Cara de niño: esta icónica especie se transformó (y cambia todo lo que creíamos saber)
En México, los cara de niño son parte del paisaje de la infancia: esos bichos que encuentras bajo una piedra, con cabeza grande, patas fuertes y un aire que te hace dudar si correr o quedarte mirándolos. Siempre los vimos como un solo tipo de insecto, pero un nuevo estudio taxonómico acaba de demostrar que […]

En México, los cara de niño son parte del paisaje de la infancia: esos bichos que encuentras bajo una piedra, con cabeza grande, patas fuertes y un aire que te hace dudar si correr o quedarte mirándolos. Siempre los vimos como un solo tipo de insecto, pero un nuevo estudio taxonómico acaba de demostrar que no es así. Resulta que estos bichos forman un grupo mucho más diverso de lo que creíamos, con al menos nueve especies distintas, siete de ellas recién descubiertas por la ciencia. Esto cambia todo lo que pensábamos sobre ellos.
¿Qué son los cara de niño?
Los cara de niño pertenecen al género Stenopelmatus, un grupo de ortópteros emparentados con los grillos y conocidos como Jerusalem crickets en otros países. Son criaturas nocturnas que pasan la mayor parte de su vida bajo tierra, lo que les da un aire misterioso. Su look peculiar, con esa cabeza robusta y cuerpo tosco, ha alimentado mitos: algunos dicen que son venenosos (mentira total) o que sus mordidas son peligrosas (pueden dar un pellizco, pero nada serio). Los encuentras en muchas partes de México, desde patios hasta sierras, pero hasta hace poco nadie sospechaba cuánta variedad escondían en su mundo subterráneo.
¿Cómo se descubrió que hay varias especies?
Un equipo del Instituto de Biología de la UNAM, junto con otros investigadores, hicieron una revisión taxonómica del grupo Stenopelmatus talpa. No fue un trabajo cualquiera: analizaron el ADN de un montón de especímenes usando códigos de barras moleculares y se fijaron en detalles físicos específicos, como los genitales internos masculinos, que funcionan como una especie de huella digital para diferenciarlos. El resultado fue alucinante: identificaron nueve especies distintas. Dos ya eran conocidas, S. talpa y S. typhlops, pero las otras siete son nuevas para la ciencia. De esas, cuatro ya tienen nombre oficial: S. chilango (en la Ciudad de México), S. purepecha (Michoacán), S. sierragordaensis (Sierra Gorda) y S. tlaxcalli (Tlaxcala). Cada una tiene su propio estilo, desde diferencias en el cuerpo hasta los lugares donde viven.
¿Por qué es importante esta separación?
Reconocer que hay varias especies de cara de niño nos ayuda a entender mejor la biodiversidad mexicana, que es mucho más rica de lo que imaginábamos. Si siguiéramos pensando que todos son iguales, podríamos estar ignorando que algunos están en peligro por cosas como la deforestación o el cambio climático. Saber que hay diferencias nos da la oportunidad de crear estrategias específicas para protegerlos, especialmente en zonas como la Faja Volcánica Transmexicana o la Sierra Madre Oriental, donde estas criaturas han evolucionado durante millones de años.
Un patio lleno de secretos por descubrir
Este estudio es un recordatorio brutal de que la biodiversidad no solo vive en selvas lejanas o documentales de naturaleza. Está aquí, en los jardines, bajo las rocas del camino o en esa esquina del patio donde nunca miras. Cada cara de niño que veas podría ser parte de una especie que la ciencia está apenas conociendo. Y no es el final de la historia: los investigadores creen que podrían aparecer más especies con futuros estudios. Piénsalo: estos bichos han estado con nosotros siempre, pero recién ahora estamos empezando a entender cuántos tipos hay.
Gracias a este estudio, sabemos que son nueve especies distintas, siete de ellas recién salidas del anonimato. Desde el S. chilango de la CDMX hasta el S. purepecha de Michoacán, cada una trae su propia personalidad y nos obliga a replantearnos lo que creíamos. Es ciencia en acción, mostrándonos que el suelo bajo nuestros pies guarda más secretos de los que sospechábamos. La próxima vez que veas un cara de niño, tal vez estés ante una especie que la ciencia apenas está conociendo. Y quién sabe, con más estudios podríamos descubrir que aún hay más especies ocultas entre nosotros.