Gabriela Aída Cantú: La era Trump 2.0 y la democracia global
El pasado diciembre, el Diccionario Webster reveló su palabra del año: polarización, que es la existencia de dos bandos que son muy diferentes en todos los sentidos: opiniones, creencias e intereses. La realidad deja de ser un continuo y se tienen dos extremos. El regreso al poder de Donald Trump revela que este es una figura polarizante, sin lugar a dudas, y para esto, basta analizar su discurso inaugural del 20 de enero, que muchos y muchas aplaudieron y otros no tanto. Inició diciendo que “la era de oro de los Estados Unidos empieza ahora”. ¿Qué significa eso exactamente? Básicamente, que la intención es restablecer la estabilidad interna del país, lo cual pretende lograr vía múltiples órdenes ejecutivas, como la declaración de emergencia migratoria nacional en la frontera sur, la emergencia energética, la designación de los cárteles de la droga como organizaciones terroristas extranjeras, entre otras. En cuanto al exterior, Trump enlistó una serie de acciones que contribuirán a que Estados Unidos sea nuevamente un país respetado, admirado y envidiado por el mundo. Se enfocará, dijo, en no permitir que se aprovechen más de su país. ¿Cómo se ve esto en el mundo real? Por ejemplo, pretende atender la emergencia energética nacional a través de un énfasis en el extractivismo (“drill, baby, drill”), sacar el petróleo, el “oro líquido” para que Estados Unidos se haga rico otra vez. Para lograrlo, ordenó retirar nuevamente a los Estados Unidos del Acuerdo de París y frenar el apoyo financiero sobre el tema medioambiental. Hay una visión en la que el desarrollo económico y el cuidado al medio ambiente no son mutuamente excluyentes. ¿Cómo pretende conseguirlo? No tengo idea. Pero queda claro que cada acción emprendida será por el interés nacional, independientemente del impacto global o el “mensaje” que estas transmitan a la comunidad internacional. En 2017, Thomas Carothers (director del Carnegie Endowment for International Peace) apuntó que la nueva administración buscaba “alejar a Estados Unidos del amplio compromiso de apoyar activamente el avance global de la democracia”. La llamada vocación de “promoción democrática” de los Estados Unidos, que todos los presidentes desde Reagan habían impulsado, no fue y no es una prioridad para Trump. Para Carothers, el principal “daño” que Trump infringió, y creo que lo continuará infringiendo, tiene que ver con el debilitamiento de la democracia americana misma. El Reporte 2024 del V-Dem Project advertía de la naturaleza trascendental de la pasada elección presidencial, ya que su resultado podría cambiarlo todo, para bien o para mal. El Reporte alertaba sobre el precedente negativo que Trump dejó durante su primer mandato: debilitó “sustancialmente” la democracia americana en distintos sentidos, recurrió reiteradamente a retórica antidemocrática y mostró una preocupante afinidad por líderes autocráticos como Viktor Orban, Vladimir Putin y Kim Jong Un. Este Reporte refleja la preocupación global con respecto al retroceso democrático (democratic backsliding), como lo han llamado autores y autoras como Bermeo, Haggard, Kaufman; o la “autrocratización” como la han llamado autores y autoras como Pelke y Croissant. Ambos conceptos hacen referencia, simplificando mucho, a cómo las democracias van perdiendo sus atributos democráticos -en muchos casos- a manos de sus propios líderes.Rachel Riedl, profesora en la Universidad de Cornell, sostiene que el proceder de Trump es indicativo de que EE. UU. no es inmune al retroceso democrático que se experimenta a nivel global. El caso de los EE. UU. nos está diciendo que nadie se salva del peligro del declive democrático. Ninguna democracia está segura. El regreso al autoritarismo no es una pesadilla lejana. Y si la foto oficial de Trump es indicativa de sus intenciones y del futuro, no pinta bien. Cierro esta reflexión con una pregunta: ¿qué significa para el mundo si el país que se consideró a sí mismo como EL modelo de democracia, dejase de serlo?La autora es doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Ciencia Política por la UNAM y profesora de planta en el Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UDEM. Contacto: gabriela.cantur@udem.mx

El pasado diciembre, el Diccionario Webster reveló su palabra del año: polarización, que es la existencia de dos bandos que son muy diferentes en todos los sentidos: opiniones, creencias e intereses.
La realidad deja de ser un continuo y se tienen dos extremos. El regreso al poder de Donald Trump revela que este es una figura polarizante, sin lugar a dudas, y para esto, basta analizar su discurso inaugural del 20 de enero, que muchos y muchas aplaudieron y otros no tanto.
Inició diciendo que “la era de oro de los Estados Unidos empieza ahora”. ¿Qué significa eso exactamente? Básicamente, que la intención es restablecer la estabilidad interna del país, lo cual pretende lograr vía múltiples órdenes ejecutivas, como la declaración de emergencia migratoria nacional en la frontera sur, la emergencia energética, la designación de los cárteles de la droga como organizaciones terroristas extranjeras, entre otras.
En cuanto al exterior, Trump enlistó una serie de acciones que contribuirán a que Estados Unidos sea nuevamente un país respetado, admirado y envidiado por el mundo. Se enfocará, dijo, en no permitir que se aprovechen más de su país. ¿Cómo se ve esto en el mundo real? Por ejemplo, pretende atender la emergencia energética nacional a través de un énfasis en el extractivismo (“drill, baby, drill”), sacar el petróleo, el “oro líquido” para que Estados Unidos se haga rico otra vez.
Para lograrlo, ordenó retirar nuevamente a los Estados Unidos del Acuerdo de París y frenar el apoyo financiero sobre el tema medioambiental.
Hay una visión en la que el desarrollo económico y el cuidado al medio ambiente no son mutuamente excluyentes. ¿Cómo pretende conseguirlo? No tengo idea. Pero queda claro que cada acción emprendida será por el interés nacional, independientemente del impacto global o el “mensaje” que estas transmitan a la comunidad internacional.
En 2017, Thomas Carothers (director del Carnegie Endowment for International Peace) apuntó que la nueva administración buscaba “alejar a Estados Unidos del amplio compromiso de apoyar activamente el avance global de la democracia”.
La llamada vocación de “promoción democrática” de los Estados Unidos, que todos los presidentes desde Reagan habían impulsado, no fue y no es una prioridad para Trump. Para Carothers, el principal “daño” que Trump infringió, y creo que lo continuará infringiendo, tiene que ver con el debilitamiento de la democracia americana misma.
El Reporte 2024 del V-Dem Project advertía de la naturaleza trascendental de la pasada elección presidencial, ya que su resultado podría cambiarlo todo, para bien o para mal.
El Reporte alertaba sobre el precedente negativo que Trump dejó durante su primer mandato: debilitó “sustancialmente” la democracia americana en distintos sentidos, recurrió reiteradamente a retórica antidemocrática y mostró una preocupante afinidad por líderes autocráticos como Viktor Orban, Vladimir Putin y Kim Jong Un.
Este Reporte refleja la preocupación global con respecto al retroceso democrático (democratic backsliding), como lo han llamado autores y autoras como Bermeo, Haggard, Kaufman; o la “autrocratización” como la han llamado autores y autoras como Pelke y Croissant.
Ambos conceptos hacen referencia, simplificando mucho, a cómo las democracias van perdiendo sus atributos democráticos -en muchos casos- a manos de sus propios líderes.
Rachel Riedl, profesora en la Universidad de Cornell, sostiene que el proceder de Trump es indicativo de que EE. UU. no es inmune al retroceso democrático que se experimenta a nivel global.
El caso de los EE. UU. nos está diciendo que nadie se salva del peligro del declive democrático. Ninguna democracia está segura.
El regreso al autoritarismo no es una pesadilla lejana. Y si la foto oficial de Trump es indicativa de sus intenciones y del futuro, no pinta bien. Cierro esta reflexión con una pregunta: ¿qué significa para el mundo si el país que se consideró a sí mismo como EL modelo de democracia, dejase de serlo?
La autora es doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Ciencia Política por la UNAM y profesora de planta en el Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UDEM.
Contacto: gabriela.cantur@udem.mx