Momo bosteza
El País/Uruguay
MONTEVIDEO.- Pasa todos los años y este no podía ser la excepción. El carnaval montevideano es una fiesta tradicional, popular y multitudinaria; tal vez por eso, muchos de sus creadores se esfuerzan por expulsar al público en lugar de atraerlo.
Hacer humor político es propio del espíritu carnavalero, una instancia de transgresión creativa donde la gente se permite saltear convencionalismos y envaramientos. Esto incluye al humor grueso: la chabacanería como recurso válido de comicidad puede encontrarse incluso en clásicos como Aristófanes, Molière, Rabelais, Swift y tantos otros cultores del género.
Lo que sorprende del carnaval montevideano es que el humor de tipo chabacano esté siempre dirigido contra los mismos: quienes desde la política no comulgan con la ortodoxia frenteamplista.
Cuando el público se enoja por algunas bromas demasiado pasadas de rosca, los carnavaleros se defienden alegando esa permisividad de su fiesta y la siempre sacrosanta libertad de expresión artística. Sin embargo, resulta que cuando incluyen en sus parodias a políticos de izquierda, en lugar de satirizarlos los rodean de una atmósfera melodramática y cursi, con homenajes rayanos en la peor alcahuetería.
Así ocurre en este carnaval con la semblanza que hace el conjunto Zíngaros de José Mujica. En lugar de buscar la risa con referencias al remate trucho de Pluna y la quiebra de Ancap, los artistas no paran de elogiarlo con atributos del tipo de “solo él se acuerda de los pobres”. Está muy bien manifestar dolor y compasión por una persona que padece una grave enfermedad y que tuvo un gran protagonismo en el Uruguay de los últimos años. Pero resulta al menos paradójico que mientras algunos conjuntos han hecho mofa incluso de la muerte de dirigentes blancos y colorados, en este caso opten por la exaltación lacrimógena. Peor aún: el conjunto en cuestión no solo muestra un Pepe solidario y filosófico, doliente al final de su vida, sino que lo opone a otros políticos explícitamente blancos y colorados a los que castiga sin piedad con los exabruptos de siempre.
Todo es tan previsible que, por acumulación, no solo deja de resultar gracioso sino que empieza a aburrir. Viven en un universo paralelo autorreferente, plagado de esquematismos ideológicos caducos, con la mirada puesta únicamente en un proselitismo desembozado y terraja.
Frente a tanto fascismo de izquierda, a quienes seguimos defendiendo el valor de la tolerancia republicana nos cuesta olvidar aquel video que publicó la murga Metele que son pasteles, en el mismo momento en que Lacalle Pou asumía la presidencia. Con expresiones amenazadoras entonaban una especie de canto de guerra que llamaba explícitamente a una revuelta popular “como la de Chile”, invocando aquel violento octubre de 2019 en el país hermano.
Como están dadas las cosas: todos contentos. Las agrupaciones compañeras, porque reciben el aplauso cómplice de los frentistas eufóricos. La Intendencia de Montevideo, porque sigue subsidiando con dinero del contribuyente un entretenimiento masivo que aceita su maquinaria electoral. Y los montevideanos liberales y tolerantes, porque felizmente tienen otras alternativas en la cartelera de espectáculos donde escapar de semejante barbarie populista.
El grave error de la Coalición Republicana radica en no promover una política cultural poderosa y diversa que combata estos esquematismos. La fantástica red de escenarios populares que posee Montevideo podría usarse para que circularan las verdaderas obras de Shakespeare, en lugar de que reciban solamente frívolas parodias ideológicamente sesgadas. La cultura amplía los horizontes, refina la sensibilidad, enriquece el intelecto y estimula el espíritu crítico. Desconocerlo, o aplicarlo en forma insuficiente, conduce a la popularización de expresiones espurias, que sustituyen la emoción artística por el proselitismo.
Mientras no se actúe en ese sentido, cada febrero Momo seguirá bostezando.