Ser pacifistas con los ojos abiertos
Las agresiones pasan por un lugar de nuestro rostro: la mejilla o los ojos. Yo nunca he creído en poner la otra mejilla, pero sí soy muy partidaria de tener los ojos abiertos. Cualquiera que lo haya hecho, ha visto la agresión a Ucrania por parte de un país en el que se envenena a la oposición y se encarcela a los discrepantes Cunde la expresión de que “España es un país pacifista”. Lo repiten algunos políticos, ciertos tertulianos, y debe ser muy evidente para ellos, puesto que no lo explican. Yo creo que es falso. En un sentido estricto el “pacifismo” considera un error matar en cualquier circunstancia. Es la doctrina de Gandhi o Tolstoi; el pacifismo reivindicado por movimientos cristianos, cierta Iglesia, etc. Se trata de una oposición total a usar la guerra como medio de solucionar conflictos entre países, e incluso a matar a otra persona o a una avispa. Es lo que se ha llamado “poner la otra mejilla”. Dudo que un país en cuya historia reciente tiene una guerra civil sangrienta pueda contar como activista de la no violencia. Podríamos considerar un singular pacifismo a la española que se define más o menos así: estamos en contra de las guerras en otros países, pero a favor de las guerras entre nosotros. Es heterodoxo, pero podría explicarse por la tradición española de abstención en las dos guerras mundiales del siglo XX. Se esgrimiría como prueba el “No a la guerra” y las grandes manifestaciones de 2003 contra la invasión de Iraq. La cuestión es que aquella guerra se defendió con mentiras oportunistas que aprovechaban la persecución del terrorismo para apropiarse de la riqueza de aquel país. Estar en contra de una violación tan flagrante del Derecho Internacional, ¿equivale a ser pacifista? No lo creo. Una última definición de pacifista se refiere de forma genérica a las personas que defienden la resolución pacífica de los conflictos y se oponen al uso de la fuerza. Es decir, lo que opina una mayoría abrumadora de europeos: para varias generaciones, es la definición de civilización. En este sentido, todos somos pacifistas, por lo que no significa gran cosa. Las encuestas son más precisas. Nos dicen que el 70% considera que se dedican los recursos necesarios o menos, mientras que sólo el 24% juzga que gastamos demasiado en Defensa. Lo más llamativo es que en los últimos 15 años el porcentaje de quienes considera que se destinan demasiados recursos a Defensa han descendido desde el 40% hasta el 24%. Son datos del CIS de julio de 2024. Entonces, ¿cómo de pacifistas somos los españoles? Yo diría que nos hemos vuelto europeos, es decir, hemos superado el aislacionismo (pues esa fue la herencia de nuestro siglo XX, no el pacifismo), si bien quedan algunos reductos de indiferencia o insolidaridad. La realidad es que se trata de una posición minoritaria (aunque ruidosa). Y la mayoría somos pacifistas a la Russell. El filósofo y matemático inglés Bertrand Russell, se opuso de forma furibunda a la I Guerra Mundial. Lo hizo con tal ímpetu que perdió su posición de profesor en el Trinity College e incluso pasó seis meses en prisión. Los biempensantes le describían como “uno de los lunáticos más peligrosos del país”. En la cárcel no sufrió, según contó después: aprovechó para leer y escribir, contento de no tener que tomar decisiones. Sin embargo, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, tras unos titubeos iniciales, Russell se dio cuenta de que para seguir defendiendo los valores de civilización, democracia y justicia en los que creía, su país estaba obligado a repeler la invasión de Hitler y el ejército nazi. En 1943 escribió un pequeño ensayo, titulado “El futuro del pacifismo”, en el que acuñó la idea de un “pacifismo no-absoluto”, lo que después se ha calificado como un pacifismo con los ojos abiertos. Al final las agresiones pasan por un lugar de nuestro rostro: la mejilla o los ojos. Yo nunca he creído en poner la otra mejilla, pero sí soy muy partidaria de tener los ojos abiertos. Cualquiera que lo haya hecho, ha visto la agresión a Ucrania por parte de un país en el que se envenena a la oposición y se encarcela a los discrepantes. Es un gobierno con cuyos valores no podríamos identificarnos. También se ve claro que nuestro principal aliado militar nos ha dado la espalda. Más nos vale mantener los ojos abiertos: también para mirar cómo se gasta el dinero en Defensa, donde existe una amplia tradición de opacidad y sobrecostes. Pero eso es otra cuenta de la que hablaré otro día.

Las agresiones pasan por un lugar de nuestro rostro: la mejilla o los ojos. Yo nunca he creído en poner la otra mejilla, pero sí soy muy partidaria de tener los ojos abiertos. Cualquiera que lo haya hecho, ha visto la agresión a Ucrania por parte de un país en el que se envenena a la oposición y se encarcela a los discrepantes
Cunde la expresión de que “España es un país pacifista”. Lo repiten algunos políticos, ciertos tertulianos, y debe ser muy evidente para ellos, puesto que no lo explican. Yo creo que es falso.
En un sentido estricto el “pacifismo” considera un error matar en cualquier circunstancia. Es la doctrina de Gandhi o Tolstoi; el pacifismo reivindicado por movimientos cristianos, cierta Iglesia, etc. Se trata de una oposición total a usar la guerra como medio de solucionar conflictos entre países, e incluso a matar a otra persona o a una avispa. Es lo que se ha llamado “poner la otra mejilla”. Dudo que un país en cuya historia reciente tiene una guerra civil sangrienta pueda contar como activista de la no violencia.
Podríamos considerar un singular pacifismo a la española que se define más o menos así: estamos en contra de las guerras en otros países, pero a favor de las guerras entre nosotros. Es heterodoxo, pero podría explicarse por la tradición española de abstención en las dos guerras mundiales del siglo XX. Se esgrimiría como prueba el “No a la guerra” y las grandes manifestaciones de 2003 contra la invasión de Iraq. La cuestión es que aquella guerra se defendió con mentiras oportunistas que aprovechaban la persecución del terrorismo para apropiarse de la riqueza de aquel país. Estar en contra de una violación tan flagrante del Derecho Internacional, ¿equivale a ser pacifista? No lo creo.
Una última definición de pacifista se refiere de forma genérica a las personas que defienden la resolución pacífica de los conflictos y se oponen al uso de la fuerza. Es decir, lo que opina una mayoría abrumadora de europeos: para varias generaciones, es la definición de civilización. En este sentido, todos somos pacifistas, por lo que no significa gran cosa.
Las encuestas son más precisas. Nos dicen que el 70% considera que se dedican los recursos necesarios o menos, mientras que sólo el 24% juzga que gastamos demasiado en Defensa. Lo más llamativo es que en los últimos 15 años el porcentaje de quienes considera que se destinan demasiados recursos a Defensa han descendido desde el 40% hasta el 24%. Son datos del CIS de julio de 2024.
Entonces, ¿cómo de pacifistas somos los españoles? Yo diría que nos hemos vuelto europeos, es decir, hemos superado el aislacionismo (pues esa fue la herencia de nuestro siglo XX, no el pacifismo), si bien quedan algunos reductos de indiferencia o insolidaridad.
La realidad es que se trata de una posición minoritaria (aunque ruidosa). Y la mayoría somos pacifistas a la Russell. El filósofo y matemático inglés Bertrand Russell, se opuso de forma furibunda a la I Guerra Mundial. Lo hizo con tal ímpetu que perdió su posición de profesor en el Trinity College e incluso pasó seis meses en prisión. Los biempensantes le describían como “uno de los lunáticos más peligrosos del país”. En la cárcel no sufrió, según contó después: aprovechó para leer y escribir, contento de no tener que tomar decisiones. Sin embargo, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, tras unos titubeos iniciales, Russell se dio cuenta de que para seguir defendiendo los valores de civilización, democracia y justicia en los que creía, su país estaba obligado a repeler la invasión de Hitler y el ejército nazi. En 1943 escribió un pequeño ensayo, titulado “El futuro del pacifismo”, en el que acuñó la idea de un “pacifismo no-absoluto”, lo que después se ha calificado como un pacifismo con los ojos abiertos.
Al final las agresiones pasan por un lugar de nuestro rostro: la mejilla o los ojos. Yo nunca he creído en poner la otra mejilla, pero sí soy muy partidaria de tener los ojos abiertos. Cualquiera que lo haya hecho, ha visto la agresión a Ucrania por parte de un país en el que se envenena a la oposición y se encarcela a los discrepantes. Es un gobierno con cuyos valores no podríamos identificarnos. También se ve claro que nuestro principal aliado militar nos ha dado la espalda. Más nos vale mantener los ojos abiertos: también para mirar cómo se gasta el dinero en Defensa, donde existe una amplia tradición de opacidad y sobrecostes. Pero eso es otra cuenta de la que hablaré otro día.