La sociedad que todo lo puntúa

El poder envenenado de puntuar aquello que nos cruzamos en el camino.

Mar 27, 2025 - 07:40
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La sociedad que todo lo puntúa

Valoramos la amistad por las veces que nos dan 'like' en Instagram, medimos la popularidad en el número de 'followers' que suman actrices y cantantes, corremos a un restaurante por su puntuación en Google. Eliges al chef que tiene un 4,4 sobre el que tiene un 4,3 de nota. Uy, por una décima. Incluso los profesores ya son evaluados por los propios alumnos para ver si han cumplido sus expectativas. Aunque el maestro conozca mejor sus expectativas que ellos mismos.

Muchos se sienten liberados al concluir sus estudios, pues creen que ya nunca más sufrirán el estrés de jugárselo todo en un examen instantáneo. Ingenuos. Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que se incidía en la evaluación continua como forma de intentar valorar el esfuerzo de la dedicación, el aprendizaje y la constancia que suponen las cosas del crecer. Ahora la evaluación continúa es otra historia. Es quedarnos exhaustos de valoraciones.

Porque en la edad de oro de la inmediatez de las redes sociales no hay margen para pararse a comprender las circunstancias de cada situación que nos cruzamos en el camino. Estamos dejando de ser ciudadanos para convertirnos en ansiosos consumidores. Y como el consumidor siempre lleva la razón, nos creemos con derecho a puntuar todo. Y todo lo puntuamos. Y casi todo nos piden puntuar. Del servicio de un hotel hasta la foto del perfil de un candidato de una aplicación de ligar que transforma a las personas en cromos. Ahí es peor. Ahí ni siquiera hay puntos. O todo. O nada. Como si encontrar el amor fuera igual a hacer la lista de la compra.

Qué más da el conocimiento sobre lo que estamos sentenciando. Puntuar es un efecto placebo perfecto para dejarnos distraídos y, a la vez, simplificados. Puntuar sacia. Puntuar da regustillo de sentirse con poder. Puntuar nos anima a competir más que a humanizar. Puntuar nos invita a sentir que todo se puede comprar. Aunque, en realidad, puntuando estamos regalando las cookies de nuestra vida, la huella de nuestra información personal que era la que nos hizo alguna vez todopoderosos. Cuando puntuábamos menos y pensábamos más, tal vez. Cuando incluso nos parábamos a intentar comprender el acierto y el error. Porque aquel profesor, que respetábamos y jamás nos atrevimos a evaluar, nos enseñó que equivocarse es también aprender para ser más independiente. Aquel profesor que nos hizo entender que para crecer no siempre hay que sacar un diez.