Tony Lavelli: el acordeón que salvó a los Celtics

Lavelli, pick 4 del draft de 1949, empleó su breve estancia en la NBA para impulsar su carrera musical. La entrada Tony Lavelli: el acordeón que salvó a los Celtics se publicó primero en NBAManiacs.  Source: NBAManiacs

Mar 20, 2025 - 20:14
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Tony Lavelli: el acordeón que salvó a los Celtics
Tony Lavelli

En una liga todavía en pañales y con graves problemas reputacionales, hacer sombra al mismísimo George Mikan, primera gran súper estrella de la competición, era considerado, por aquel entonces, prácticamente una utopía. De hecho, mientras muchos equipos y jugadores eran incapaces de autoabastecerse dentro del exigente mundo del profesionalismo, Mikan, con su aspecto de oficinista —alto, muy alto, rozando los 210 centímetros de altura—, aglomeró gran parte del palmarés y de las primeras consideraciones individuales que se repartieron bajo el denominativo NBA.

Antes de conquistar cinco campeonatos con los Minneapolis Lakers y ser elegido Mejor Jugador de la primera mitad del siglo XX, Mikan comenzó a escribir su leyenda en la Universidad de DePaul. Como Blue Demon, “Mr. Basketball” fue elegido Mejor Jugador de la NCAA en dos ocasiones (1945 y 1946) tras instaurar un nuevo récord universitario a nivel nacional en anotación total (1.870 puntos). Un registro que apenas duraría tres años.

En 1949, Tony Lavelli, un espigado alero enrolado en la Universidad de Yale, ponía fin a su periplo con los Bulldogs con una anotación total de 1.964 puntos, rompiendo el breve hito de Mikan. ¿Su secreto? Un inusual, pero efectivo, gancho a una mano que no solo se limitaba a la pintura, sino que también ejecutaba desde cuatro y cinco metros. Cabe señalar que en aquella antediluviana NBA, el tiro en suspensión todavía no estaba extendido, quedando relegado a pioneros del baloncesto como John Miller Cooper, John Christgau o Joe Fulks.

Su soberbio rendimiento durante sus cuatro temporadas en Yale, donde fue, a modo de anécdota, relacionado estrechamente con la sociedad secreta Skull & Bones, anunciaba un futuro brillante en el baloncesto profesional y en la NBA. Pero los pasos de Anthony Lavelli Jr., como fue bautizado el 11 de julio de 1926, anhelaban unos derroteros completamente diferentes. Más artísticos.

Nada más graduarse, la gran aspiración del joven Lavelli era la de componer comedias musicales con las que asaltar las grandes salas de fiestas de los Estados Unidos. «I Want a Helicopter» y «You’re the Boppies Bee-Bop» fueron alguno de los títulos que compuso durante su estancia en Yale, los cuales sirvieron como gran reclamo en fiestas organizadas en el centro y en diversos bares locales. Sin embargo, sus logros musicales, sustentados sobre un virtuosismo que le permitía dominar piano, violín y, principalmente, acordeón, fueron ampliamente superados y ensombrecidos por los deportivos, algo a lo que no estaba dispuesto a revivir en su salto a la NBA. Primero, la música. Después, el baloncesto.

Así, Lavelli exigió una única condición a Walter Brown, propietario de la franquicia por aquel entonces, cuando los Celtics destinaron su selección de primera ronda del draft de 1949 en él: tocar en el Boston Garden en todos y cada uno de los partidos que disputase el equipo como local. Brown, previa consulta al presidente de la liga Maurice Podoloff, terminó por acceder a la petición, acordando un pago de 125 dólares al jugador —aparte de los 13.000 anuales que recogía su contrato— por cada actuación. Ninguna tontería si tenemos en cuenta que el Garden lideró la liga en aforo en aquella temporada 1949-50 con una cifra aproximada de 110.000 asistentes totales. Irrisoria en la actualidad —casi 800.000 seguidores visitaron el Garden la pasada temporada—, pero suficiente para ir tirando en aquella NBA.

Desde ese momento, el Garden sería testigo de un sorprendente y extravagante ritual que se repetiría cada noche a lo largo de la temporada. Terminada la primera mitad del encuentro, todos los jugadores enfilaban los vestuarios salvo Lavelli, quien hacía las delicias de la afición presente con una serie de piezas musicales junto a su inseparable acordeón, entre las que destacaban, según varios documentos, «Granada» o «Lady of Spain».

Lejos de desentonar, las actuaciones del alero terminaron por ganarse un respetable lugar en la competición, recibiendo, incluso, el cariño de otros pabellones en los que, a petición de los propios mandamases, prolongaría su ‘gira musical’.

Su repentina celebridad sirvió, por un lado, para dar el salto a la primera línea del panorama musical nacional mientras, por el otro, engrosaba las necesitadas arcas de unos Celtics a los que salvó de la quiebra económica. Sí, querido aficionado Celtic, de no ser por Lavelli, quizá ahora mismo no estaríamos hablando de una de las dos franquicias más laureadas en la historia de la liga. No obstante, resultaría muy poco honesto no mencionar que, salvado ese escollo financiero, los Celtics aprovecharon el impulso que les daría la llegada de Bob Cousy y Red Auerbach en aquel verano de 1950. En lo que se convertirían los Celtics a partir de entonces ya lo conocemos todos.

Así, y con un rendimiento estrictamente deportivo que distaba mucho de las expectativas creadas —8.8 puntos por partido fue su carta de despedida en Boston en su única temporada allí—, el alero fue traspasado a New York, donde pondría fin a su aventura baloncestística apenas un año después. La decisión ya estaba tomada y en su cabeza no cabía otra idea más que la de triunfar en la música. Boston y La Gran Manzana como perfecta plataforma de despegue.

En un marco inmejorable como lo es la urbe neoyorquina, Lavelli ingresó en la prestigiosa Juilliard School, uno de los conservatorios más laureados del planeta, donde terminaría por asentar las bases de su carrera, siendo considerado, a día de hoy, uno de los mejores acordeonistas norteamericanos de la historia.

Aún así, el músico aún tuvo tiempo de prolongar su vínculo con el baloncesto, siendo partícipe de una gira al lado de los Harlem Globetrotters como componente del equipo sparring al que se medían en cada partido. Obviamente, Lavelli aprovechó la oportunidad para darse a conocer por todos los rincones del país y aumentar todavía más su prestigio, condecoraciones y fans musicales.

Tras ello, dedicaría toda su vida a la que fue su mayor pasión —incluso llegó a afirmar que empezó en el mundo del baloncesto para no sentirse un bicho raro entre sus compañeros—: la música.

(Fotografía de portada de Williston Northampton School)

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