
Con los ecos de la polémica sobre los tuits de la actriz española Karla Sofía Gascón y su posterior cancelación, la libertad de expresión sigue siendo un elemento de tensión social en las democracias occidentales. A menudo, lo que “el pueblo” considera qué es libertad de expresión –y, sobre todo, qué no es–, no coincide con lo que determinan las leyes y los tribunales. La forma en la que se respeta la libertad de opinión es un fiable indicador de la salud democrática y de la madurez social de un país. Según el análisis de la UNESCO del V-Dem en 2023, los diez países con los niveles más altos de libertad de expresión gozaban de un grado significativamente más alto de protección de los derechos civiles, políticos, económicos y sociales. Sin embargo, existe una gran confusión social sobre el concepto de libertad de expresión que, en palabras de George Orwell, es “decir lo que la gente no quiere oír”. Escuchar lo que queremos oír dicho por quienes piensan igual que nosotros no tiene mérito alguno ni necesita protección de los poderes públicos. Lo verdaderamente heroico es respetar la discrepancia, incluso cuando el otro es un auténtico estúpido y sus ideas son demenciales. Artículo originalmente publicado en El Confidencial (22/02/2025). Léelo completo aquí.