'La vida breve' y la tumba vandalizada de la irreverente Luisa Isabel de Orleans

Su tumba yace completamente olvidada y abandonada en la iglesia parisina de Saint Sulpice.

Feb 28, 2025 - 14:23
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'La vida breve' y la tumba vandalizada de la irreverente Luisa Isabel de Orleans

La exitosa serie de televisión La vida breve, divertida y enjundiosa en su clave de esperpento sobre el escenario de fondo de los reales sitios, ha rescatado para el gran público la desconocida vida del rey más efímero de la historia de España, Luis I, y de su singular e irreverente esposa la princesa francesa Luisa Isabel de Orleans.

La única de las reinas de España cuyos restos no descansan en nuestro país, pues su tumba yace completamente olvidada y abandonada en la iglesia parisina de Saint Sulpice, en el corazón del Barrio Latino, donde ni los sacerdotes consultados saben apenas de su existencia.

Triste final para una princesa francesa nacida en la licenciosa corte de Versalles, desde la que su padre, el duque Luis Felipe de Orleans, gobernó Francia como regente durante la minoría del rey niño Luis XV. Un gran príncipe cuyo chef era Monsieur Bechamel, que se refería a su esposa como 'Madame Lucifer' y a quien se llegó a acusar de incesto con alguna de sus propias hijas.

Nada extraño, pues Luisa Isabel no tuvo nombre propio ni fue bautizada hasta poco antes de su compromiso con el príncipe de Asturias, siendo hasta entonces conocida como Mademoiselle de Montpensier. Creció inculta, pobremente educada en la abadía de Saint Paul de Beauvais y nada inclinada a seguir los preceptos que habían de guiar la conducta de una princesa.

Hasta su propia abuela, la ácida, pero realista princesa Palatina, decía de ella que era "buena chica, pero fea y desagradable". "Es muy seria, no se ríe nunca y habla muy poco". Sin embargo, corrían los tiempos de los Pactos de Familia entre los Borbones de Francia y España, Felipe V buscaba consorte para su primogénito, el príncipe Luis, y el regente francés buscaba novia para Luis XV.

Fue así como, siguiendo los dictados de la necesidad estratégica, el rey y el regente decidieron orquestar las dobles bodas de sus respectivas hijas con el Luis XV y con el príncipe de Asturias. En enero de 1722 tuvo lugar la "troca de princesas" en la isla de los Faisanes: la infantita María Ana Victoria, de 3 años y medio e hija del rey de España, marchaba a Francia y Luisa Isabel de Orleans, de 12, entraba en España para convertirse en Princesa de Asturias. Días más tarde, ella y Luis se casaban en el palacio burgalés del duque de Lerma, aunque su ayo le obligo a él a abandonar el lecho conyugal tras la ceremonia.

La "mosca española", como aquella abuela moteaba a Luisa Isabel, fue acogida con frialdad en Madrid, especialmente por parte de la reina Isabel de Farnesio, madrastra de su esposo, y pronto comenzó a dar claras muestras de la conducta más inapropiada que escandalizó a toda la corte. Caminar desnuda o semidesnuda por jardines, salones y corredores, fregar los cristales de las estancias, decir cosas impropias, ocultar comida de los banquetes para tomarla a escondidas, negarse a usar ropa interior, no asearse o animar a sus damas a tomar parte en juegos contra natura.

Su desarreglo, como decía su esposo, iba en aumento y de nada sirvió que un año después, en febrero de 1723, llegase a Madrid su hermana Felipa, conocida como Mademoiselle de Beaujolais y más guapa y divertida que ella, para hacerle compañía como prometida en matrimonio con el infante don Carlos. De ahí que Luisa Isabel, que ya comenzaba a olvidar hasta su francés natal y tenía una escritura y una ortografía espantosas, fuese enviada por su esposo a un convento por unos meses y fuese sometida a encierros ocasionales de varios días en sus propias estancias.

En enero de 1724 su suegro Felipe V abdicó la corona, pues no descartaba convertirse en rey de Francia caso de fallecer Luis XV, y Luisa Isabel se convirtió en reina con tan solo 14 años y una más que evidente incapacidad para oficiar de soberana.

Pero quiso el destino que, tras tan solo unos meses en el trono, Luis I contrajese unas viruelas, complicadas con una neumonía, que en siete meses le llevaron a la tumba. Hasta su fallecimiento, en agosto de ese año, Luisa Isabel le atendió y le cuidó con auténtica abnegación, llegando a contagiarse de una especie menos virulenta de ese mismo mal y quedando viuda antes de los 15 años.

Personaje incómodo para la familia real, se habló de casarla con su cuñado Fernando, el nuevo príncipe de Asturias. Sin embargo, en 1725 el duque de Borbón, nuevo gobernante de Francia, dio un cambio a su política y decidió devolver a Madrid a la infantita María Ana Victoria porque no quería esperar a que fuera núbil para casarla con Luis XV, a quien cabía desposar rápido por tener una fuerte inclinación por la masturbación. Aquel acto enfureció a Isabel de Farnesio, factótum del reinado de su esposo, que despachó a Francia a la ordinaria Luisa Isabel y a su hermana Felipa, todavía sin casar con don Carlos, llegando ambas a París el 23 de mayo de aquel año.

Una vez en Francia, y con su padre ya difunto, Luis XV no se tomó el menor interés por ellas y la reina viuda de España se instaló por el momento en el castillo de Vincennes, desde el que en diciembre de 1726 pasó al palacio de Luxemburgo.

Olvidada de todos, hacia 1727 vivía en el convento del Carmelo de la parisina rue de Grenelle y en 1733 regresó a Luxemburgo, donde vivió en la mayor opacidad hasta su muerte, acaecida el 16 de junio de 1742. Fue enterrada en la cercana iglesia de Saint Sulpice, en un nicho especial junto al pilar del Evangelio y el lugar fue marcado con una placa que, por deseo propio, rezaba: "Cy gît la reine douarière d’Espagne" ("Aquí yace la reina viuda de España").

Nadie en Madrid pensó en reclamar sus restos para ser en enterrados, como hubiera sido de rigor, en el Panteón de infantes de El Escorial y, cuando décadas después, los revolucionarios saquearon la iglesia, su tumba fue profanada, destruida y, según el conde de Pimodan, "su polvo fue esparcido".

Relegada al olvido más cruel, ni los turistas reparan en los escasos restos escritos que, sobre un paredón descuidado, todavía marcan el lugar de entierro de esta desafortunada reina de España que pasó sin pena ni gloria.