La fórmula del bisonte: cómo hacer frente a la tempestad de la inteligencia artificial
Estamos frente a una tormenta tecnológica sin precedentes; para cuando tengamos los resultados del próximo mundial de fútbol, todas las especializaciones del cerebro humano serán realizables con IA

El bisonte es conocido por un comportamiento contraintuitivo. A diferencia de otros animales, cuando percibe indicios de una tormenta de nieve, no intenta esquivar o resguardarse del temporal, sino que se dirige derecho hacia el centro de la tempestad. Así, según National Geographic, acepta un período breve en condiciones muy desfavorables, a cambio de poder disfrutar más rápido del sol. Superada la tormenta, podemos imaginar al corajudo bisonte mirando de lejos al resto de los animales, que fracasaron en su intento de esquivar lo inevitable.
Estamos frente a una tormenta tecnológica sin precedentes. En mis más de dos décadas en la cuna de la innovación de Silicon Valley nunca se han observado cambios tan vertiginosos. Todas las semanas surgen nuevas condiciones desafiantes, cientos de nuevos productos y anuncios de avances disruptivos que amenazan con cambiarlo todo. Como reacción a estas nubes metafóricas premonitorias, muchos se han congelado, con parálisis de decisión, o se han negado a aceptar el pronóstico, con la falacia de que van a poder superar el paso de este vendaval figurativo con su velocidad usual.
El 2025 comenzó con un impactante anuncio de Elon Musk durante la conferencia CES en Las Vegas: en menos de tres o cuatro años, toda actividad cognitiva humana podrá ser replicada con una máquina. En Silicon Valley, detrás de puertas cerradas, el rumor que prevalece es que la paridad de capacidad cognitiva entre humanos y computadoras se alcanzará en menos de dos años -posiblemente en uno solo-. Repito, porque este concepto requiere sedimentación: para cuando tengamos los resultados del próximo mundial de fútbol, todas las especializaciones del cerebro humano serán realizables con inteligencia artificial.
Pero más allá de cuándo sucederá, en este contexto, lo más importante es cómo nos preparamos para la era de la IA. Nuestra contribución humana debe ser redefinida. Así como el bisonte concluye que una carrera contra la tormenta es una derrota segura, lo más astuto que podemos hacer los humanos es aceptar y encarar la llegada del aguacero: en lugar de intentar escapar del tema, tenemos que ir derecho hacia él y entender en qué nos diferenciamos y en qué ámbitos tenemos ventajas por sobre las máquinas -un paraguas que nos protegerá por lo menos por ahora-.
El paraguas: la importancia de ser Guille
Ahora bien, ¿qué es lo más humano? Durante la fiesta de mi casamiento, mi hermano hizo lo mismo que Ross Geller, de la serie Friends, en la fiesta aniversario de sus padres. En ese capítulo, el discurso de Ross hizo lagrimear a todos, desviando el foco de su hermana, Mónica, que no logró emocionar con su brindis. El chiste del episodio de Friends era que todos los invitados que venían a felicitar a Mónica terminaban haciéndolo por su hermano, tan conmovedor. Mi hermano Juan no perdió la oportunidad y decidió recrear la escena de la famosa sitcom de los 90 en mi fiesta de recepción. Y lo hizo evocando otra serie omnipresente de la época: La Familia Benvenuto. Rompiendo su facha de hombre callado y poco vulnerable, Juan dejó entrever una pizca de emocionalidad y dijo: “Creciendo como inmigrante en un país tan diferente a mis raíces, aprendí sobre el significado de la familia a través de observar la pasta de los domingos, cuando Guille [Guillermo Francella], el patriarca de la serie, nos enseñaba el valor del tiempo compartido con tus seres queridos”. Con la voz quebrada, Juan siguió: “Es gracias a mi hermana Rebeca que nos transformamos en una versión real de los Benvenuto, y por esa lección de vida, de cómo ser familiar, en vez de solo familia, le voy a estar siempre agradecido”. El resto del casorio fue una concatenación de amigos y parientes que se me acercaban a saludar, entre lágrimas, con la frase robada de Friends: “Tu hermano…”.
El matrimonio no perduró, pero mi admiración por el humor -y por Guillermo Francella- permaneció intacta con los años. Hace unos meses, el cuadro de Francella, Racing, ganó su primer título internacional en 36 años. Tuve el lujo de compartir esta experiencia con el Guille de carne y hueso, y entre gritos de victoria y pasión desbordada, pudimos charlar sobre este atributo humano que es difícil de replicar con la inteligencia artificial: la comedia en vivo. -Por cierto, el amor leal de un hincha de Racing, que se mantiene después de décadas de desilusiones, también es un ejemplo de una cualidad imposible de replicar con la inteligencia artificial-. Un artículo publicado en PLOS One, en julio de 2024, indicó que el 70% de las personas que participó en un estudio sobre humor e IA juzgó los chistes creados por ChatGPT como más graciosos que los creados por comediantes humanos. Así, la capacidad de la IA de generar conexiones entre conceptos que ya son considerados humorísticos es mayor a la de un individuo. Sin embargo, donde un Guillermo Francella es insuperable es en su lectura en tiempo real de la energía que emana de un público en vivo. Hay adaptaciones en milisegundos en el tempo, el tono, y giros de 180 grados que solo puede realizar un maestro de la comedia. Lo que genera la dopamina es el efecto sorpresa, una desviación que pareciera ser inconsecuente, pero termina conectada a alguna referencia anterior. Francella me comentó: “El procesamiento en paralelo que hago de la reacción del público y su energía para poder ajustar mi ritmo, los tiempos y la entrega de un remate potente... esto es algo que un algoritmo no puede hacer fácilmente”.
Otra capacidad humana difícil de replicar por una IA, y que de alguna manera está conectada también con el humor, es la de contar historias. El “storytelling” es, según Yuval Harari en su libro Sapiens, lo que diferencia a los humanos del resto de las especies. Esta actividad es bilateral: cocreamos una experiencia con nuestro interlocutor, y durante este proceso, podemos persuadir e influenciar. Los humanos contamos historias para educar, entretener e influenciar opiniones. Desde los teatros ambulantes griegos a los trovadores de la edad media, estas historias contribuyen a la evolución de las instituciones. Las parábolas de Jesús en la Biblia, por ejemplo, establecen un claro marco de valores morales. La humanidad puede establecer y reestablecer estos marcos valorativos. Cuando Van Gogh decidió elevar arbitrariamente la línea del horizonte por encima de las convenciones de la época, logró innovar a través de romper reglas preestablecidas. La IA puede violar estos acuerdos implícitos también, pero tiene menos capacidad de convencer a las autoridades morales pertinentes de que el nuevo horizonte es mejor para crear perspectivas más profundas en las pinturas. Humor, trovadorismo, innovación valorativa: son atributos claramente ventajosos para los humanos, y la razón por la cual a mis hijos les aconsejo tomar cursos de improvisación y de comedia. Un bonus: el humor bien hecho establece autoridad intelectual y facilita conexiones humanas profundas, según el libro “Humor, Seriously”, un clásico de la maestría de negocios de la universidad de Stanford.
La ventaja de nuestra lentitud
La diferencia entre humanos y máquinas, nos enseñó Geoffrey Hinton, ganador del premio Nobel de Física del 2024 por sus contribuciones al campo de la inteligencia artificial, durante una sesión para la comunidad de MIT, es que las computadoras pueden absorber cantidades enormes de información en muy poco tiempo, y pueden compartir estos aprendizajes en tiempo real con otras computadoras. Los humanos tardamos mucho en construir un lazo de confianza y en transmitir información. La ventaja de nuestra lentitud, sin embargo, es que hay priorización en términos de qué comunicamos y a quién. Esta barrera a la eficiencia se convierte en un filtro a través del cual las sugerencias dañinas para la comunidad van a encontrar resistencia.
La priorización es lo que crea sentido y significado en la vida. En el cuento Funes el Memorioso, de Borges, la capacidad del protagonista de recordar absolutamente todo lo paraliza al punto de postrarlo en cama. Funes no puede decidir qué hacer, ya que no construyó una noción de importancia relativa de los eventos. Nuestra memoria es selectiva, y gracias a una especie de ranking de los acontecimientos, las experiencias con mayor asociación emotiva se instalan. La IA se acuerda de todos los cumpleaños, pero ¿no nos sentimos más especiales si nos llama un amigo que no vemos hace años? Lo que nos conmueve en este caso es que un pensamiento sobre nosotros penetró a través del ruido de la rutina diaria y, por alguna razón basada en el aprecio y el cariño, nos hizo sobresalir en su memoria.
La práctica hace la perfección, le predicaba a mi hijo Lukas, de siete años. “No, mami, la práctica hace la mejora,” me corrigió mi mini-abogado. Errare Humanum Est. Y justamente el carácter caprichoso de las memorias y las conexiones humanas hace que no sean algorítmicas ni basadas en eficiencias: se basan en experiencias compartidas. El hermano de Lukas, Aksel, a comienzos de cuarto grado volvió de la escuela acongojado. “Me retaron en clase, porque dibujé con lápiz en la cara de un compañero. La maestra nos quitó el recreo”, me dijo. Le pregunté si su compañero había sido cómplice o víctima. Fueron co-conspiradores, me contestó. Este error va a ser uno de tus tesoritos: la pérdida del recreo se borrará de tu memoria, pero el momento de travesura compartida con su amigo va a ser la columna vertebral de futuras bromas y cargadas, el material que constituye la base para una amistad a largo plazo. En mis charlas, siempre le pregunto al público con cuántas personas que conocen desde la infancia se han comunicado esta semana. En la Argentina es común que una persona promedio hable con media docena de amigos de la vida ese mismo día. En Estados Unidos es frecuente que la respuesta sea cero. Éste es otro atributo esencial que nos diferencia de las máquinas: nuestra habilidad para crear conexión en base a pasar vergüenza juntos -en lugar de “conocernos” a través de leer nuestros curriculum vitae y nuestros comentarios en Instagram, como hace la IA-.
El hilo conductor
Además del humor, el “storytelling” y la capacidad de crear conexiones imperfectamente humanas, otro atributo esencial en la era de la IA es la habilidad de encontrar información relevante. Y también la capacidad de movilizar a otras personas. Como me dijo la tecnóloga de Google Mahak Sharma, que un mes después del lanzamiento de ChatGPT fue una de las 35 especialistas reclutadas para lanzar la competencia, Gemini, mientras nos tomábamos un café analógico: “Los perfiles de los roles tecnológicos de Silicon Valley están cambiando con una aceleración sin precedentes”. Con esto en cuenta, y en mi calidad de educadora, he cambiado radicalmente mi plan de estudios para mis hijos. El mejor paraguas contra la tormenta de la IA es el amplificar las capacidades intrínsecamente humanas que nos otorgan resiliencia contra los cambios.
Aksel tiene la costumbre de coleccionar de todo -léase: recoge basura de la calle y la llama “tesoro”-. Por unas semanas recogió llaveros viejos y oxidados de la calle y los “recicló” en una cadena. Me pareció simpática la idea de crear una reacción en cadena de llaveros olvidados y solitarios. Se encariñó mucho con su nuevo juguete, lo que explica el llanto y la desolación el día que la cadenita se extravió. Lo consolé con la esperanza de que al día siguiente iríamos a buscarlo juntos a la sala de objetos perdidos de la escuela. Cumpliendo mi promesa, fuimos de la mano a preguntar a la oficina. Pero el objeto no había aparecido. Una niña presente allí nos dio una luz de esperanza: ella había visto el bendito juguete, pero al no poder descifrar la utilidad del misterioso objeto, lo dejó abandonado en el patio de juegos. El problema: era casi imposible encontrar una cadenita entre toda la arena y maderita que cubría el patio. Parecía una película de Hollywood: empezó a lloviznar ni bien nos pusimos manos a la obra con la búsqueda. Empatizando con nuestra desilusión, nuestra nueva amiguita nos ayudó a cavar en la arena, un proceso arduo -y mojado-. Para mi sorpresa, se juntaron más compañeros y éramos una docena de buenos samaritanos ayudando a lograr un objetivo que solo se tornó importante porque nos contagiamos de la pasión de Aksel.
La cadena no apareció. Finalmente nos dimos por vencidos, pero le propuse a Aksel volver a la oficina y preguntar de nuevo. Protestó que ya habíamos quemado esa solución, pero, empujada por la obsesión materna de no ver sufrir a mi hijo, esperé un milagro y le dije: la oficina es la misma, pero la gente en ella puede ser diferente, y si ampliamos la cadena de ayudantes, nunca se sabe… La historia tiene final feliz: la profesora de gimnasia estaba presente durante nuestra segunda visita y voilà, se concretó la reaparición mágica de la cadena, que tan poéticamente terminó simbolizando lo que habíamos creado: una cadena humana de compasión y colaboración por una causa tan noble como la de ayudar al prójimo. Si reflexionamos cómo hubiese resuelto la IA este mismo problema, vamos a encontrar la clave para la diferenciación ventajosa de los seres humanos.
Como los bisontes, necesitamos atacar la tormenta con la frente alta, amplificando lo que nos hace más fuertes e identificando nuestros superpoderes. Para guiarnos en esa misión, cito al irremplazable Guillermo Francella para ayudarnos a priorizar y evitar el efecto Funes: “Lo primero es la familia” -aunque a veces tu hermano te robe tu momento de estrellato-.
Made 100% by human 60% imperfectly healthy