falta. Como expone esta investigación científica, esos sentimientos profundos de resignación, soledad y fracaso conducen a conductas autolesivas y suicidas.
En los últimos tiempos tiene una enorme legitimidad despreciar la búsqueda de la belleza, como si esta únicamente fuese posible a través de los caminos designados por la industria de la moda. Esa denostación tiene muchísimo que ver con el propio resentimiento hacia todo lo femenino: desde la manosfera se considera que la feminidad es la expresión de la subordinación, y desde ciertos feminismos se entiende que expresar feminidad es abrazar la subordinación que predica la manosfera. En ambos casos prevalece una lógica de supremacía masculina.
El otro día mi amiga Fany me envió unas imágenes en las que aparecían el retrato de unas manos con unas uñas como las mías: largas, almendradas y nacaradas. Si no fuese por la obviedad de que pertenecían a una pintura de hace siglos, habría jurado que eran acrílicas y que se las había hecho mi manicurista. Me preguntó si sabía de qué cuadro se trataba para luego hacerme una revelación maravillosa: de Jesucristo retratado por El Greco. En la pintura, Jesús carga una pesadísima cruz con sus delicadas manos. Me pareció una imagen preciosa: la fortaleza física jamás está reñida con la sensibilidad estética. La belleza es para todo el mundo. Y siempre que el anhelo no se convierta en un castigo, el camino hacia la expresión más pura de nuestro ser es profundamente liberadora.