Fue creado como un refugio veraniego de la aristocracia porteña, se convirtió en el búnker de un sindicato y hoy está abandonado
Fundado en 1910 por un visionario hotelero, se convirtió en un ícono necochense; hoy es propiedad de la UATRE y se encuentra en estado de abandono

En Necochea, justo ahí donde la Avenida 4 se encuentra con la calle 79, resalta una estructura de estilo “neoclásico francés” cubierta de óxido, con sus ventanas tapiadas e invadida por pequeñas plantas. Para quienes visitan por primera vez la ciudad, puede parecer una ruina más, de esas tantas que hay en toda localidad bonaerense, vestigios de una época esplendorosa. Pero cualquier necochense o veraneante histórico sabe que es, en realidad, un ícono indiscutible: el antiguo Hotel Marino.
José Marino y Genoveva Piloni, un joven matrimonio genovés, habían cruzado el Océano persiguiendo un sueño común: “Hacer la América”. Primero se radicaron en Maipú, luego llegaron a Necochea, que comenzaba a desarrollarse como un destino turístico, una alternativa a Mar del Plata.
Tuvieron un crecimiento vertiginoso. En 1887, seis años después de la fundación de la ciudad, abrieron su primer emprendimiento, el Gran Hotel de la Amistad. Y fue un éxito. Dos años más tarde, para satisfacer a una clientela que no paraba de crecer, decidieron expandirse y alquilaron el hotel El San Sebastián Argentino. Peor muy pronto les quedó chico. En 1896 los Marino compraron La Perla General Díaz Vélez, un hotel de madera ubicada en la avenida 2 y 79, frente al monumental Hotel Necochea.
Ya consagrados, con una gran clientela que los seguía, Marino decidió comprar un pedazo de tierra aún virgen en una ubicación estratégica, a solo 100 metros del mar, para construir el hotel definitivo. Lo bautizó con su nombre: Hotel Marino.
Aunque todavía era una localidad en desarrollo, con sus simpáticas calles de tierra y una infraestructura bastante incipiente, Necochea había mostrado varios signos de crecimiento desde la llegada del ferrocarril en 1894.
El edificio, de una sola planta, se inauguró en 1910. Además de su ubicación privilegiada, a una cuadra del mar, el Hotel Marino contaba con balneario propio, un comedor exclusivo para huéspedes con capacidad para más de 300 personas y un fantástico salón de baile, entre otras comodidades.
Por sus pasillos y habitaciones deambularía una selecta clientela. Durante sus primeros años, fue elegido por familias de renombre, como los Güemes, Santamarina, Lavalle, Fernández Poblet, Irigoyen, Paglieri, Pinasco, Sahores, Pellerano, Egaña, Cobo y Cullen, quienes elegían el Hotel Marino para sus estancias estivales.
Una historia de versatilidad
A principios del siglo XX, la consolidación del turismo interno en la Argentina estuvo impulsado casi exclusivamente por clases altas. Las familias acomodadas, inspiradas en los hábitos de la sociedad europea, importaron el concepto de ciudades balnearias y veraneo a la Costa Atlántica. En este contexto, el Hotel Marino ofrecía las comodidades y el estatus necesario para orientarse a este público exclusivo: combinaba lujo, servicios de alta calidad y una ubicación estratégica.
Ofrecía dos jardines, una sala de juegos, solárium, sala de exposiciones, llamativas escaleras de mármol y un taller de artes plásticas. Contaba con habitaciones de techos altos, muchas de ellas orientadas hacia la calle, garantizando excelente ventilación, abundante luz natural y vistas privilegiadas. También disponía de un amplio salón de 18 por 26 metros, con pisos de incienso y mobiliario original de 1910, destinado a eventos sociales y culturales.
En los años 30, el turismo comenzó a expandirse. Las mejoras en la conectividad, como la pavimentación de rutas y expansión del ferrocarril, facilitaron el acceso a la costa, permitiendo que un número creciente de visitantes llegara a la ciudad.
Néstor Jorge Freitas, arquitecto y autor del libro Historia dibujada de mi pueblo Quequén-Necochea, explica a LA NACION que fue un período de transición: aunque el veraneo seguía siendo un privilegio de las clases altas, empezaban a asomarse sectores medios beneficiados por el modelo de país llevado a cabo durante el yrigoyenismo.
Freitas también relata que, durante los años 40, este cambio se profundizó: con la implementación de nuevas políticas laborales, el acceso al descanso y esparcimiento dejó de ser una exclusividad de las élites y comenzó a incluir a sectores trabajadores. Se promovieron las vacaciones pagas, facilitando la posibilidad de que más personas pudieran veranear. Esto permitió que el turismo se convirtiera en un fenómeno de mayor alcance, y los destinos tradicionales debieron adaptarse a una clientela diferente.
Familias que jamás habían tenido la posibilidad de veranear comenzaron a poblar las playas nacionales. El Hotel Marino, que en sus inicios había sido un espacio casi únicamente para la élite, abrió sus puertas a este nuevo público, adaptándose a la demanda de una clientela diversa. Para algunos huéspedes de antaño, esto significó el fin de la exclusividad que solían disfrutar; para otros, la oportunidad de compartir el mismo espacio con personas de distintos orígenes sociales.
Este período se reflejaba en la vida cotidiana del hotel. Las noches eran animadas con cenas en su amplio comedor, donde los comensales disfrutaban de platos elaborados con productos frescos de la región. Los bailes de gala, antes reservados, se convirtieron en eventos multitudinarios, acompañados por orquestas en vivo que hacían vibrar los salones.
Una ampliación constante
El Hotel Marino no siempre fue igual. Si bien desde un comienzo se consideraba un símbolo de sofisticación, su estructura cambió a lo largo de los años. La apariencia, inicialmente de estilo neoclásico francés, fue mutando en sus distintas obras. En 1930, se añadió un primer piso con influencias de la arquitectura normanda, caracterizado por un revocado de piedra y detalles lujosos que reflejaban el gusto de la élite de la época.
En 1950 se amplió para contar con 100 habitaciones, cocina propia, panadería y se decidió renovar la fachada con elementos modernos. Estas comodidades lo convirtieron en un epicentro de la vida social de Necochea, además de sede de numerosos eventos y celebraciones que marcaron la historia local.
El fin de los veranos gloriosos
Sin embargo, el modelo turístico basado en el crecimiento constante comenzó a resquebrajarse en las décadas siguientes. Con la crisis económica de los años 70 y el cambio en las prioridades del Estado, las políticas para favorecerlo fueron perdiendo protagonismo. En los años 90, se terminó de consolidar una transformación que dejó a muchas atracciones turísticas a la deriva y el Hotel Marino no fue la excepción.
Los salones que alguna vez brillaron con el esplendor de los bailes de gala fueron perdiendo su vitalidad. La cantidad de visitantes comenzó a disminuir, y con ella, la actividad que mantenía al hotel en funcionamiento. La falta de mantenimiento se hizo evidente con los años: las paredes comenzaron a resquebrajarse, las ventanas se cerraron y la vegetación se apropió de los rincones que antes eran transitados por huéspedes y trabajadores. Lo que alguna vez fue símbolo del auge turístico de Necochea, hoy permanece como una estructura fantasmagórica, un vestigio del pasado.
Un presente con algunas controversias
En 2010, los herederos vendieron el histórico hotel a la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (UATRE), liderada en ese entonces por el necochense Gerónimo Venegas. Todavía hay pintadas en la ciudad que repiten “Gerónimo Momo Venegas, el hombre que más hizo por Necochea”. La intención del sindicato era restaurar el edificio, que ya mostraba signos de deterioro, y devolverle su esplendor original.
Las obras comenzaron con la reparación de los techos y el recambio de tejas para preservar la fachada. Sin embargo, tras el fallecimiento de Venegas, en junio de 2017, el proyecto quedó inconcluso y el edificio continuó deteriorándose.
Desde entonces, el Hotel Marino permanece cerrado, tapiado, con una guardia mínima. A pesar de haber sido declarado Patrimonio Histórico por la Comisión Honoraria de Preservación del Patrimonio Arquitectónico e Histórico del Distrito de Necochea, no se han realizado esfuerzos significativos para su conservación. Al ser consultados, los miembros de UATRE no brindaron detalles sobre el estado del inmueble ni una proyección futura.
En febrero de este año, se levantó una polémica en la comunidad de Necochea al ver un cartel de la inmobiliaria ReMax anunciando su venta como una “histórica propiedad, ideal para desarrolladores”. El anuncio indicaba un precio cercano al millón de dólares. La controversia escaló cuando el municipio confirmó que la inmobiliaria no está autorizada para operar en el distrito, generando dudas sobre la legalidad de la operación.
Jorge Martínez, secretario de Gobierno de Necochea, afirmó en medios locales que la empresa no cuenta con la autorización correspondiente según la ordenanza regente. Esta situación ha generado inquietud entre los habitantes, que temen que el patrimonio histórico de la ciudad pueda verse afectado por operaciones irregulares. Para esta nota, LA NACION se comunico con el agente inmobiliario a cargo, Fernando Arias, quien aseguró que el hotel permanece en venta.
El futuro del Marino es incierto. Mientras el edificio sigue deteriorándose, la comunidad y las autoridades locales enfrentan el desafío de preservar la construcción. La situación plantea interrogantes sobre la responsabilidad en la conservación del patrimonio y la necesidad de proyectos viables que rescaten al hotel del olvido, devolviéndole su lugar en la historia y en la vida cotidiana de Necochea.