Mis primeras 800 “entrevistas”; mis próximas 800

¿Cuál es la columna más importante? La próxima! Algunas me salen mejores que otras

Mar 23, 2025 - 04:46
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Mis primeras 800 “entrevistas”; mis próximas 800

Jorge Oviedo y Carlos María Reymundo Roberts me convocaron un día de 2009, al edificio de La Nación, porque estaban reorganizando el suplemento económico de la edición dominical del diario, a cargo de Oviedo, lamentablemente fallecido muy joven. Acepté el ofrecimiento de inmediato. Durante la conversación, más de una vez Carlos me dijo que con la columna “queremos sorprender”. Déjenme pensar, les contesté. Cuando llegué a casa se me había prendido la lamparita. ¿Qué les parece inventar una entrevista, con un economista fallecido, sobre temas de actualidad? Probemos. Les envié tres, les gustaron, arranqué el 15 de noviembre de 2009 y no paré nunca más. La de hoy, número 800, es una buena oportunidad para reflexionar sobre esta fascinante experiencia.

Al respecto, le pedí al argentino Enrique Silberstein (1920-1973) que me entrevistara, a lo cual accedió con gusto. Estudió en las universidades de Rosario y La Plata, y enseñó en la del Sur. Escribió una novela, El asalto, que fue llevada al cine. En Charlas económicas, que publicó en 1967, recogió columnas que había publicado originalmente en El Mundo. Ponía la economía al servicio del humor, yo hago lo contrario. Los dos enfoques son válidos.

–Juan Carlos, ¿cómo comenzás la factura de cada columna?

–Eligiendo el tema. El propósito principal no es el de descubrir algún principio económico, o inventar algún mecanismo para entenderlo o medirlo, sino aplicar y divulgar lo que se sabe, a propósito de alguna cuestión relevante. Los temas están “en el aire” si uno sabe escuchar a sus clientes, a los asistentes a sus conferencias, o a quien me dice algo por la calle. En un país tan fluido como la Argentina, generalmente los temas sobran y lo que falta es el espacio para desarrollarlos.

–Elegido el tema, se plantea la cuestión de a quien “entrevistar”.

–Escribo pequeñas biografías, y le sigo la pista a varios miles de economistas, desde hace medio siglo. Tengo material sistematizado de manera que, elegido el tema, busco quién se ocupó de la cuestión en el pasado. Me tomo ciertas libertades, pero sin traicionar el mensaje básico del entrevistado. Sería ridículo hacerle decir a Marx que el capitalismo vencerá al comunismo, o a Hayek de lo contrario; pero los lectores más atentos advierten que la relación entre la obra del entrevistado y el tema analizado no siempre es estrecha.

–¿Tuviste problemas con “familiares” de algunos de los entrevistados?

–Viene a cuento la cuestión de “las viudas”, según la feliz expresión de Robert Skidelsky, el gran biógrafo de John Maynard Keynes. Las viudas son aquellas personas que, habiendo tratado de cerca al biografiado, se sienten los únicos depositarios de la verdad, y critican a todos los demás. En el caso de Skidelsky jugaron ese rol Geoffrey Keynes, hermano de Maynard, y Richard F. Kahn. A mi me pasó lo mismo con algunas viudas en sentido literal, con familiares, amigos, a los cuales les tuve que explicar que “entrevistarlos” es mi manera de homenajearlos, en muchos casos rescatándolos de un inmerecido olvido.

–Para evitar disgustos, podrías limitarte a entrevistar economistas que vivieron en Nepal, en el siglo XV.

–Es cierto, pero los lectores se quedarían sin acceder a la vida y la obra de colegas contemporáneos, que también considero importantes. Prefiero correr el riesgo, que por ahora sólo se limitó a protestas verbales, sin llegar a la agresión física. Me hiciste acordar de la gente que iba a la salida de las radios, a pegarles a los “malos” de las novelas.

–¿Cuál es la columna que más te apasiona?

–La próxima. Todo autor sabe de lo que hablo. La excitación está en la acción. Tibor Scitovky diferencia entre placer y confort: construir una casa produce placer, sentarse luego de haberla construido produce confort, el cual genera aburrimiento e inspira cosas peores. La felicidad está en el placer, no en el confort.

–¿Qué relación existió entre aquellas columnas que cuando las escribiste te gustaron más, y su repercusión?

–Muy poca. Algunas de ellas, que cuando terminé de escribirlas me dije “ésta sí”, no tuvieron ninguna repercusión, al menos que yo me enterara. De otras, que no me parecieron nada extraordinarias, recibí más cantidad de comentarios. Pero esto me lleva a un punto posterior…

–¿Cuál?

–Que ningún autor es dueño del material que publica, sino que lo echa al viento; y no solamente explica, o entretiene, sino que también inspira. Julio H. G. Olivera solía leer mis columnas y, con varias semanas de retraso, me llamaba por teléfono para comentarme algunas. Luego de la correspondiente felicitación, porque era exageradamente generoso al respecto, a través de sus comentarios me quedaba claro que había derivado varios teoremas que a mí no se me habían ocurrido.

–Hay personas que se quejan porque los editores de los diarios les exigen que escriban determinada cantidad de caracteres.

–A mi me ocurre exactamente lo contrario. No lo veo como un cercenamiento a mi libertad de creación o expresión, sino como un formato dentro del cual ejerzo mi creatividad. Quienes se quejan probablemente no estén entrenados, pero en cuanto lo hagan verán facilitada su tarea.

–¿Quiénes fueron los autores más citados en las primeras 800 entrevistas?

–Por orden alfabético, Calvo, Friedman, Keynes, Malthus, Marshall, Marx, Olivera, Prebisch, Ricardo, Samuelson, Schumpeter y Adam Smith. Aclaro que esto resultó de la dinámica de las entrevistas, es decir, porque venían a cuento; lo cual torna más valioso el contenido de la lista.

–Ochocientas entrevistas. ¿No estás cansado, Juan Carlos, no querés parar?

–Para nada. Seguiré mientras Dios me dé fuerzas, y los lectores de La Nación me sigan aguantando. Te digo más, tengo cuerda para por lo menos otras 800 entrevistas. Porque sigo el consejo planteado por Raymond Frech Mikesell, quien a los 87 años dijo “cobrá la jubilación pero no te retires”.

–¿Qué hizo este economista fallecido a los 93 años de edad?

–En julio de 1943 Harry Dexter White, quien junto con Keynes sentó las bases del funcionamiento del Fondo Monetario Internacional, le pidió que diseñara una fórmula para establecer las cuotas de los países miembros del Fondo, tarea para lo cual le otorgó un plazo de 10 días. Si hubiera tenido una computadora a mano, quizás se le hubiera ocurrido una fórmula mejor (la utilizada se basa en el PBI de los países, sus reservas internacionales, sus importaciones y la variabilidad de sus exportaciones). Pues bien, cuando en Bretton Woods se planteó la cuestión de las cuotas, le dieron la palabra. Habló durante 20 minutos, mostró las cuotas propuestas, sin revelar la fórmula, y para su sorpresa y alivio, fueron aprobadas.

–Querido Enrique, te agradezco la entrevista que me hiciste.