Duelo congelado: qué es y 4 herramientas claves para procesar la pérdida

En una sociedad que exige productividad constante, el dolor muchas veces queda postergado, pero el cuerpo encuentra la forma de recordarlo

Mar 7, 2025 - 01:29
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Duelo congelado: qué es y 4 herramientas claves para procesar la pérdida

Durante dos años después de la muerte de su papá, María no lloró ni una sola vez. En lugar de frenar ante la pérdida, llenó su tiempo con trabajo, multiplicó sus tareas y colmó su agenda social. Pero, aunque lo ignoraba, el dolor no desapareció. Empezaron las punzadas en el abdomen —¿cáncer de ovarios?, hipotetizó—, seguidas de palpitaciones aceleradas —¿un posible ataque cardíaco?—. Cada semana, aparecía un nuevo síntoma, un nuevo especialista, un nuevo diagnóstico. Nada, le decían al final. Fue en el espacio terapéutico donde pudo entrever lo que realmente le estaba pasando.

Sin saberlo, María evocaba los días en los que su padre —que alguna vez soñó con ser médico— la llevaba a consultar por cualquier dolencia leve, recorriendo consultorios como si fuesen pasillos familiares. Esa ronda médica, que en su niñez fue un juego encubierto entre padre e hija, se reactivó en su adultez como un modo inconsciente de mantenerlo cerca.

En el campo del psicoanalisis lo que le pasó a María es la consecuencia de un fenómeno bastante frecuente: el duelo congelado. Ocurre cuando una persona no puede procesar emocionalmente una pérdida significativa.

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No es la ausencia del duelo, sino otra forma de hacerlo”, explica Pilar María Vila, psicoanalista (M.P. 1130). “Hoy muchas veces se transitan así: detenidos en la acción, ocultos tras la productividad o envueltos en rutinas desbordadas. Ya no se llora durante días y meses. Se sigue, se avanza, se actúa como si nada pasara. Pero ese nada se filtra en dolores físicos y enfermedades recurrentes”.

Vivimos en una época que premia la inmediatez y la productividad, donde el tiempo para frenar es un lujo, pondera Vila: “Habitamos una cultura que celebra el bienestar constante, repitiendo mantras como «soltar» y «ser feliz», ofreciendo mil maneras de tapar el vacío: pastillas, dietas, deportes, consumo. Todo, menos detenerse a habitar el dolor. Las exigencias crecen, las pausas desaparecen. Dos días de licencia por duelo y a seguir. Pero, cuando no hay espacio para el dolor, el cuerpo lo reclama“.La cultura de la productividad deja poco espacio para enfrentar el vacío de una pérdida

Factores que inciden

Al hablar de las diferencias entre un duelo normal y uno congelado, Viviana Falcón, psicoanalista y supervisora de la Institución Fernando Ulloa (M.N. 39.953), argumenta que un proceso normal supone el retraimiento de la libido −puesto que todo interés queda concentrado entorno a aquello perdido− en partes. “El proceso suele caracterizarse por la aparición frecuente de recuerdos, añoranza, pena y tristeza”, expone. “En la modalidad de duelo congelado, en cambio, el objeto queda retenido; se niega a perder y no despunta ni el dolor ni la angustia”.

Existen varios factores que inciden en la forma en la que alguien afronta un duelo, y que pueden “bloquearlo” o “entorpecerlo”. Algunos internos, como la personalidad, comenta Yulieth Cuadrado (M.N. 80468), jefa de neuropsicología del Instituto de Neurologia de Buenos Aires (INBA). Nuestro temperamento, autoestima, nivel de apego y capacidad de soltar varía y tiene un papel clave a la hora de asimilar una pérdida, dilucida la experta.

Y, por otro lado, hay factores externos, como el entorno familiar y la cultura.

“Hay una suerte de transmisión social en torno a la forma de transitar una pérdida. Hay familias que tienen mucha dificultad para tramitarlas, tendiendo a negarla“, apunta Falcón. “Si creciste en un medio donde hablar de los sentimientos está mal visto y llorar es un signo de debilidad, es probable que trates de adaptarte a dicho entorno, a expensas de tu salud”, agrega Mercedes Conti Urabayen, psicóloga (M.N. 62814).

Cuadrado, por su parte, reflexiona que, cada día con más énfasis, la sociedad occidental busca métodos para preservar, y extender, la vida, dejando poco margen para hablar sobre la otra cara de la moneda: la muerte.Síntomas inexplicables, ansiedad y enfermedades pueden ser señales de un duelo no elaborado

Efectos en el cuerpo

El duelo no elaborado es una de las principales fuentes de enfermedad somática grave y de trastornos psicopatológicos, advierte Falcón, que cuenta con más de 20 años de trayectoria clínica. “Lo no trabajado vuelve de las peores maneras, y el camino personal de alguien depende de la posibilidad o imposibilidad de llevar adelante los duelos que la vida le presenta”, sostiene.

Entre las secuelas más comunes de un duelo congelado, en el largo plazo, Falcón identifica la aparición de consumos variados, de ansiedad, trastornos del sueño y de la alimentación, depresión, ira, culpa, estados de apatía y, por supuesto, sus múltiples correlatos en el cuerpo. “Puede exteriorizarse en una «vida en pausa», sin motivaciones ni deseos, generalmente plagada de enfermedades; o, por el contrario en una vida acelerada, imparable, con un ritmo vertiginoso al servicio de no pensar, ni recordar", menciona la especialista. “El vacío acecha a ambos, y el cuerpo paga el costo. Al no poder reconducirlo con la pérdida, el síntoma queda como una mera descarga en el cuerpo, mortificándolo”, concluye.

Así, personas que no lloran, que no aparentan conmoción o desolación alguna al momento de la pérdida, terminan −casi inevitablemente− sumiéndose en las repercusiones de esta, solo que de manera inconciente y sin guias.

“La sociedad nos quiere felices y productivos. El bienestar es un estado que debe recobrarse lo antes posible y la angustia tiene mala prensa”, sopesa Falcón. “El duelo, un proceso psíquico necesario, se convirtió en un estado mórbido que hay que curar, abreviar o borrar para seguir con la vida como si nada hubiera pasado".

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Herramientas para afrontar un duelo

Un recurso de fácil acceso, al detectar que se está viviendo una modalidad de duelo congelado, es la verbalización.

“Recuperar el valor de la palabra. Hacer lugar al relato de la pérdida, en un mundo que prefiere las victorias”, pondera Vila. “Aunque no todas, muchas veces, el único refugio posible para ello es el espacio terapéutico", reconoce. “La idea es que, ligado a la palabra, el hecho traumático se transforme en un recorrido a través de una historia de amor, y dolor. Atravesar el impacto subjetivo que tiene una pérdida en el sujeto”.

Cuadrado trae a colación el trabajo de William Worden, un psicólogo que consideraba que el duelo es un proceso activo y que cada persona lo experimenta de manera única. En 1997, propuso un modelo para atravesarlo de una manera saludable, que consta de cuatro tareas.

  1. Aceptar la realidad de la pérdida. Reconocer que la persona ha fallecido o que la pérdida es definitiva. Muchas personas pueden experimentar negación o dificultad para asumir la realidad, lo que puede retrasar el proceso de duelo.
  2. Trabajar en las emociones y el dolor de la pérdida. Es fundamental experimentar y expresar las emociones asociadas a la pérdida (tristeza, enojo, culpa, etc.).
  3. Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente. Incluye cambios externos (nuevas rutinas, roles en la familia o el trabajo), internos (ajustes emocionales y psicológicos) y espirituales (buscar un nuevo sentido de vida). A veces, implica desarrollar habilidades que la persona antes no necesitaba.
  4. Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo. Lejos de olvidar, significa encontrar una forma de mantener un vínculo simbólico con la persona sin que esto impida seguir adelante.

“Sufrir el dolor de un duelo no es sólo perder a un ser querido: es perder una parte nuestra, que se va con aquel, o con aquello, que se pierde. Vale la pena develar, y tramitar, las diferentes capas que subyacen en los duelos”, concluye Falcón.El duelo, un proceso psíquico necesario, se convirtió en un estado mórbido que hay que curar, abreviar o borrar