Capitalismo límbico, de David T. Courtwright
Este ensayo muestra el modo en que las multinacionales buscan incitarnos al consumo desenfrenado mediante la estimulación de nuestro centro de recompensa cerebral. Conviene recordar a este respecto que los beneficios obtenidos por la venta de los libros Yonki Books van destinados a sostener el trabajo que realiza la Fundación MAR con las familias afectadas... Leer más La entrada Capitalismo límbico, de David T. Courtwright aparece primero en Zenda.

Este ensayo muestra el modo en que las multinacionales buscan incitarnos al consumo desenfrenado mediante la estimulación de nuestro centro de recompensa cerebral. Conviene recordar a este respecto que los beneficios obtenidos por la venta de los libros Yonki Books van destinados a sostener el trabajo que realiza la Fundación MAR con las familias afectadas por la adicción. Más información en www.maradicciones.org
En Zenda reproducimos parte de la Introducción de Capitalismo límbico. Cómo la adicción se convirtió en un gran negocio (Yonki Books), de David T. Courtwright.
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INTRODUCCIÓN
En el verano de 2010, un estudiante sueco de posgrado llamado Daniel Berg se me acercó un día tras una charla que yo acababa de dar en el Christ’s College (Cambridge). Durante esta, mencioné de pasada la adicción a Internet, y Berg afirmó que yo estaba más en lo cierto de lo que pudiera imaginarme. Muchos de sus amigos varones en la Universidad de Estocolmo habían dejado los estudios para vivir en colchonetas jugando compulsivamente al videojuego World of Warcraft. Hablaban una especie de jerga que tenía más de inglés que de sueco. Se pasaban el día entero jugando.
—Muy angustiados —respondió Berg.
—Pero ¿aun así siguen jugando?
—Sí, siguen jugando.
En efecto, este tipo de conducta se asemeja a una adicción en tanto en cuanto se trata de la búsqueda compulsiva (y llena de arrepentimiento) de placeres efímeros que acaban siendo perjudiciales para el individuo y para el conjunto de la población. En lo que a juegos se refiere, los hombres suecos eran quienes sufrían un coste personal más elevado. Tal y como me dijo Berg, se había convertido en el único estudiante varón de su programa de posgrado de Historia Económica.
De vuelta a mi casa en Florida, me percaté de que allí las distracciones digitales eran más democráticas en cuanto a los costes académicos que exigían. En las salas de conferencias, tanto mujeres como hombres usaban teléfonos inteligentes con igual frecuencia. Pero cuando les conté a mis alumnos la anécdota de Berg, se vieron reflejados de inmediato. Uno de ellos admitió que había perdido un año por culpa del juego compulsivo, aunque dijo que se estaba recuperando (y debo añadir que a duras penas, si nos fijábamos en sus notas académicas). Otro estudiante conocía a jugadores que tenían junto a sus ordenadores latas vacías. Las usaban para no tener que ir al baño.
Para mí, la lata junto al ordenador se acabó convirtiendo en un símbolo de cómo la adicción había cambiado de significado. Aún en la década de 1970, la palabra adicción rara vez se refería a otra cosa que no fuera la drogodependencia. Sin embargo, durante los cuarenta años siguientes, el concepto se amplió. Abundan las memorias cuyos autores confiesan ser adictos al juego, al sexo, a las compras o a los carbohidratos. Los terapeutas sexuales alemanes consideraron la pornografía digital una «droga de iniciación» que atrapaba a los jóvenes. The New York Times publicó un artículo de opinión donde se declaraba que el azúcar es adictivo «de manera literal, tal y como lo son las drogas». En Nueva Zelanda, una joven madre que había perdido toda su dentadura por beber hasta diez litros de Coca-Cola diarios acabó copando titulares cuando murió de arritmia coronaria. En la provincia de Jiangsu, un nini de diecinueve años fue noticia cuando se cortó la mano izquierda para remediar su adicción a Internet. Unos funcionarios chinos determinaron que hasta un 14% de sus compañeros estaban enganchados de manera similar, y por ello se crearon campamentos para rehabilitar a adictos a Internet; un ejemplo que siguieron Corea del Sur y Japón. Los legisladores taiwaneses votaron a favor de multar a aquellos padres que permitieran que sus hijos pasasen demasiado tiempo online, mediante la actualización de una ley que prohibía a los menores fumar, beber, consumir drogas y mascar betel. Tan solo el último hábito no atrajo a los estadounidenses, el 47% de los cuales mostró indicios de al menos un trastorno conductual o de adicción a sustancias en un año determinado a principios de la década de 2000. Con frecuencia mostraban indicios de más de un trastorno.
Los investigadores médicos han descubierto que las adicciones conductuales y a sustancias comparten evoluciones naturales muy parecidas; producen modificaciones cerebrales similares, patrones similares de tolerancia y experiencias similares de apetencia, embriaguez y abstinencia. Además, revelan tendencias genéticas similares hacia compulsiones y trastornos de personalidad similares. Por lo general, no hay mucha diferencia entre el ludópata de las apuestas y el que frecuenta los bares de los casinos. En 2013, la nueva edición de la biblia de la psiquiatría, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales: DSM-5, describía los trastornos del juego en términos idénticos a los usados para definir la adicción a las drogas. Aun así, los editores prefirieron no clasificar aún el «trastorno de los juegos de Internet» directamente como una adicción y lo consideraron más bien un «problema que requiere más investigaciones». En 2018, la Organización Mundial de la Salud (OMS) agregó de manera oficial el «trastorno del juego» a su revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades.
Sin embargo, no a todo el mundo le parecía bien tanta charla en torno a la adicción. Los médicos evitaban abordar el tema por temor a desanimar o estigmatizar a sus pacientes. A los conservadores no les parecía más que una excusa con la que disculpar la falta de disciplina. Los científicos sociales lo tacharon de imperialismo médico. Los filósofos señalaron lo que les parecía una confusión: la práctica engañosa de usar la misma palabra para describir conceptos diferentes. Y entiendo lo que quieren decir estos críticos. Aun así, por ahora me limitaré a usar la palabra adicción, pues permite describir de forma útilmente concisa y comprensible en todo el mundo un patrón de conducta compulsivo, condicionado, perjudicial y propenso a recaídas. La tarea fundamental, y el objetivo de este libro, es explicar por qué ese patrón de conducta tan dañino se ha vuelto más notorio y variado a lo largo del tiempo.
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Autor: David T. Courtwright. Título: Capitalismo límbico. Traducción: Javier Quevedo Puchal. Editorial: Yonki Books. Venta: Todos tus libros.
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