"Yo, el peor de todos": el empresario que hizo suyo el mea culpa de una generación
El único pecado de Carlos Miguens fue haber querido ser empresario "sin atajos ni haberse ido a la banquina" en un país como la Argentina. Una confesión para redimir a otros que evoca a una de las grandes películas de su madre, la cineasta María Luisa Bemberg

Se paró frente al atril. Se acomodó como si fuera una butaca y dominó al micrófono como a un volante. Poco amigo de los reflectores, no dudó: pisó el acelerador y cortó la curva. "Primero de todo, no parezco al que está en la foto", dijo, en alusión al rostro -más robusto, con jopo- que se veía en el panel de LED. Fue a fondo: "Este fue un año muy difícil. Me agarré cáncer y estoy saliendo gracias al esfuerzo de mi mujer, que me acompañó 40 años; de mis hijos y de mis hermanos, que me ayudaron a pasar por esta etapa. Pero soy el mismo", esbozó una ligera sonrisa, casi una mueca.
El auditorio, enmudecido. Su familia, por la emoción. El resto, por respeto. Carlos José Miguens Bemberg recibió el premio con el que El Cronista, APERTURA y PwC reconocen la trayectoria de un CEO. "Reconforta. Es una caricia al alma", lo definió y él, a sus 75 años, la desnudó en esos pocos minutos de oro, en los que, generoso, dejó ver al hombre más que al empresario.
Aunque, en su caso, sea lo mismo. Tataranieto de Otto Peter Fiedrich Bemberg, fundador de Cervecería y Maltería Quilmes, y nieto de Otto Eduardo, quien sufrió la expropiación en los '50, Charlie está marcado por un legado, por los valores pasados de generación en generación de esa dinastía que, a pesar de la magnitud de su obra, no deja de ser otra de las millones de familias inmigrantes que encontraron en la Argentina tierra fértil a esa semilla sembrada con laboriosidad y pasión.
"Son los que me formaron. Los que me enseñaron la forma de hacer negocios en la Argentina. Con principios. El fin no justifica los medios", remarcó. "La Argentina ha sido un país muy difícil por cómo se modificaron las reglas de juego", apuntó. Antes, cuando se lo presentó, el locutor había leído una breve semblanza suya. "Su mayor logro profesional", se dijo allí, "fue no haberse ido a la banquina, ni haber tomado atajos".
Ahora, era Miguens quien explicaba eso y en primera persona. "En la Argentina, los atajos y las banquinas están al orden del día en el sector empresarial, que, básicamente, ha vivido con enorme cantidad de privilegios. Nosotros hemos mantenido una línea de conducta. Me tocó participar en negocios buenos y en negocios pésimos. Pero, siempre, en un marco sin privilegios. El esfuerzo que les muestro a mis hijos es eso: paga hacer las cosas bien. Cosa que, generalmente en la Argentina, no ha pasado. Pagaba ir por la banquina".
"Paga hacer las cosas bien. Cosa que, generalmente en la Argentina, no ha pasado. Pagaba ir por la banquina".
Cultor de una regla ("Hazle a los demás lo que te gusta que te hagan a ti"), aseguró que "la Argentina no ha sido fácil para el sector empresario". "Tampoco podemos decir que no tenemos nada que ver con el fracaso de la Argentina", sorprendió, asumiendo propia una autocrítica oída en voz de pocos, muy pocos, de los dueños de la Argentina.
"Siento la responsabilidad de lo que fue mi generación. Lo que dejó en la Argentina es horrible, una frustración". Confía en que los que hoy andan por los 50 promuevan un sector empresario "dinámico, serio, honesto; que no vaya con privilegios".
"La Argentina no puede dar privilegios. No puede haber la pobreza que hay y empresarios con privilegios", predica. Cree en el camino que inició el Gobierno. También, en la restitución del riesgo como "columna vertebral" (sic) del empresariado. "Si el empresario no tiene riesgo, tiene subsidios, privilegios que no funcionan. El sistema capitalista funciona con el riesgo empresario. Es lo que se perdió en la Argentina". Su anhelo: aprovechar la convivencia "entre jóvenes y dinosaurios" para "que no cometan los mismos errores que nosotros".
Uno de ellos: "Tener un empresariado desunido, como tuvimos nosotros". Otro, más personal: no haber anticipado la dispersión de intereses entre primos, tíos y sobrinos de cinco generaciones que provocó -contra su propia voluntad- la venta de Quilmes a lo que luego se convirtió en AB InBev. Fue en 2006. Miguens presidía la cervecera desde 1995. "En lo personal, fue muy traumático. Me tocó, como presidente, firmar el certificado de defunción de una empresa argentina de 1880 que había pertenecido a la familia por generaciones".
No obstante, fue él uno de quienes buscó unidad empresaria al co-fundar AEA en plena crisis de 2002. Y, lejos de dedicarse al arte -como otros herederos de la Casa Bemberg-, invirtió en el país y en proyectos de gran escala, como San Miguel, Patagonia Gold y Central Puerto. Fue como si, con ese mea culpa, él hubiera buscado en la pena propia la redención de otros; como si hiciera propias las palabras de la escena final de una de las grandes películas de su madre, María Luisa Bemberg. Ella narró la vida de Sor Juana Inés de la Cruz, castigada, simplemente, por desafiar a su época. El pecado de Miguens fue haber sido empresario en la Argentina; sin atajos, ni yendo por la banquina. Yo, el peor de todos.
(La versión original de esta nota se publicó en la edición número 373 de la Revista Apertura, correspondiente a enero de 2025)