‘Saber de vinos pasó de ser una pena a ser una pasión’

“El mezcal, la raicilla y el tequila necesitan cinco años para volver a darte su líquido”, dice el sommelier, Antonio Laveaga.

Feb 14, 2025 - 13:49
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‘Saber de vinos pasó de ser una pena a ser una pasión’

Antonio Laveaga nació y quiere morir en Guadalajara, de donde también era su padre. Su madre no creció muy lejos, en Mascota, cerca del origen de la raicilla. Antonio Laveaga no tenía idea, en su juventud, que le iba a entregar sus mejores años a estudiar la raicilla, el tequila o el mezcal. Mucho menos el vino, que ni siquiera le gustaba.

Alberto Laveaga quería que su hijo fuera químico como él, y para eso se desplazó a la Ciudad de México, a estudiar en el Politécnico, pero se arrepintió y se formó en la fila de administración, pero se inscribió en mercadotecnia, en el ITESO, la Universidad Jesuita de Guadalajara. “Estudies lo que estudies, házte de un oficio”, le advirtió su padre, así que se licenció y escogió un oficio que “me da para beber”: los vinos.

-¿Vives de eso o no?

-Hoy en día, sí. Soy asesor, doy catas, acompaño en viajes. Hago lo que quiero, aunque no gano lo que quiero, pero hacer lo que quiero, como dice García Márquez, no me da de comer, pero me alimenta.

A los veintitantos, Laveaga trabajó en Urrea Herramientas, una de las empresas más grandes del ramo, en el departamento de mercadotecnia. Era gerente de ventas de productos de importación, y como tal, viajaba con frecuencia. En una cena con clientes de Chicago, le dieron la oportunidad de que eligiera el vino y no tenía la más remota idea de qué elegir porque solía beber cubas. “Me dio una vergüenza tan grande, que eso le dio un giro a mi vida”.

A partir de ese momento, Antonio Laveaga estudió sobre vino y compró vinos para probar. Adquirió el gusto. “Y el saber de vinos pasó de ser una pena a ser una pasión, un virus, una enfermedad. Así adquirí el oficio, como me aconsejó mi papá”.

Los conocimientos de Laveaga fueron adquiridos de forma empírica. No había academias, los libros especializados se contaban con los dedos de las manos y su lectura cotidiana era la columna de Rodolfo Gerschman, en Reforma. “Bebía y me devoraba las etiquetas”. En eso consistió su método.

-¿Cuándo empezaste a interesarte por el tequila?

-Hace unos diez años. Para ganarme la vida llevaba grupos a Ensenada, cuando el Valle de Guadalupe era la maravilla que era, cuando a los viticultores de huarache; ahora son rockstars, y son mis cuates porque los conocí ciruelos. De repente se me ocurrió que Tequila está a una hora de Guadalajara, no sé por qué no lo había pensado antes. Tal vez porque odiaba el tequila por culpa de mi primera borrachera, a los catorce o a los quince. Es que la cruda con tequila malo es tremenda. Empecé a estudiar de tequila con los chingones del tequila, con Francisco Hajnal, con el doctor Villalobos, y gracias a mi paladar, que está un poquito desarrollado, empecé a degustarlo hasta convertirme en asesor de un par de tequileras.

“Hay dos zonas principales de tequila, Los Altos y Valles. Conozco a la gente del tequila, a sus protagonistas, a los dueños. La gente de la tierra es sabia, sensible. Conozco a algunos tequileros de Valles, Magdalena y Arenal; y de Los Altos, Atotonilco, Arandas y Tepatitlán.

-¿En qué consiste tu asesoría?

-Es organoléptica, es decir, que yo no sé de agaves, no sé de tierras. Para mí hay cuatro tipos de tequila, y no es blanco, reposado, añejo, extrañejo; son el que le gusta al patrón, el que le gusta a la gente, el que se vende y el que gana medallas. El secreto para hacer el gran tequila es que le guste a todos, al que no sabe nada y al experto. Una vez entrevisté a Alejandro Vigil, que es un vitivinicultor de El Enemigo, en Argentina, y le pregunté por qué tiene tanto éxito con sus vinos. Me contestó que tiene un paladar como abanico: sabe qué le gusta al exigente y qué al que no sabe. Es un parámetro que yo he tomado.

En sus inicios, en sus ratos libres de la venta de herramientas, Laveaga buscaba vitivinícolas. Tiempo después se dedica a su trabajo y al vino, y poco a poco el último desplazó al primero. Hoy, tiene su propio vino, un modesto negocio con Trino Camacho, fabricado por Hugo D´Acosta.

-¿Prefieres el vino o el tequila?

-No puedo elegir. Escribo de vinos hace 18 años, y mi columna es 95 por ciento sobre vino y 5 por ciento sobre otras bebidas. Soy estudioso del tequila, apasionado del whisky y estoy estudiando sobre la raicilla y el mezcal. Tristemente, hay dos bandos: tequilero o mezcalero. Yo critico esa pose; no son excluyentes, se puede los dos. No me parece que contrapongan dos productos nacionales, que se peguen dos hermanos.

La raicilla es la más reciente denominación de origen que reconoció el Diario Oficial. Hay entre 160 y 200 especies de agavasias en el mundo, dos terceras partes son endémicas de México; puedes hacer mezcal, por decir, con 13 especies de agave. La raicilla es un destilado. Puede ser de cinco agaves diferentes y de dos regiones: la región de Mascota y San Sebastián del Oeste. Esta es la más reciente denominación de origen.

Laveaga, juez de raicilla, de mezcales y de vinos, se decide: “Si tuviera que quedarme con uno escogería un tequila, pero sólo porque me duraría más”.

“La cresta de la ola de la moda del vino iba atrás de mí”, afirma Laveaga, que al final, se acepta rebasado por ella. “Ya no quiero tener vino. No quiero ser juez y parte. Quiero ser un buen asesor y consultor de vinos”.

-Pero lo tienes…

-Es sólo una jugarreta bonita que tenemos Trino y yo que nos da para la gasolina.

El asesor lamenta que “se está demonizando al vino” y la caída de su consumo entre las más jóvenes generaciones. “El vino no debe ser moda. Al final, es un alimento”.

-Es cierto que estas generaciones beben cada vez menos…

-Pero, ¿qué quiere hacer? Es mi pregunta.

Antonio Laveaga vuelve al tequila, para quejarse: “Me choca que digan que tal tequila está tan bueno que parece coñac. No. El tequila viene de una planta que tarda de cinco a 12 años en madurar. Hay que tenerle mucho respeto. El mezcal, la raicilla y el tequila necesitan un ciclo mínimo de cinco años para volver a darte su líquido. Más respeto. Por otro lado, somos muy fieles al tequila y muy infieles al vino. Yo creo que se vale tener un tequila favorito e ir probando otros. La diferencia con el vino, es que puedes estar probando todo el rato. Es difícil que alguno llegue a ser tu favorito de toda la vida”.