Pocos lo saben. Nacho tiene un don. Posee una portentosa capacidad de comunicarse con su padre. Incomparable con la de cualquiera. Lo consigue, de hecho, sin necesidad de intercambiar con él palabras, sin una conversación. Siempre ha sido así. En lo cotidiano y en los momentos cruciales. El verbo nunca hizo falta. Rebosantes de orgullo, el hijo ha tenido al padre como indiscutible modelo a seguir y el padre a su primogénito como la sólida certeza del trabajo bien hecho. Con esos nutrientes, el cauce de amor que vincula sus almas jamás deja de funcionar. Basta una mirada, un gesto, un pensamiento para entenderse y, a la vez, alimentar esa conexión sobrenatural que ha permitido traspasar de una generación a...
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