El acusado del crimen de Elisa Abruñedo la arrastró 17 metros monte adentro para violarla
La desaparición y muerte de Elisa Abruñedo , ocurrida en septiembre de 2013, está a punto de juzgarse. Solo queda que la Audiencia provincial de La Coruña fije fecha para que el único acusado por el crimen, Roger Serafín, se siente en el banquillo. Será el principio del fin de una larga agonía para la familia de la víctima , que doce años después de la pérdida de Elisa espera conocer qué ocurrió esa tarde en la aldea de Cabanas donde la víctima residía. El fiscal del caso, que ya emitió su escrito de acusación, lo tiene claro. En el documento al que ha tenido acceso ABC, la Fiscalía resume la escena de terror que derivó en la muerte de la mujer , de 46 años en el momento de los hechos. Acota que entre las 20.45 y las 21 horas de esa jornada de verano, Elisa caminaba por el margen izquierdo de la carretera «en sentido Lavandeira» cuando el acusado la vio. Ella regresaba a su casa, ubicada a pocos metros, y él circulaba por la carretera a los mandos de su viejo Citroën, el mismo que dejó «mal aparcado en un camino vecinal» tras detenerse «precipitadamente» para abordar a Elisa. El fiscal del caso —que estuvo una década en punto muerto por las dificultades para identificar al sospechoso que había agredido a la mujer— defiende que Serafín atacó a la ferrolana movido por «un ánimo libidinoso» . Según su tesis, que deberá ser demostrada en juicio, el acusado la sorprendió por la espalda en el punto 7,500 de la vía principal « agarrándola fuertemente con un brazo y golpeándola en la cara , en la zona de la mandíbula». Con la víctima ya reducida, el encausado se introdujo en el terreno situado al lado de la carretera, en el que había pinos y abundante vegetación de monte bajo, arrastrando a Elisa «marcha atrás mientras la sostenía fuertemente de espaldas a él, recorriendo aproximadamente 17 metros hasta el interior de la parcela , donde no podía ser visto desde la carretera». Una vez a salvo de la mirada de cualquier que pasara por la zona, y sabiéndose protegido por la vegetación, Serafín actuó. Lo hizo, describe el escrito del fiscal, con violencia y rapidez . El representante del Ministerio Público defenderá en la sala, apoyándose en el trabajo policial y en el resultado de sus indagaciones, que el atacante tiró a Elisa al suelo «de forma que quedó frente a él, se tumbó encima de ella, la desnudó parcialmente al tiempo que la sujetaba (...) y, tras obligarla a abrir y flexionar sus piernas haciendo fuerza con su propio cuerpo, la penetró vaginalmente, eyaculando en su interior». Acto seguido, se irguió hasta arrodillarse encima de la víctima, y, aprovechando que se encontraba aturdida y desvalida, « sacó repentinamente una navaja o cuchillo del bolsillo de su pantalón y la apuñaló , propinándole dos cuchilladas en el torso y una en el cuello», tras lo cual huyó del lugar monte a través hasta alcanzar su vehículo, en el que abandonó apresuradamente la zona. Con el paréntesis de lo ocurrido aún por esclarecer, un vecino encontró el cuerpo de Elisa tirada en el monte unos días después del crimen. En ese momento empezó una carrera por dar con el autor de los hechos que se acabó convirtiendo en una verdadera maratón. Nadie parecía haber visto nada y las pistas para señalar a un culpable eran escasas . Solo el ADN que había dejado en su cuerpo podría llevar a los investigadores hasta un criminal que, tenían claro, ni conocía a Elisa ni estaba fichado . Las pesquisas que conectan ese rastro genético con Roger Serafín pasarán a la historia de la criminología española. Como si de una aguja en un pajar se tratase, los agentes del equipo de Delitos contra las personas de la Guardia Civil de La Coruña tiraron de ese ADN de la mano de un forense que les descubrió un detalle definitorio: el portador de esa genética era un pelirrojo de piel blanca . Con esa certeza, que dejaba fuera al 95 por ciento de la población, empezó un arduo trabajo que se basó en cribados voluntarios de la zona entre personas que cumplían con esos requisitos. El ingenio policial incluso los llevó a repasar los libros parroquiales de la diócesis de Ferrol para descartar posibles sospechosos a medida que escalaban por los árboles genealógicos de los habitantes de la comarca que eran susceptibles de haber provocado la muerte. Con la firma genética que el asesino dejó en el cuerpo, una huella única a intransferible, los agentes cruzaron el cabello rojo del asesino con otro dato vital: su querencia por la caza . Lo descubrieron por el tipo de cuchillo con el que mataron a Elisa, propio de un cazador. Y tras una década de indagaciones y callejones sin salida, la llave al fin giró. Doce años después del crimen, el caso llegará a juicio con una petición de prisión para el acusado, que lleva en prisión provisional desde el momento de su detención, de 32 años.
La desaparición y muerte de Elisa Abruñedo , ocurrida en septiembre de 2013, está a punto de juzgarse. Solo queda que la Audiencia provincial de La Coruña fije fecha para que el único acusado por el crimen, Roger Serafín, se siente en el banquillo. Será el principio del fin de una larga agonía para la familia de la víctima , que doce años después de la pérdida de Elisa espera conocer qué ocurrió esa tarde en la aldea de Cabanas donde la víctima residía. El fiscal del caso, que ya emitió su escrito de acusación, lo tiene claro. En el documento al que ha tenido acceso ABC, la Fiscalía resume la escena de terror que derivó en la muerte de la mujer , de 46 años en el momento de los hechos. Acota que entre las 20.45 y las 21 horas de esa jornada de verano, Elisa caminaba por el margen izquierdo de la carretera «en sentido Lavandeira» cuando el acusado la vio. Ella regresaba a su casa, ubicada a pocos metros, y él circulaba por la carretera a los mandos de su viejo Citroën, el mismo que dejó «mal aparcado en un camino vecinal» tras detenerse «precipitadamente» para abordar a Elisa. El fiscal del caso —que estuvo una década en punto muerto por las dificultades para identificar al sospechoso que había agredido a la mujer— defiende que Serafín atacó a la ferrolana movido por «un ánimo libidinoso» . Según su tesis, que deberá ser demostrada en juicio, el acusado la sorprendió por la espalda en el punto 7,500 de la vía principal « agarrándola fuertemente con un brazo y golpeándola en la cara , en la zona de la mandíbula». Con la víctima ya reducida, el encausado se introdujo en el terreno situado al lado de la carretera, en el que había pinos y abundante vegetación de monte bajo, arrastrando a Elisa «marcha atrás mientras la sostenía fuertemente de espaldas a él, recorriendo aproximadamente 17 metros hasta el interior de la parcela , donde no podía ser visto desde la carretera». Una vez a salvo de la mirada de cualquier que pasara por la zona, y sabiéndose protegido por la vegetación, Serafín actuó. Lo hizo, describe el escrito del fiscal, con violencia y rapidez . El representante del Ministerio Público defenderá en la sala, apoyándose en el trabajo policial y en el resultado de sus indagaciones, que el atacante tiró a Elisa al suelo «de forma que quedó frente a él, se tumbó encima de ella, la desnudó parcialmente al tiempo que la sujetaba (...) y, tras obligarla a abrir y flexionar sus piernas haciendo fuerza con su propio cuerpo, la penetró vaginalmente, eyaculando en su interior». Acto seguido, se irguió hasta arrodillarse encima de la víctima, y, aprovechando que se encontraba aturdida y desvalida, « sacó repentinamente una navaja o cuchillo del bolsillo de su pantalón y la apuñaló , propinándole dos cuchilladas en el torso y una en el cuello», tras lo cual huyó del lugar monte a través hasta alcanzar su vehículo, en el que abandonó apresuradamente la zona. Con el paréntesis de lo ocurrido aún por esclarecer, un vecino encontró el cuerpo de Elisa tirada en el monte unos días después del crimen. En ese momento empezó una carrera por dar con el autor de los hechos que se acabó convirtiendo en una verdadera maratón. Nadie parecía haber visto nada y las pistas para señalar a un culpable eran escasas . Solo el ADN que había dejado en su cuerpo podría llevar a los investigadores hasta un criminal que, tenían claro, ni conocía a Elisa ni estaba fichado . Las pesquisas que conectan ese rastro genético con Roger Serafín pasarán a la historia de la criminología española. Como si de una aguja en un pajar se tratase, los agentes del equipo de Delitos contra las personas de la Guardia Civil de La Coruña tiraron de ese ADN de la mano de un forense que les descubrió un detalle definitorio: el portador de esa genética era un pelirrojo de piel blanca . Con esa certeza, que dejaba fuera al 95 por ciento de la población, empezó un arduo trabajo que se basó en cribados voluntarios de la zona entre personas que cumplían con esos requisitos. El ingenio policial incluso los llevó a repasar los libros parroquiales de la diócesis de Ferrol para descartar posibles sospechosos a medida que escalaban por los árboles genealógicos de los habitantes de la comarca que eran susceptibles de haber provocado la muerte. Con la firma genética que el asesino dejó en el cuerpo, una huella única a intransferible, los agentes cruzaron el cabello rojo del asesino con otro dato vital: su querencia por la caza . Lo descubrieron por el tipo de cuchillo con el que mataron a Elisa, propio de un cazador. Y tras una década de indagaciones y callejones sin salida, la llave al fin giró. Doce años después del crimen, el caso llegará a juicio con una petición de prisión para el acusado, que lleva en prisión provisional desde el momento de su detención, de 32 años.
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