Tres fueron tres, poco a poco

La música de cámara es sin duda la concentración musical más importante que conocemos, ya que el compositor obliga a cada instrumento a un protagonismo en liza con los demás, caso del trío que abría el concierto que comentamos. Hasta aquí se llegó desde la 'Sonata en trío barroca' , que contaba además con el bajo continuo; sin embargo, fue a partir del clasicismo cuando los instrumentos solistas quedaron 'desnudos', sin 'continuo', otorgándoles el compositor una presencia y actividad a menudo incansable a cada uno. El 'Trío' en Si bemol mayor Op. 11, 'Gassenhaue' de Beethoven contaba en principio con un clarinete, violonchelo y piano, y más tarde se sustituyó el clarinete por el violín; sin embargo, en este concierto era el oboe el que reemplazaba ahora al violín, quedando el piano como fiel de la balanza; es más, se le ha llegado a calificar como 'primus inter pares'. Y fue así efectivamente en este concierto que contó con la colaboración de la Fundación Barenboim-Said . La clarísima acústica de la pequeña sala que los acogía era ideal para que el sonido se oyese prístino, a la altura de los tres solistas, cruzándose las líneas melódicas entre unos y otros con una complicidad asombrosa. El oboe contó con un solista de primera línea, por la gran expresividad que presentaba, aunque más aún nos sorprendió por cómo podían moverse en matices, dinámicas, 'tempi' como un solo organismo. Todavía al oboísta lo disfrutamos 'a solo' tras la pausa en la 'Sonata para oboe y piano' en Re mayor Op. 166 de Saint-Saëns , en donde nos quiso mostrar al detalle la versatilidad de su sonido, adaptándose a los diversos cambios 'climáticos' que presentaba y, sobre todo, sobresalió en el virtuosismo extremo del 'Molto Allegro' final, con la presencia omnímoda de Nebolsin. Pavel Gomziakov también, pero ya desde el trío de Beethoven presentaba dos caracteres que evidenciaría en la obra siguiente: una tendencia a la delicadeza, a una suavidad que lo impregnaba todo; y, además, su violonchelo presentaba una -diríamos- 'oscuridad', que en ciertas notas no dejaba oírlas con claridad. Seguramente Beethoven estaría encantado por el papel conciliador desempeñado por Nebolsin , brillantísimo de principio a fin: desde la sutileza con la sordina hasta los grandes acordes, pasando por cualquier otro estado posible. Lo tuvimos aquí en enero con el 'Segundo' de Liszt y nos maravilló; pero es que aquí su presencia nos resultó camaleónica. Después del apabullante papel en el citado trío de Beethoven, en la ' Sonata en la menor »Arpeggione», D. 821 de Schubert se mimetizó con el hacer de Gomziakov, y si este susurraba, él también; y si se abría paso franco -en pocas ocasiones-, no quedaba atrás. Y luego la seguridad que transmite al encontrarlo siempre en su sitio, para arrancar o parar. El violonchelista había elegido un clásico entre los clásicos del instrumento, la mencionada 'Arpeggione' tocándola de memoria -que ya dice de él que lo conoce en profundidad-; sin embargo, no lo vimos del todo convencido, a tenor de determinados momentos con la afinación, a veces encubierta en adornos o bajo la 'oscuridad' de su instrumento. Una vez más, tras el descanso, nos pareció que Gomziakov adoptaba un rol más enérgico, tanto en las 'Tres piezas para oboe, violonchelo y piano' de Nadia Boulanger como -sobre todo- en la selección de las 'Ocho piezas para oboe, violonchelo y piano' Op. 83 de Max Bruch : notamos una mayor entereza, se le notaba convencimiento y una mayor pujanza desde el primer momento ( 'Nº5 Rumänische Melodie': Andante ), se le notaba un sonido con más cuerpo, más lleno, y en la alternancia con el oboe, mayor volumen. Todos los grandes músicos, y aquí los grandes pianistas en concreto (y ya que hablamos de la Fundación Barenboim-Said, no se nos ocurre mayor ejemplo que el maestro Barenboim) han hecho música de cámara cuando han podido. Eldar Nebolsin nos dio una muestra sensacional, ya no sólo en la calidad de su interpretación, sino en su presencia física, porque estuvo en todas las combinaciones instrumentales verdaderamente sublime y, para que no le faltase actividad, también se encargó de ir poniendo y quitando las sillas y los atriles a sus compañeros, para que cuando saliesen a escena ya se lo encontrasen todo en su sitio. Y luego, qué sonido, qué manera de metamorfosearse con las maneras de oboe y chelo, qué maestría para tocar solo o para seguirlos. Bravo, bravo.

Mar 24, 2025 - 01:57
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Tres fueron tres, poco a poco
La música de cámara es sin duda la concentración musical más importante que conocemos, ya que el compositor obliga a cada instrumento a un protagonismo en liza con los demás, caso del trío que abría el concierto que comentamos. Hasta aquí se llegó desde la 'Sonata en trío barroca' , que contaba además con el bajo continuo; sin embargo, fue a partir del clasicismo cuando los instrumentos solistas quedaron 'desnudos', sin 'continuo', otorgándoles el compositor una presencia y actividad a menudo incansable a cada uno. El 'Trío' en Si bemol mayor Op. 11, 'Gassenhaue' de Beethoven contaba en principio con un clarinete, violonchelo y piano, y más tarde se sustituyó el clarinete por el violín; sin embargo, en este concierto era el oboe el que reemplazaba ahora al violín, quedando el piano como fiel de la balanza; es más, se le ha llegado a calificar como 'primus inter pares'. Y fue así efectivamente en este concierto que contó con la colaboración de la Fundación Barenboim-Said . La clarísima acústica de la pequeña sala que los acogía era ideal para que el sonido se oyese prístino, a la altura de los tres solistas, cruzándose las líneas melódicas entre unos y otros con una complicidad asombrosa. El oboe contó con un solista de primera línea, por la gran expresividad que presentaba, aunque más aún nos sorprendió por cómo podían moverse en matices, dinámicas, 'tempi' como un solo organismo. Todavía al oboísta lo disfrutamos 'a solo' tras la pausa en la 'Sonata para oboe y piano' en Re mayor Op. 166 de Saint-Saëns , en donde nos quiso mostrar al detalle la versatilidad de su sonido, adaptándose a los diversos cambios 'climáticos' que presentaba y, sobre todo, sobresalió en el virtuosismo extremo del 'Molto Allegro' final, con la presencia omnímoda de Nebolsin. Pavel Gomziakov también, pero ya desde el trío de Beethoven presentaba dos caracteres que evidenciaría en la obra siguiente: una tendencia a la delicadeza, a una suavidad que lo impregnaba todo; y, además, su violonchelo presentaba una -diríamos- 'oscuridad', que en ciertas notas no dejaba oírlas con claridad. Seguramente Beethoven estaría encantado por el papel conciliador desempeñado por Nebolsin , brillantísimo de principio a fin: desde la sutileza con la sordina hasta los grandes acordes, pasando por cualquier otro estado posible. Lo tuvimos aquí en enero con el 'Segundo' de Liszt y nos maravilló; pero es que aquí su presencia nos resultó camaleónica. Después del apabullante papel en el citado trío de Beethoven, en la ' Sonata en la menor »Arpeggione», D. 821 de Schubert se mimetizó con el hacer de Gomziakov, y si este susurraba, él también; y si se abría paso franco -en pocas ocasiones-, no quedaba atrás. Y luego la seguridad que transmite al encontrarlo siempre en su sitio, para arrancar o parar. El violonchelista había elegido un clásico entre los clásicos del instrumento, la mencionada 'Arpeggione' tocándola de memoria -que ya dice de él que lo conoce en profundidad-; sin embargo, no lo vimos del todo convencido, a tenor de determinados momentos con la afinación, a veces encubierta en adornos o bajo la 'oscuridad' de su instrumento. Una vez más, tras el descanso, nos pareció que Gomziakov adoptaba un rol más enérgico, tanto en las 'Tres piezas para oboe, violonchelo y piano' de Nadia Boulanger como -sobre todo- en la selección de las 'Ocho piezas para oboe, violonchelo y piano' Op. 83 de Max Bruch : notamos una mayor entereza, se le notaba convencimiento y una mayor pujanza desde el primer momento ( 'Nº5 Rumänische Melodie': Andante ), se le notaba un sonido con más cuerpo, más lleno, y en la alternancia con el oboe, mayor volumen. Todos los grandes músicos, y aquí los grandes pianistas en concreto (y ya que hablamos de la Fundación Barenboim-Said, no se nos ocurre mayor ejemplo que el maestro Barenboim) han hecho música de cámara cuando han podido. Eldar Nebolsin nos dio una muestra sensacional, ya no sólo en la calidad de su interpretación, sino en su presencia física, porque estuvo en todas las combinaciones instrumentales verdaderamente sublime y, para que no le faltase actividad, también se encargó de ir poniendo y quitando las sillas y los atriles a sus compañeros, para que cuando saliesen a escena ya se lo encontrasen todo en su sitio. Y luego, qué sonido, qué manera de metamorfosearse con las maneras de oboe y chelo, qué maestría para tocar solo o para seguirlos. Bravo, bravo.