El motor franco-alemán vuelve a carburar... al ralentí
París y Berlín afirman su intención de “realinear” sus políticas de energía, “para abaratar costes y asegurar el aprovisionamiento”

Llámenle eje, alianza o incluso “entente”, pero para arrancar el “motor francoalemán” París y Berlín deberán primero ponerse de acuerdo en el tipo de energía que van a utilizar: nuclear, solar o una mezcla de ambas.
Cierto que las prácticas políticas evolucionan y el protocolo diplomático se moderniza, pero para los más clásicos el mundo digital puede llevar al pasmo. Si hoy viviera, nadie se imaginaría al General De Gaulle haciéndose un “selfie” con Konrad Adenauer en el Elíseo. Gracias al presidente Emmanuel Macron y su teléfono celular hoy podemos ser testigos en las llamadas redes sociales del ceremonial obligado para que “las nuevas generaciones” se enteren de la visita del nuevo Canciller alemán a París.
Gracias también a ese documento excepcional, como dice el cliché periodístico, podemos comprobar las marcas que el fórceps dejó en el rostro de Friedrich Merz para poder sacar adelante su nominación en el Bundestag, tras una primera fumata negra.
Tanto las conclusiones de la “cumbre”, como la tribuna previa firmada por Merz y Macron en el diario Le Figaro son un compendio de buenas intenciones redactado por “sherpas” especializados en comunicación, que no puede ocultar las diferencias entre dos dirigentes que pretenden impulsar y devolver a las vías a la ajada y averiada locomotora europea, sin que de ello se pueda culpar, por una vez, al ministro Puente.
“No discriminar la energía nuclear”
Entre los asuntos discutidos, hay uno que, por actualidad, interesaría más a los españoles. París y Berlín afirman su intención de “realinear” sus políticas de energía, “para abaratar costes y asegurar el aprovisionamiento”. Traducción: Macron quiere convencer a Merz de que como la energía nuclear no hay nada. Orgulloso de su potencial, el presidente francés alienta a su invitado a insistir sobre su idea de utilizar centrales eléctricas de gas natural, como la que Alemania ya va a poner en marcha con una capacidad de 20GW, como vías de acceso al átomo.
Friedrich Merz se lamenta ahora de que su propio partido (CDU, Cristianodemócrata), por obre de su rival en el mismo, Angela Merkel, decidiera en 2011 clausurar las centrales nucleares de las que disfrutaba su país. Las tres últimas fueron cerradas en 2023, cuando el país vislumbraba ya el invierno energético que se avecinaba con el corte del suministro barato de gas ruso, vetado de tránsito por la UE tras la invasión militar de Ucrania. “Fue un gran error estratégico”, manifestó el nuevo Canciller hace poco. En su programa electoral hablaba de la posibilidad de reactivar las centrales, pero hoy dice que “probablemente ya no hay remedio”, pues han sido desmanteladas y descontaminadas”.
El “suicidio nuclear” de Merkel, asustada por el accidente de Fukushima y contaminada por el virus “verde”, ponía fin a su propio plan de mantener las centrales hasta 2040. Los pulmones de los alemanes se inundaron, a partir de entonces, de ingentes dosis de carbón, procedentes de minas a cielo abierto que desfiguraban el paisaje de la “Heimat”. Al mismo tiempo, otras regiones acogían enormes parques solares que producen tal cantidad de electricidad que obliga a Francia a desviarla hacia otros países o rebotarla, con el riesgo de apagones que eso supone si no se toman las medidas oportunas.
Emmanuel Macron, lobista oficial de la energía nuclear en Bruselas, abogó ante Merz por “una visión común de los mercados energéticos y una inversión a nivel europeo de las redes e infraestructuras transfronterizas”. En otro párrafo que bien podría estar dirigido a Pedro Sánchez, el presidente francés pide “acabar en la UE con la discriminación contra cualquier tipo de energía”, dejando a entender la nuclear, sin mencionarla expresamente. Tampoco se trataba de castigar mucho a su nueva pareja de baile comunitario.
Diferencias sobre Mercosur y defensa
Otro asunto delicado en la relación París-Berlín es la del libre comercio. Merz exige ya la ratificación del Tratado Mercosur, mientras en Francia ello llevaría bloquear el país por tractores conducidos por unos agricultores ya desesperados por otros acuerdos propiciados, entre otros, por otra alemana, Ursula von der Leyen. Los sindicatos del campo más radicales denuncian a Macron como un “collabó” sometido a los “boches” (uno de los términos despreciativos con los que se denomina a los alemanes). “Con Mercosur, los alemanes venden sus Mercedes y nosotros nos comemos nuestra producción”, denuncian.
La creación de un “Consejo de defensa y seguridad franco-alemán”, anunciado en París es una iniciativa que bajo ese pomposo nombre esconde también diferencias sustanciales en la visión que ambos países mantienen sobre asuntos militares.
Francia puede respirar mejor desde que Merz haya decidido romper con el tabú del freno a la deuda, integrado en la Constitución alemana, y haber mostrado su empeño en invertir cientos de miles de millones en al apartado de la defensa. Pero esa ambición del líder conservador ya empieza a suscitar reticencias entre sus socios de coalición socialdemócratas. En cualquier caso, Merz no parece de momento muy inclinado a apoyar un préstamo europeo para cuestiones de armamento como pretende Macron.
Ese “reflejo franco-aleman” que venden a la prensa los redactores de comunicados del Elíseo encuentra también diferencias en el asunto de la propuesta francesa de compartir con Alemania y otros socios su poder atómico de guerra. La propuesta, todavía muy vaga, no parece convencer a Merz, y menos todavía a sus socios de coalición. No digamos ya a la oposición de la derecha dura de Alternativa para Alemania (AfD), a los ecologistas, y a la izquierda radical en el Bundestag.
Las reticencias alemanas a enviar tropas sobre suelo ucraniano, que Macron insinúa cada vez que puede, reflejan una postura mucho más prudente, compartida por una mayoría de alemanes representados en su poder legislativo. Nacionalistas de derechas, izquierdistas, ecologistas y buena parte del SPD socialdemócrata frenan el ardor guerrero del presidente francés. El sentimiento pro-ruso de AfD y la nostalgia del gasoducto Nord Stream siguen muy vivos en el territorio de la antigua RDA. Friedrich Merz tampoco se decide a exportar a Ucrania los misiles de crucero alemanes “Taurus”, como sueña su aliado francés.
El nuevo impulso a las relaciones francoalemanas y sus proyectos para Europa deben convencer también a sus aliados, algo que parece complicado teniendo en cuenta las diferentes opiniones dentro de la UE, tanto sobre la posición en la guerra de Ucrania, como en asuntos comerciales, sin pasar por alto diferencias personales e ideológicas. El húngaro Orban mantiene sus lazos con el Kremlin; el eslovaco Fico acude a la Plaza Roja para presenciar el desfile del 9 de mayo que conmemora la victoria en la “Gran Guerra Patria” soviética, instrumentalizada hoy por Vladímir Putin; la italiana Meloni no olvida los insultos de Macron previos a su victoria electoral (“lepra nacionalista”); el gobierno español se escabulle de sus responsabilidades europeas, lejos del frente de guerra y lastrado por su ala comunista pro-Putin.
Polonia, socio indispensable
Tras su encuentro en París, tanto Merz como Macron se apresuraron a atender a otro socio hoy convertido en indispensable para la seguridad del Viejo Continente. Merz acudió a Varsovia en un intento de subrayar la vigencia del Triángulo de Weimar (rubricado por Alemania, Francia y Polonia, 1991). Polonia, hoy garante de la frontera oriental de la OTAN, no recibió con aplausos al nuevo Canciller alemán. Varsovia ha expresado agriamente su protesta por el control de fronteras aplicado por Berlín tras la ola de atentados de origen islamista perpetrados en Alemania y que costó muchos puntos en las elecciones de marzo al anterior gobierno socialdemócrata de Olaf Scholz.
En la capital polaca, Merz se mostró esquivo sobre los asuntos tratados en París y defraudó a su anfitrión abordando cuestiones menores, como la mejora de la línea de ferrocarril entre Berlín y Varsovia o la construcción de un monumento en la capital alemana en homenaje a las víctimas polacas del nazismo. Tusk, por su parte, espera que el sistema de defensa antiaéreo Patriot, desplegado por Alemania para proteger el aeropuerto de Rzeszów, vital para el envió de ayuda a Ucrania, se mantenga hasta finales de año, pues estaba previsto solo para seis meses.
Macron no se desplazó a Varsovia, sino que invitó a Donald Tusk a la ciudad de Nancy. Un guiño histórico, esta vez positivo, pues en esta ciudad encontró refugio en 1737 Stanislas Leszczynski, rey de Polonia y suegro de Louis XV, exiliado tras la intervención militar en su país de austriacos y rusos. A diferencia de Alemania, Francia nunca ha mantenido guerras con Polonia y París ha sabido siempre sacar partido a esa relación.
Macron y Tusk anunciaron el jueves pasado la firma de un “Tratado de amistad y cooperación reforzada”. Este tipo de pactos suelen quedarse en palabras y manifestaciones de coros y danzas. Hoy, en plena guerra sobre territorio europeo, pueden tener un valor más efectivo. Polonia cuenta hoy con el mayor ejército de tierra de Europa y gasta un 5% de su PIB en el apartado de defensa, pero sigue abasteciéndose de material militar norteamericano o procedente de Corea del Sur. Macron espera poder sacar tajada de sus buenas relaciones con el liberal Tusk y recuperar, quizá, entre otros, el contrato de venta de 50 helicópteros franceses, “Caracal”, que el anterior gobierno conservador polaco canceló.
Los problemas internos de Merz y Macron
Federalistas y ardientes eurófilos aplauden el engrase de relaciones entre Francia y Alemania. Pero en sus propios países, el furor europeísta de Macron y Merz no despierta tantas pasiones. Emmanuel Macron está a un año y medio del final de su mandato, y aunque no se le pueda aplicar el término norteamericano de “pato cojo” (Lamb duck), es el responsable de que su país navegue en plena crisis financiera, económica y social. La deuda pública (3,3 billones de euros)y los déficits pueden considerarse espantosos, mientras el gobierno del centrista François Bayrou es incapaz de sacar adelante reformas sustanciales por falta de apoyo en la Asamblea Nacional. El antisemitismo y el odio a los judíos aumenta impulsado por una extrema izquierda que ha dado la espalda a los valores republicanos. Los servicios públicos como la educación y la seguridad social se desploman…
Friedrich Merz comienza su mandato con la humillación de haber visto cómo su nombramiento en el Bundestag necesitaba, por primera vez en la historia de Alemania, una segunda votación. Aliado con un partido socialdemócrata cuya ala izquierdista le va a marcar como a Lamine Yamal y con la amenaza constante de los nacionalistas de AfD. Ya antes de empezar su labor se retractó de sus promesas sobre una política estricta hacia la inmigración. Renunciar al freno a la deuda y romper el tabú de la sobriedad presupuestaria va a contentar más a los ecologistas que a sus partidarios; invertir masivamente en armamento tampoco tendrá el aplauso de la mayoría de los alemanes, aunque Macron esté muy contento. Pero a diferencia de su socio francés, tiene todavía cuatro años por delante para convencer a sus compatriotas.