Las matemáticas de la Ilustración
Un libro «para señoritas» fue fundamental para divulgar los principios de la matemática newtoniana durante el siglo XVIII. Émilie du Châtelet o Laura Bassi fueron científicas destacadas por derecho propio en la Europa ilustrada. La entrada Las matemáticas de la Ilustración se publicó primero en Ethic.

En 1737, se publicó el libro titulado Newtonianismo para señoritas. Newton había presentado sus leyes del movimiento y con ello había creado las teorías matemáticas que iban a impulsar la investigación en los próximos siglos. Era la gran revolución científica de su momento (y que sentaría las bases para las siguientes) y uno de los materiales para los debates más apasionados de su época.
Para asentar sus descubrimientos entre la comunidad científica se necesitaron, como cuentan en La vida secreta de los números Kate Kitagawa y Timothy Revell, muchos personajes, muchos experimentos (incluidas una intensa misión al ecuador y al Polo Norte) y muchas publicaciones.
Y Newtonianismo para señoritas fue «el siguiente gran avance en la difusión de la mecánica newtoniana». El autor era el conde Francesco Algarotti, quien —como era habitual en la época— «creía que las mujeres “tenían demasiada imaginación” para las matemáticas». Aun así, ellas eran el público objetivo de su obra. Mediante un diálogo entre un caballero (un trasunto de él mismo) y una marquesa (una versión de una científica real, Émilie du Châtelet), aborda los principios de la matemática newtoniana. «Fue un rotundo éxito en ventas y provocó que tanto hombres como mujeres se fijaran en los principios de Newton», escriben los autores de La vida secreta de los números.
También otras publicaciones populares y para mujeres ayudaron a divulgar los principios de la matemática newtoniana, como The Ladies’ Diary en Londres o un diálogo publicado en la década de los 40 por Cesar-François Cassini de Thury. Y, por supuesto, en medio de todas estas investigaciones y avances, en ese amplio grupo de personas que se necesitaron para asentar a Newton, estaban las científicas. Fueron las matemáticas de la Ilustración.
Distintas publicaciones «para mujeres» ayudaron a divulgar los principios de la matemática newtoniana
La científica Émilie du Châtelet fue fundamental para la divulgación de los principios de Newton en lengua francesa. Châtelet había nacido en una familia noble y recibido una formación muy completa. «Sus padres querían libertad intelectual para sus hijos y la habían animado a expresar su opinión respecto a una gran variedad de temas en casa y durante las reuniones de salón semanales que organizaban», señalan Kitagawa y Revell. Uno de sus profesores fue Pierre Louis Mourau de Maupertuis, uno de los defensores en Francia de las teorías de Newton. Châtelet entró en contacto con estas ideas, sobre las que trabajó hasta su muerte.
En sus Principios, que terminó justo antes de morir (le llevó cinco años de trabajo) y se publicó siete años después de su muerte, explica conceptos científicos complejos de manera que los lectores principiantes puedan entenderlos. Pero, más allá de su papel como divulgadora de la revolución matemática, Châtelet fue una científica por propio derecho. Fue la primera mujer que publicó un artículo científico original con la Academia de Ciencia francesa. Era la respuesta a una pregunta que lanzó en 1739 la Academia —¿qué es el fuego?— y en la que describe la ley de conservación de la energía, que es, como recuerdan Kitagawa y Revell, «una regla fundamental del universo» (que probaría de forma práctica siglo y medio después otra científica, Emmy Noether).
Pero no era la única. Kitagawa y Revell recuerdan también a Laura Bassi, que «estuvo a la vanguardia de la física newtoniana» y que fue la primera profesora universitaria del mundo. Se convirtió en parte del profesorado de la Universidad de Bolonia, aunque pronto se encontró con que la universidad «no le asignaba tareas académicas reales». Bassi creó su infraestructura académica paralela: organizaba sus conferencias literarias dos veces a la semana en casa, tenía un laboratorio doméstico y presentaba los resultados de sus investigaciones.
La científica se convirtió en un polo de atracción científica en la ciudad, a la que llegaban estudiantes de toda Europa para aprender con ella. Su éxito e importancia fue tal que llegó hasta a ser catedrática en esa misma Universidad de Bolonia que no le había dado responsabilidades y la persona mejor pagada del cuerpo de profesores. «Fue la única mujer de la época que anunció en público resultados originales sobre física experimental», explican en La vida secreta de los números.
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