El último tendero del mercado del Naranjo en Córdoba: «Espero aguantar hasta la jubilación»
A Rafael Jiménez se le pueden aplicar perfectamente dos tópicos que, en esta ocasión, resultan perfectamente descriptivos: el último de Filipinas o el último mohicano. Con una salvedad, se trata del último tendero o comerciante del mercado del barrio de El Naranjo . Este carnicero de 62 años trabaja completamente solo en este lugar desde que hace tres se marchase la responsable del penúltimo negocio abierto, una pescadería. Desde entonces se mantiene impertérrito a la espera de la jubilación , atendiendo a las clientas de toda la vida en un mundo comercial completamente distinto al que vio crecer su oficio. «Aprendí el oficio a los 13 o 14 años por necesidad, porque yo quería estudiar. Mi hermano se convirtió en carnicero en Huerta de la Reina, y los sábados iba a aprender de él y de otros carniceros mayores», relata Jiménez, quien lleva 38 años ocupándose de una carnicería en el mercado. Primero, en el antiguo local y luego, en el nuevo, inaugurado en 2004. Los puestos vacíos contrastan con unas instalaciones modernas que nunca llegaron a llenarse del todo: «Como mucho, hemos llegado a estar seis puestos a la vez de unos quince. Algunos nunca se han usado». La soledad del comerciante se complementa con la ausencia de compradores. Sus clientas de toda la vida hacen sus pedidos por teléfono , y el mercado permanece vacío la mayor parte del tiempo. «No hay clientes nuevos desde hace mucho. Lo que hago es dar vueltecitas por aquí con las noticias en la radio». Jiménez espera aguantar hasta la jubilación: «Espero no ahogarme en la orilla». Sin embargo, se lleva buenos recuerdos de su oficio: «Lo que más me ha gustado es el trato directo con la gente y que nunca he tenido jefe, sólo los tuve en la 'mili', y lo llevé regular». Para Jiménez, la decadencia de los mercados de abastos es resultado de los nuevos hábitos de compra, la falta de oferta comercial y la proliferación de supermercados. «Ahora mismo esto no es rentable . Hay gente joven que viene a preguntar y, aunque pago unos 115 euros al mes por el puesto, les quito las ganas de empezar». Señala una pescadería cercana: «Ese local tiene el récord, duró solo un mes abierto». Concluye con rotundidad: «Este modelo de mercado ya no se sostiene». Conchi Cabello, clienta del mercado desde hace 32 años, admite: «La culpa de que desaparezca es nuestra, los clientes . Olvidamos el mercado de diario y nos vamos a las grandes superficies». Catalina Tamara, otra clienta de toda la vida, lamenta la situación: «Es una pena, pero es culpa de los supermercados ». Sus charlas con Rafael Jiménez, el último tendero de El Naranjo, suena a despedida . Son ecos de un tiempo que no volverá.
A Rafael Jiménez se le pueden aplicar perfectamente dos tópicos que, en esta ocasión, resultan perfectamente descriptivos: el último de Filipinas o el último mohicano. Con una salvedad, se trata del último tendero o comerciante del mercado del barrio de El Naranjo . Este carnicero de 62 años trabaja completamente solo en este lugar desde que hace tres se marchase la responsable del penúltimo negocio abierto, una pescadería. Desde entonces se mantiene impertérrito a la espera de la jubilación , atendiendo a las clientas de toda la vida en un mundo comercial completamente distinto al que vio crecer su oficio. «Aprendí el oficio a los 13 o 14 años por necesidad, porque yo quería estudiar. Mi hermano se convirtió en carnicero en Huerta de la Reina, y los sábados iba a aprender de él y de otros carniceros mayores», relata Jiménez, quien lleva 38 años ocupándose de una carnicería en el mercado. Primero, en el antiguo local y luego, en el nuevo, inaugurado en 2004. Los puestos vacíos contrastan con unas instalaciones modernas que nunca llegaron a llenarse del todo: «Como mucho, hemos llegado a estar seis puestos a la vez de unos quince. Algunos nunca se han usado». La soledad del comerciante se complementa con la ausencia de compradores. Sus clientas de toda la vida hacen sus pedidos por teléfono , y el mercado permanece vacío la mayor parte del tiempo. «No hay clientes nuevos desde hace mucho. Lo que hago es dar vueltecitas por aquí con las noticias en la radio». Jiménez espera aguantar hasta la jubilación: «Espero no ahogarme en la orilla». Sin embargo, se lleva buenos recuerdos de su oficio: «Lo que más me ha gustado es el trato directo con la gente y que nunca he tenido jefe, sólo los tuve en la 'mili', y lo llevé regular». Para Jiménez, la decadencia de los mercados de abastos es resultado de los nuevos hábitos de compra, la falta de oferta comercial y la proliferación de supermercados. «Ahora mismo esto no es rentable . Hay gente joven que viene a preguntar y, aunque pago unos 115 euros al mes por el puesto, les quito las ganas de empezar». Señala una pescadería cercana: «Ese local tiene el récord, duró solo un mes abierto». Concluye con rotundidad: «Este modelo de mercado ya no se sostiene». Conchi Cabello, clienta del mercado desde hace 32 años, admite: «La culpa de que desaparezca es nuestra, los clientes . Olvidamos el mercado de diario y nos vamos a las grandes superficies». Catalina Tamara, otra clienta de toda la vida, lamenta la situación: «Es una pena, pero es culpa de los supermercados ». Sus charlas con Rafael Jiménez, el último tendero de El Naranjo, suena a despedida . Son ecos de un tiempo que no volverá.
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