Horteras sin fronteras partiendo la pana en Madrid: "Yo iría así a sacar el perro"
El festival Horteralia ha celebrado una nueva edición este sábado 22 de febrero en Madrid.

Tu catálogo de la Pokédex era menos excéntrico, o lunático, que las marcianadas apreciables en Horteralia. El festival madrileño reverente al totalitarismo kitsch, no tiene nada que envidiar a los efectos de un ponche de ácido lisérgico. Dijeron los escritores Jack Kerouac y William Burroughs que "los hipopótamos se cocieron en sus tanques". Aquí el buen gusto va tan cocido, que se deshilacha sabroso como carne mechada.
El festival aterriza con brilli-fuerza en el Pabellón 1 de la Feria de Madrid un sábado 22 de febrero. Los horteriers se mezclan en la línea 8 de metro con los asistentes a la Mercedes Fashion Week. No siempre es fácil identificar el destino final vistas las pintas. Lo fashion y lo hortera están divididos por una fina línea. Quizás la dictadura del rosa sea el tono diferenciador. Lo hortera-festivalero-chachi canta, y se carea contra el esnobismo. También hay un consumo destacado de material de Todo a Cien. ¿O son tocados de Agatha Ruiz de la Prada? Cuesta saberlo.
Desvirgado el pabellón quedan disipadas todas las dudas. Se respira euforia e histrionismo, gracias a los 4500 asistentes del festival. Desenfocando un poco la mirada... Dios, ¿cómo me he acabado en la peli de Avatar? O en su versión de serie B, al menos. Colorines por todos lados, bruñidos a pesar de la oscuridad imperante del pabellón. Princesas, vaqueras, hadas y hawaianos. Aladinos rebozados en purpurina. Herederas desafortunadas de Flashdance. Girasoles humanos con nalgas postizas, abejas maya ebrias o relucientes vírgenes de Guadalupe enrolladas en bombillas navideñas. Un millonario crisol de lo estrafalario. Eso es, a primera vista, Horteralia.
Cuesta quedarse sólo con un outfit. Mientras la música de Karina marca el descorche del festival a la entrada de la tarde, ya se ven sonadas vedettes de los años 90 que prefieren mantenerse en el anonimato, danzando emocionadas junto a actrices de 'horterincógnito'. El retumbar vibrante del abre-cierra de decenas de abanicos como mangados de unos camerinos de Loco Mía, marca la aportación rítmica de un público que es, en sí mismo, un show. ¿Cómo si no podría definirse al conjunto de un grupo de amigas que dicen ir de: Las vaqueras martirizadas? Un disfraz inspirado en una velada cannábica, donde las chaparreras rosas y los sombreros cowboy del mismo color dan el cante con avaricia.
"Yo iría así a sacar al perro", declara Raquel mientras pestañea compulsivamente evitando que la purpurina le haga un desaguisado en la córnea, que ha acudido desde Sevilla para la cita. "Venimos aquí para reunirnos tres amigas de la infancia. Es un sitio seguro, donde nos sentimos a gusto", concluye con el salero propio de su denominación de origen. Y el descaro de un par de cubatas nadando en las venas. Patricia y Patricia, las otras dos patas del trípode, coinciden con la tesis de su colega, y mencionan, bendecidas de euforia, la sacrosanta palabra de Horteralia: "libertad".
Hay una búsqueda de identidad de lo más marciana en el encuentro. Libérrima. Antropomorfa loca. Folclórico ordinaria. La cosa se debate entre quienes buscan disfrazarse sin más, como las Burbujas de Freixenet, que hacen dorado honor a su nombre rutilando por el pabellón, y quienes van más allá. Beio Uran y Adonis Santos son dos de esos que aprietan el acelerador del concepto, lanzándolo hacia algo muy por encima de la gamberrada. Ellos elevan el espíritu Horteralia hasta la pampa artística. Adonis Santos, convertido por una noche en Horto-Rex, el azulado monstruo de la tela vaquera, va de la mano con Beio Uran, La Santa Bacana Patrona de los Horteras, digna deidad de la velada.
Juntos, sus Horteridades son como retorcidas reliquias insufladas de vida, que cumplen a la perfección con la premisa que Beio destaca del festival: "A Horteralia venimos a hacer los que nos dé la gana, y a dejar volar la imaginación". Y está claro que ellos se han subido a un Boeing 747 de la horterada barroca.
Hablando de aviones, la compañía Pan Am también tiene sus enviados al Pabellón 1 de IFEMA la noche del sábado. El comandante Roberto y las azafatas Conchi y Elena, están preparados para dar las debidas indicaciones sobre las medidas de seguridad en el agitadito vuelo. "El espectáculo está en público", asegura el piloto, que al igual que sus camaradas cumple por cuarto año con la cita. Ellos son La Tripulación que parte la pana, y con sonrisas millonarias, dan buena cuenta de su promesa.
Mientras los tragos van cayendo hasta la piscina de miles de jugos gástricos, el escenario no deja lugar para los revientadiversiones. A lo que uno se despista, ya hay una drag queen meneándose por la tarima y dando taconazos que son una sentencia. Algunas, como La Sinvergüenza, ejecutan bailes de pole dance prejuiciosamente contrarios a la pelambrera ursina que puebla sus pectorales. Pero he ahí una palabra a la que tiene alergia esta cita: prejuicio.
Cumplidas las 19 horas, Amistades Peligrosas pone banda sonora a la plegada del sol. Con el nacer de la noche, el esperado dúo desvirga su actuación arropado por un vitoreo comunal del público. La nostalgia noventera casa a las mil maravillas con la lentejuela. "¡Este es el festival de la libertad! Contra el discurso del odio y de la discriminación", clama, varias veces, la vocalista Cristina del Valle, apretando entre jadeos de emoción la rocalla roja de su vestido.
Todo sea dicho, la calidad musical de un par de los espectáculos deja que desear. Más cerca del karaoke que del conservatorio, no es necesario hacer la viguería musical para triunfar en la misa hortera de Madrid. Al igual que decía Sid Vicious sobre el punk, es todo cuestión de actitud. "Somos borrachas pero buenas muchachas", cantan ortopédicamente el dúo Falso Amor, ataviados con abrigos de proxeneta afroamericano de los años 70. Ellos son los maestros de ceremonias que amenizan los interludios entre artista y artista. Y los encargados de citar a los nominados al premio de La Riñonera de Oro y las Hombreras de Plata. Las dos condecoraciones que Horteralia otorga a los ajuares mejor cargados de ingenio. Y eso que no es una tarea nada fácil.
La quinceañera, Yayamari, La Emperatriz de la Galaxia Rosa, Miss Little Kimberly, Jesusa Medusa, Qué Monos, Míster Pompón... Estos son los aspirantes al sacrosanto galardón hortera. Los nombres, quede claro, no despistan. Son lo que prometen. Llegado el momento de la elección, los elegidos desfilan por el escenario con la soltura de la pasarela Mercedes, vecina del festival en el recinto de IFEMA. Y, si no mejor, seguro con mucho más cachondeo. Tras los berridos del respetable que sirven de juez, las Sagradas Hombreras de Plata van para La quinceañera, y la virtuosa Riñonera de oro se irá a casa con Míster Pompón.
Alan, nombre detrás de las perlas plastiqueras, del gorro de mariachi y las medias de leopardo multicolor, y ganador del metal blanquecino, acude por cuarto año al festival. "Esta genial, la gente es super maja y es hortera, ¿qué más se puede pedir?", asegura enérgico, antes de aclarar que su disfraz tiene sentido porque: "¿Acaso hay algo más hortera que una quinceañera?".