El difícil relevo generacional para los jóvenes en el campo de Castilla-La Mancha
«Ser joven y querer trabajar en agricultura o ganadería es difícil con o sin ayudas. Para dedicarte a esto te tiene que gustar y ser algo vocacional porque es muy duro». Así de claro se expresa durante una conversación con ABC, en un descanso de su larga jornada laboral, Conrado Ortiz, joven agricultor de 34 años que hace pocos años tomó el relevo de su padre, del que heredó el nombre, además de una explotación agrícola en Torrejoncillo del Rey, pequeño municipio de unos 300 habitantes en La Alcarria conquense. Él, junto con su hermano de 25 años, Ángel, son los que, a trancas y barrancas, llevan ahora las riendas de un negocio familiar que depende, en gran parte, de las ayudas públicas para la incorporación de jóvenes al campo. Una última convocatoria de la Junta de Comunidades que para inicios de este año ascendía a unos 23 millones de euros y que había recibido unas 1.300 solicitudes, pero sólo se han resuelto 600, según informó la Unión de Agricultores y Ganaderos de Castilla-La Mancha, que denunciaron que «700 jóvenes agricultores se han quedado fuera, algo que no había pasado nunca». «Mi hermano es un de los que se ha quedado fuera», se queja Conrado, que desvela a este diario que «algunas de esas ayudas van dirigidas a jóvenes, muchos de ellos chicas, que están estudiando o trabajando en otras cosas, sin haber pisado casi nunca el campo o que no se han subido a un tractor, mientras que otros, como Ángel, lleva ya tres años dedicando su cuerpo y alma a nuestra explotación agrícola». Cabreado por esta circunstancia, ambos tendrán que seguir esperando a un nuevo presupuesto prometido por la Consejería de Agricultura , que de llegar, van a destinar a una sembradora con la que iban a ahorrar tiempo y dinero para el cultivo de los cereales y de los girasoles, cuyas pipas son uno de los productos estrella de la comarca en la que viven. A ello se ha comprometido el consejero de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural, Julián Martínez Lizán , quien, tras quedarse muchos jóvenes fuera de las ayudas, ya ha expresado en numerosas ocasiones un mensaje de tranquilidad para todos ellos. Consciente de esta situación, dijo que en la convocatoria actual se decidió duplicar el presupuesto hasta los 50 millones de euros. «Este aumento permitirá atender tanto los expedientes que quedaron fuera en 2023 como las nuevas solicitudes para el periodo 2024-2025», aseguró. Mientras tanto, Conrado y Ángel, junto con su padre, siguen sacando adelante el trabajo como pueden. En su explotación agrícola, aparte de los cereales y los girasoles, también cuentan con un olivar, donde les pillamos en plena poda de los olivos, arrodillando la cebada y echando abono al campo. Tareas típicas de la época del año en la que nos encontramos y que les hacen echar muchas horas de jornada laboral. «Ahora nos levantamos en torno a las siete de la mañana para aprovechar las horas de luz y estamos en el tajo de ocho a ocho de la tarde, es decir unas doce horas diarias, que en verano pueden llegar a ser bastante más por la siembra del girasol o las cosechas», explica el joven agricultor, que lleva desde 2010 a pie de campo. «Yo no valía para estudiar y a los 20 años, cuando terminé el Bachillerato obligado por mi madre, me puse a ayudar a mi padre en el campo, que era lo que me gustaba y lo que siempre le había visto hacer a él y a mi abuelo», reconoce Conrado, que en 2017 también puso en marcha una granja de 2.000 cerdos también, un proyecto no exento de polémica, ya que grupos ecologistas comenzaron a recoger firmas para paralizarla con el beneplácito del Ayuntamiento de Torrejoncillo del Rey y que hasta 2022, cinco años después, no comenzó a funcionar. De hecho, este municipio conquense es un caso paradigmático de las quejas por la contaminación de las macrogranjas porcinas denunciada desde diferentes ámbitos. Pero, más allá de esa polémica, este pequeño negocio familiar agrícola y ganadero tiene que hacer frente a otra serie de dilemas que tienen que ver con el día a día de lo que es la gestión de una explotación de estas características. «Uno de los grandes problemas al que nos enfrentamos es la subida de los precios, desde el abono al gasoil, pasando por la maquinaria, pero tú luego no puedes poner el precio de venta de tus productos, de la aceituna, de las pipas o de la cebada, ya que te viene marcado por la lonja», se queja amargamente el joven agricultor. A ello se suma otro factor más, quizá el más importante, que es el clima y sus inclemencias. «Si viene un año bueno, puedes sacar un buen resultado, pero, aunque tú hagas las cosas bien y no llueve, tu trabajo no sirve para nada», asegura, para añadir que las «pérdidas pueden ascender a miles de euros» en el caso de un mal año, algo que llevan sufriendo en sus propias carnes en los últimas temporadas. Afortunadamente, en su caso, como socio de Asaja (Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores) , recibe el respaldo y el asesoramiento de sus técnicos en temas como los seguros, las ayudas de l
«Ser joven y querer trabajar en agricultura o ganadería es difícil con o sin ayudas. Para dedicarte a esto te tiene que gustar y ser algo vocacional porque es muy duro». Así de claro se expresa durante una conversación con ABC, en un descanso de su larga jornada laboral, Conrado Ortiz, joven agricultor de 34 años que hace pocos años tomó el relevo de su padre, del que heredó el nombre, además de una explotación agrícola en Torrejoncillo del Rey, pequeño municipio de unos 300 habitantes en La Alcarria conquense. Él, junto con su hermano de 25 años, Ángel, son los que, a trancas y barrancas, llevan ahora las riendas de un negocio familiar que depende, en gran parte, de las ayudas públicas para la incorporación de jóvenes al campo. Una última convocatoria de la Junta de Comunidades que para inicios de este año ascendía a unos 23 millones de euros y que había recibido unas 1.300 solicitudes, pero sólo se han resuelto 600, según informó la Unión de Agricultores y Ganaderos de Castilla-La Mancha, que denunciaron que «700 jóvenes agricultores se han quedado fuera, algo que no había pasado nunca». «Mi hermano es un de los que se ha quedado fuera», se queja Conrado, que desvela a este diario que «algunas de esas ayudas van dirigidas a jóvenes, muchos de ellos chicas, que están estudiando o trabajando en otras cosas, sin haber pisado casi nunca el campo o que no se han subido a un tractor, mientras que otros, como Ángel, lleva ya tres años dedicando su cuerpo y alma a nuestra explotación agrícola». Cabreado por esta circunstancia, ambos tendrán que seguir esperando a un nuevo presupuesto prometido por la Consejería de Agricultura , que de llegar, van a destinar a una sembradora con la que iban a ahorrar tiempo y dinero para el cultivo de los cereales y de los girasoles, cuyas pipas son uno de los productos estrella de la comarca en la que viven. A ello se ha comprometido el consejero de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural, Julián Martínez Lizán , quien, tras quedarse muchos jóvenes fuera de las ayudas, ya ha expresado en numerosas ocasiones un mensaje de tranquilidad para todos ellos. Consciente de esta situación, dijo que en la convocatoria actual se decidió duplicar el presupuesto hasta los 50 millones de euros. «Este aumento permitirá atender tanto los expedientes que quedaron fuera en 2023 como las nuevas solicitudes para el periodo 2024-2025», aseguró. Mientras tanto, Conrado y Ángel, junto con su padre, siguen sacando adelante el trabajo como pueden. En su explotación agrícola, aparte de los cereales y los girasoles, también cuentan con un olivar, donde les pillamos en plena poda de los olivos, arrodillando la cebada y echando abono al campo. Tareas típicas de la época del año en la que nos encontramos y que les hacen echar muchas horas de jornada laboral. «Ahora nos levantamos en torno a las siete de la mañana para aprovechar las horas de luz y estamos en el tajo de ocho a ocho de la tarde, es decir unas doce horas diarias, que en verano pueden llegar a ser bastante más por la siembra del girasol o las cosechas», explica el joven agricultor, que lleva desde 2010 a pie de campo. «Yo no valía para estudiar y a los 20 años, cuando terminé el Bachillerato obligado por mi madre, me puse a ayudar a mi padre en el campo, que era lo que me gustaba y lo que siempre le había visto hacer a él y a mi abuelo», reconoce Conrado, que en 2017 también puso en marcha una granja de 2.000 cerdos también, un proyecto no exento de polémica, ya que grupos ecologistas comenzaron a recoger firmas para paralizarla con el beneplácito del Ayuntamiento de Torrejoncillo del Rey y que hasta 2022, cinco años después, no comenzó a funcionar. De hecho, este municipio conquense es un caso paradigmático de las quejas por la contaminación de las macrogranjas porcinas denunciada desde diferentes ámbitos. Pero, más allá de esa polémica, este pequeño negocio familiar agrícola y ganadero tiene que hacer frente a otra serie de dilemas que tienen que ver con el día a día de lo que es la gestión de una explotación de estas características. «Uno de los grandes problemas al que nos enfrentamos es la subida de los precios, desde el abono al gasoil, pasando por la maquinaria, pero tú luego no puedes poner el precio de venta de tus productos, de la aceituna, de las pipas o de la cebada, ya que te viene marcado por la lonja», se queja amargamente el joven agricultor. A ello se suma otro factor más, quizá el más importante, que es el clima y sus inclemencias. «Si viene un año bueno, puedes sacar un buen resultado, pero, aunque tú hagas las cosas bien y no llueve, tu trabajo no sirve para nada», asegura, para añadir que las «pérdidas pueden ascender a miles de euros» en el caso de un mal año, algo que llevan sufriendo en sus propias carnes en los últimas temporadas. Afortunadamente, en su caso, como socio de Asaja (Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores) , recibe el respaldo y el asesoramiento de sus técnicos en temas como los seguros, las ayudas de la PAC o en temas burocráticos. «Al final, como te decía al principio, te tiene que gustar porque es muy vocacional y son muchas horas las que le dedicas, cuando la recompensa es muy variable», concluye Conrado, quien, a la pregunta de si recomendaría su empleo a los jóvenes o si ha pensado en tirar la toalla, afirma: «No me veo trabajando en una oficina; el contacto con el campo y los animales me da la vida». Eso sí, aunque la relación con su novia va viento en popa, pues ella les respeta y entiende el largo tiempo que están sin verse, aún no tienen hijos. Habrá que esperar a una nueva generación de los Ortiz para el relevo del pequeño negocio familiar. Quizá para entonces haya más dinero en el presupuesto para la incorporación de los jóvenes a la agricultura.
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