Myriam Mézières, una llama en nuestros corazones

Sin entrar en consideraciones sobre las divergencias y convergencias que pueda haber entre una película y una serie de televisión, bien es cierto que el prototipo que incorpora esta intérprete, que en Francia —según recuerda ella misma— es —o fue— conocida como “la reina del mestizaje”, antes que el de la meteca, es el de... Leer más La entrada Myriam Mézières, una llama en nuestros corazones aparece primero en Zenda.

Mar 23, 2025 - 07:36
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Myriam Mézières, una llama en nuestros corazones

Habrá lectores que aún recuerden a la francesa Myriam Mézières incorporando a la Margaret Miravete de Cuéntame cómo pasó (Miguel Ángel Bernardeau, Eduardo Ladrón de Guevara y Patrick Buckley, 2001-2023). Siendo ésta la serie más longeva de toda la historia de la televisión en España, y gustando tanto como gustan estas propuestas al común de las audiencias, no es de extrañar. Ahora bien, aquella Margaret —quien se marcha a Londres con un dinero que solo le pertenece a medias en la decimoquinta temporada— es, y no es, representativa del trabajo de esta actriz y del lugar que ocupa en el cine de autor europeo.

Sin entrar en consideraciones sobre las divergencias y convergencias que pueda haber entre una película y una serie de televisión, bien es cierto que el prototipo que incorpora esta intérprete, que en Francia —según recuerda ella misma— es —o fue— conocida como “la reina del mestizaje”, antes que el de la meteca, es el de la extranjera extravagante. Como, de una u otra manera, parecían todos los foráneos en la España a la que aluden las primeras temporadas de Cuéntame.

"La simpatía entre España y ella fue mutua. Su siguiente trabajo para el cine hispano fue para uno de los realizadores más celebrados de los años 90: Manuel Gómez Pereira"

La experiencia profesional de Myriam Mézières ha discurrido por media Europa: Francia, Suiza, Alemania, Bélgica… Pero fue en España donde, tras 25 años largos rodando en medio continente, decidió echar raíces o algo parecido: siendo una de esas mujeres que nacen bajo una estrella errante, hace ya mucho tiempo que fijó su residencia entre Madrid, Barcelona y su París natal, por este orden.

La trajo a España por primera vez uno de los grandes heterodoxos de nuestro cine, el realizador anarquista Antonio Artero, para recrear a la Angy de Cartas desde Huesca (1993). Era aquella una editora inglesa, especializada en la cultura española, que visita nuestro país siguiendo el rastro de uno de los numerosos poetas ingleses que combatieron en nuestra Guerra Civil, dejando aquí la vida. Los documentos que busca Angy obran en poder de un viejo militante confederal, Mainar (Fernando Fernán Gómez), antiguo combatiente en la columna Durruti. Pero el descubrimiento por parte de la editora inglesa de algo tan genuinamente español como los restos del anarquismo histórico —a pesar de que los libertarios no atiendan ni a la patria ni a Dios ni al amo, aquellos eran tremendamente autóctonos— causa en Angy una sensación muy semejante a la que experimentó la propia Myriam Mézières al encontrarse por primera vez entre nosotros. La simpatía entre España y ella fue mutua. Su siguiente trabajo para el cine hispano fue para uno de los realizadores más celebrados de los años 90: Manuel Gómez Pereira, quien le confió la creación de otra de sus extranjeras extravagantes.

"Pese a llevar el cosmopolitismo en la masa de la sangre, a Myriam Mézières, antes que nada, hay que adscribirla a toda una tradición de la pantalla francesa: el naturalismo"

La recuerdo en el Festival de Gijón de 1994: era simpatía cuanto inspiraba en la ciudad con sus excentricidades y lo poco afectada que resultó ser cuando tuve oportunidad de entrevistarla. Pero a Myriam Mézières cumple evocarla por cualquiera de sus personajes intensos, apasionados, de compleja emotividad. Sus roles van de la sensualidad a la vulnerabilidad, pasando por las más insospechadas complejidades del amor. Sus mujeres se debaten en conflictos a todos los niveles: internos, externos, profundos y otra vez interiores, pero latentes a mayor profundidad. De entre todas ellas, apasionadas y autodestructivas, destaca Mercedes, la protagonista de Una llama en mi corazón (1987). Cénit de su simbiosis con Alain Tanner, y cénit de esa alternancia entre la fragilidad y el vigor que caracteriza sus interpretaciones, Mercedes ha quedado como la novia más desolada de todo el cine europeo de su tiempo. Pero también como la más provocativa. Aunque hablamos de una producción suiza, en cierto sentido, Una llama en mi corazón puede considerarse todo un precedente del Nuevo Extremismo Francés: Leos Carax, Olivier Assayas, Bertrand Bonello… Pero es irrefutable que elevó a un nivel más alto la colaboración entre la actriz y el realizador: Myriam también es la coautora del libreto. En el siguiente filme —El diario de Lady M (1992), ambientada en Cataluña— volverían a escribir el guion juntos para acabar codirigiendo Flores de sangre (2002).

Y sin embargo, pese a llevar el cosmopolitismo —trasmutación de su mestizaje— en la masa de la sangre —nació en el París de 1951, hija de un egipcio y una pianista checa—, a Myriam Mézières —que según rezan sus noticias biográficas creció en un orfanato parisino—, antes que nada, hay que adscribirla a toda una tradición de la pantalla francesa: el naturalismo —que, huelga decirlo, se remonta a la novelística de Émile Zola— y a un par de constantes de sus actores —y actrices—: la profundidad emocional y las interpretaciones introspectivas. Myriam Mézières bien podría haber sido una chica de la Nouvelle Vague evolucionada. Por poner un ejemplo, como Jane Birkin en las cintas del gran Jacques Rivette de los 80 y los 90. Pero esa serenidad de la dulce Jane —incluso ante las más tremendas borracheras del gran Gainsbourg— le era totalmente ajena a Myriam Mézières, mujer arrebatada y arrebatadora. Interpretaba como pocas a aquellas chicas que había antes, que iban del grito al llanto mientras echaban al novio la bronca, del abatimiento a la euforia en fabulosa alternancia. Todo un desafío actoral.

"Cuando ella misma comenzó a componer las canciones que entona en sus películas, empezó a dar la sensación de querer hacer partícipe de su lírica al espectador"

Antes que como actriz, la futura musa de Tanner se dio a conocer como cantante en los primeros años 70. La Myriam de entonces era una chica muy sensual que posaba como una pin-up contra los muros con escotes que prometían milagros biológicos y pantalones ajustados. Pero incluso en esas fotos, que tanto hubieran animado las taquillas de cualquier cuartel, se advertía que en la futura musa del cine de autor europeo y de la heterodoxia del siglo XX el erotismo no era más que un vehículo para llegar a cotas más altas, nunca un fin en sí mismo. Medio siglo después la extravagancia que sucedió a aquellas primeras picardías se antoja mucho más auténtica, y sobre todo mucho más seductora, que la de las primeras canciones. Entonces parecía estar riéndose de aquel al que estaba levantando el ánimo. Con posterioridad, cuando ella misma comenzó a componer las canciones que entona en sus películas, empezó a dar la sensación de querer hacer partícipe de su lírica al espectador.

De sus primeras cintas la recuerdo en Themroc, el cavernícola urbano (Claude Faraldo, 1973), sobre un tipo incorporado por Michel Piccoli que decide dejar de hablar para empezar a gruñir, tirar los tabiques y los muebles de su casa, yacer con cuanta mujer le place y vivir como un hombre de las cavernas. También se vio a la joven Myriam Mézières en Spermula (Charles Matton, 1976), una suerte de softcore feminista sobre un grupo de juramentados que planean viajar al futuro y después volver de él prestos a castrar a todo varón que encuentren, sin comprometer con ello el futuro de la especie.

"En cuanto a su filmografía española, casi tan extensa como la francesa, hay que dar noticia de sus trabajos para Cesc Gay y Fernando Merinero, sin olvidar un título dirigido por el novelista Juan Madrid"

Esa transformación entre la cantante erotizada y la actriz arrebatada y arrebatadora se produjo en Jonás, que cumplirá los 25 en el 2000, su primer encuentro con Tanner. Después llegaron algunas de las cintas más destacadas del cine francés del último medio siglo: Por nosotros dos (Claude Lelouch, 1979), Mis noches son más bellas que tus días (Andrzej Zulawski, 1989), Marie de Nazareth (1995), despedida de la pantalla del ultimo clásico del cine galo: Jean Delannoy.

En cuanto a su filmografía española, casi tan extensa como la francesa, hay que dar noticia de sus trabajos para Cesc Gay —Krámpac (2000)—, Fernando Merinero —Agujetas en el alma (1997), Edipo esclavo (2024) y Divino tesoro (2024)—, sin olvidar un título dirigido por el novelista Juan Madrid: Tánger (2004). Sus más de 70 cintas avalan a Myriam Mézières como una de las grandes musas del cine de autor europeo y de la heterodoxia española. Alabados sean su extravagancia y su buen hacer.

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