Byung-Chul Han o la crítica estéril a la sociedad actual

Byung-Chul Han (1959) es un filósofo surcoreano que desarrolló su obra en Alemania. Con la publicación de su libro La sociedad del cansancio (2010) alcanzó fama internacional. A partir de ese éxito, ha publicado alrededor de treinta libros, de los que vendió millones de ejemplares, todos muy breves y escritos sobre la base de frases cortas y brillantes, sentencias inapelables de gran elegancia que encandilan a sus lectores, pero que no suelen ser apoyadas por una argumentación sólida.La fama de Han se debe a la implacable crítica que hace a la sociedad actual, que concentra en sus ataques al neoliberalismo, aunque bien leído critica al capitalismo y a la sociedad global y tecnodigital que se ha consolidado en el siglo XXI. El neoliberalismo es un desvío economicista del liberalismo y del capitalismo, cuyas marcadas diferencias no puedo mostrar aquí.Escribe en La sociedad del cansancio: “La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya ‘sujetos de obediencia’, sino ‘sujetos de rendimiento’. Estos sujetos son emprendedores de sí mismos”. En este breve frase se condensa la crítica que desarrollará a lo largo de su obra. Para Han, la sociedad de rendimiento es una sociedad donde los sujetos no son controlados y explotados por una clase dominante, sino que se explotan a sí mismos, pese a que piensan que viven en libertad. El actual sujeto del rendimiento es actor y víctima a la vez. “El sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo. Es un esclavo absoluto, en la medida en que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria”. Es decir, el capitalismo ha engañado a los individuos para que se autoexploten en aras de conseguir logros materiales y de consumo. En la sociedad del cansancio que describe Han, el sujeto como empresario de sí mismo se desvive en un régimen de libre competencia y de productividad; la consecuencia es un nivel de hiperactividad que genera depresiones y agotamiento crónico.Decidido a demoler la sociedad actual, Han extiende su crítica a otros planos de la vida. Escribe en La expulsión de lo distinto (2016) que la autenticidad “es el imperativo de ser igual solo a sí mismo, de definirse únicamente por sí mismo, es más, de ser autor y creador de sí mismo”. De igual modo, que el capitalismo produjo que el individuo se explote libremente a sí mismo, en su vida personal, “el imperativo de autenticidad fuerza al yo a producirse a sí mismo”. Y sin un fundamento adecuado infiere que esa producción se expresa mediante el consumo: “Los individuos expresan su autenticidad sobre todo mediante el consumo”. Por tanto, concluye: “El yo como empresario de sí mismo se produce, se representa y se ofrece como mercancía”. Según este silogismo con premisas no justificadas, la libertad de los individuos para elegir sus formas de vida, un logro mayúsculo del capitalismo liberal, es atacada bajo la suposición de que la autenticidad solo se expresa a través del consumo.La crítica a la sociedad de rendimiento y a la autenticidad personal determina el plano general de su obra. Sin embargo, existen otros aspectos que completan su visión negativa. Entre ellos, uno íntimamente relacionado con las críticas anteriores: el enjambre digital. En su libro En el enjambre, Han de entrada hace su declaración crítica: “Nos embriagamos hoy con el medio digital, sin que podamos valorar por completo las consecuencias de esta embriaguez. Esta ceguera y la simultánea obnubilación constituyen la crisis actual”. No contento con este exabrupto, escribe: “Hoy estamos libres de las máquinas de la era industrial, que nos esclavizaban y explotaban, pero los aparatos digitales traen una nueva coacción, una nueva esclavitud”. Aunque al menos reconoce los logros del capitalismo liberal en la era posindustrial, se empeña en demoler a la sociedad digital. “De los teléfonos inteligentes, que prometen más libertad, sale una coacción fatal, a saber, la coacción de la comunicación. Entre tanto, se tiene una relación casi obsesiva, coactiva, con el aparato digital. También aquí la libertad se trueca en coacción”. Nuevamente, la libertad de que disponen los individuos se trastoca en autocoacción.La visión negativa sobre los efectos de internet y la digitalización, entre los que menciona el aislamiento del individuo y la pérdida de espíritu de comunidad, no es original de Han, pero él se esfuerza por incluirla en su crítica principal a la sociedad actual, en la que son los individuos los que mansamente se someten al imperio de un nuevo paradigma. La sociedad de la vigilancia digital no es una sociedad disciplinaria impuesta al individuo, como hubiera postulado Foucault, sino una sociedad bajo un nuevo poder sutil, la psicopolítica: “La sociedad de la vigilancia digital, que tiene acceso al inconsciente colectivo, al futuro del comportamiento social de las masas, desarrolla rasgos totalitarios. Nos entrega a la programación y al control psicopolíticos”

Feb 11, 2025 - 07:22
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Byung-Chul Han o la crítica estéril a la sociedad actual

Byung-Chul Han (1959) es un filósofo surcoreano que desarrolló su obra en Alemania. Con la publicación de su libro La sociedad del cansancio (2010) alcanzó fama internacional. A partir de ese éxito, ha publicado alrededor de treinta libros, de los que vendió millones de ejemplares, todos muy breves y escritos sobre la base de frases cortas y brillantes, sentencias inapelables de gran elegancia que encandilan a sus lectores, pero que no suelen ser apoyadas por una argumentación sólida.

La fama de Han se debe a la implacable crítica que hace a la sociedad actual, que concentra en sus ataques al neoliberalismo, aunque bien leído critica al capitalismo y a la sociedad global y tecnodigital que se ha consolidado en el siglo XXI. El neoliberalismo es un desvío economicista del liberalismo y del capitalismo, cuyas marcadas diferencias no puedo mostrar aquí.

Escribe en La sociedad del cansancio: “La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya ‘sujetos de obediencia’, sino ‘sujetos de rendimiento’. Estos sujetos son emprendedores de sí mismos”. En este breve frase se condensa la crítica que desarrollará a lo largo de su obra. Para Han, la sociedad de rendimiento es una sociedad donde los sujetos no son controlados y explotados por una clase dominante, sino que se explotan a sí mismos, pese a que piensan que viven en libertad. El actual sujeto del rendimiento es actor y víctima a la vez. “El sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo. Es un esclavo absoluto, en la medida en que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria”. Es decir, el capitalismo ha engañado a los individuos para que se autoexploten en aras de conseguir logros materiales y de consumo. En la sociedad del cansancio que describe Han, el sujeto como empresario de sí mismo se desvive en un régimen de libre competencia y de productividad; la consecuencia es un nivel de hiperactividad que genera depresiones y agotamiento crónico.

Decidido a demoler la sociedad actual, Han extiende su crítica a otros planos de la vida. Escribe en La expulsión de lo distinto (2016) que la autenticidad “es el imperativo de ser igual solo a sí mismo, de definirse únicamente por sí mismo, es más, de ser autor y creador de sí mismo”. De igual modo, que el capitalismo produjo que el individuo se explote libremente a sí mismo, en su vida personal, “el imperativo de autenticidad fuerza al yo a producirse a sí mismo”. Y sin un fundamento adecuado infiere que esa producción se expresa mediante el consumo: “Los individuos expresan su autenticidad sobre todo mediante el consumo”. Por tanto, concluye: “El yo como empresario de sí mismo se produce, se representa y se ofrece como mercancía”. Según este silogismo con premisas no justificadas, la libertad de los individuos para elegir sus formas de vida, un logro mayúsculo del capitalismo liberal, es atacada bajo la suposición de que la autenticidad solo se expresa a través del consumo.

La crítica a la sociedad de rendimiento y a la autenticidad personal determina el plano general de su obra. Sin embargo, existen otros aspectos que completan su visión negativa. Entre ellos, uno íntimamente relacionado con las críticas anteriores: el enjambre digital. En su libro En el enjambre, Han de entrada hace su declaración crítica: “Nos embriagamos hoy con el medio digital, sin que podamos valorar por completo las consecuencias de esta embriaguez. Esta ceguera y la simultánea obnubilación constituyen la crisis actual”. No contento con este exabrupto, escribe: “Hoy estamos libres de las máquinas de la era industrial, que nos esclavizaban y explotaban, pero los aparatos digitales traen una nueva coacción, una nueva esclavitud”. Aunque al menos reconoce los logros del capitalismo liberal en la era posindustrial, se empeña en demoler a la sociedad digital. “De los teléfonos inteligentes, que prometen más libertad, sale una coacción fatal, a saber, la coacción de la comunicación. Entre tanto, se tiene una relación casi obsesiva, coactiva, con el aparato digital. También aquí la libertad se trueca en coacción”. Nuevamente, la libertad de que disponen los individuos se trastoca en autocoacción.

La visión negativa sobre los efectos de internet y la digitalización, entre los que menciona el aislamiento del individuo y la pérdida de espíritu de comunidad, no es original de Han, pero él se esfuerza por incluirla en su crítica principal a la sociedad actual, en la que son los individuos los que mansamente se someten al imperio de un nuevo paradigma. La sociedad de la vigilancia digital no es una sociedad disciplinaria impuesta al individuo, como hubiera postulado Foucault, sino una sociedad bajo un nuevo poder sutil, la psicopolítica: “La sociedad de la vigilancia digital, que tiene acceso al inconsciente colectivo, al futuro del comportamiento social de las masas, desarrolla rasgos totalitarios. Nos entrega a la programación y al control psicopolíticos”. Para rematar esta concepción y anudarla con su crítica general, escribe: “En el ágora digital, donde coinciden el local electoral y el mercado, la polis y la economía, los electores se comportan como consumidores. Puede preverse que internet pronto sustituirá al local electoral”. Han se suma de este modo a una extensa lista de agoreros que solo ven calamidades y descartan que la humanidad pueda acceder a inéditas formas de desarrollo personal.

Los malabarismos dialécticos de Han sobre un presente nocivo para los individuos le valieron fama internacional. Pero resultan tan inconducentes como críticas similares hechas en el pasado a cambios que finalmente trajeron progreso moral y material.

Quizá porque entrevió que su crítica era estéril, en su último libro, El espíritu de la esperanza (2024), Han continúa partiendo de su diagnóstico sobre la sociedad actual, “la vida se ha reducido a una supervivencia”, pero proclama: “Solo la esperanza nos permitiría recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir”. En el libro critica la angustia de Heidegger, “que tiene cerradas las puertas al futuro como ámbito de posibilidades”. En la vereda de enfrente de su maestro, Han define la esperanza como “el fermento de la revolución, el catalizador de lo nuevo: incipit vita nova, “comienza una nueva vida”. Su mirada pesimista, la que ha construido durante veinte años, permanece, pero ahora invoca un significado de la esperanza como alumbradora de nuevas opciones, sobre las que, no obstante, no puede aportar precisiones porque la esperanza “nos da una capacidad de actuar y una visión de las que la razón y el intelecto serían incapaces”, Es decir, la esperanza de Han se basa en la fe. Todo lo contrario, solo partiendo de una visión más positiva de la civilización actual, es posible imaginar el progreso moral y material que nos traerá el futuro. No se trata de una esperanza fundada en la fe, sino de entrever las líneas de fuerza de un futuro posible para la humanidad, un nuevo humanismo para el siglo XXI, en el que los avances de la sociedad liberal y digital inauguren una nueva era de prosperidad y de riqueza personal. ß