Cómo la caca de aves construyó el imperio de Perú y luego lo desplomó
El oro que olía mal - España ocupó las islas Chincha en 1864, desatando un conflicto con Perú y sus aliados; años después, la guerra del Pacífico llevó a Chile a apropiarse de los yacimientos de salitre, que desplazó a los excrementos como abono¿Cómo fue la 'locura' de Felipe V? La realidad de lo que cuenta ‘La vida breve’ El sol abrasador caía sobre las islas Chincha mientras cientos de trabajadores, con la piel cubierta de polvo amarillento, excavaban sin descanso. Pico y pala en mano, arrancaban del suelo capas de excremento seco acumulado durante siglos. El hedor era insoportable, pero lo peor era el polvo: una nube densa que se colaba en los pulmones y provocaba enfermedades. Era la década de 1850 y el guano, una sustancia fétida y valiosa, había convertido a Perú en una potencia económica. Desde tiempos inmemoriales, los pueblos andinos conocían su secreto. Mucho antes de que los europeos pusieran los ojos en este fertilizante, los incas ya usaban el guano para enriquecer sus tierras. Su nombre, de hecho, proviene del quechua wánu, que significa abono. Pero lo que para ellos era parte de su tradición agrícola, para el resto del mundo se transformó en una obsesión. El fertilizante de los incas que enamoró a Europa Todo comenzó cuando el naturalista Alexander von Humboldt, en su viaje por Sudamérica a principios del siglo XIX, notó el increíble efecto que tenía el guano en la vegetación. En suelos áridos y castigados por el clima donde no debería exisitir la vida vegetal, las plantas crecían exuberantes gracias a su alto contenido de nitrógeno, fósforo y potasio. Muchos de los trabajadores eran culíes chinos sometidos a condiciones de semiesclavitud Cuando esta noticia llegó a Europa, donde los suelos estaban agotados y la agricultura luchaba por alimentar a una población en crecimiento, el guano se convirtió en oro. Las islas del Pacífico peruano eran la fuente más rica de este fertilizante. Millones de aves marinas, como pelícanos y cormoranes, habían depositado allí sus excrementos durante siglos. En el clima seco de la costa, estos se acumulaban sin ser arrastrados por la lluvia, formando capas de hasta 30 metros de espesor. Pronto, empresarios británicos, franceses y peruanos vieron la oportunidad de sus vidas y convirtieron la extracción del guano en un negocio multimillonario. Para 1870, el guano representaba el 80% de los ingresos fiscales de Perú. Picota, pala y polvo: la dura vida en las islas guaneras Pero la riqueza tenía su precio. Extraer guano era una tarea infernal, y los peruanos no querían hacerla. En 1854, el país había abolido la esclavitud, usando los ingresos del guano para indemnizar a los dueños de esclavos. Sin embargo, la demanda de mano de obra seguía siendo alta, y la solución fue traer culíes chinos bajo contratos engañosos. Muchos de ellos terminaron en condiciones de semiesclavitud, trabajando de sol a sol, respirando polvo tóxico y viviendo en barracones insalubres en las islas guaneras. Tierra, mar y... ¿guano para todos? La fiebre estadounidense El auge del guano también convirtió a Perú en el blanco de disputas internacionales. Uno de los países que se metió por medio fue España, que aún reclamaba deudas impagadas tras la independencia de sus colonias. Así, ocupó las islas Chincha en 1864. Esta acción desencadenó una guerra con Perú, Chile y Ecuador, que terminó con la retirada española en 1866.

El oro que olía mal - España ocupó las islas Chincha en 1864, desatando un conflicto con Perú y sus aliados; años después, la guerra del Pacífico llevó a Chile a apropiarse de los yacimientos de salitre, que desplazó a los excrementos como abono
¿Cómo fue la 'locura' de Felipe V? La realidad de lo que cuenta ‘La vida breve’
El sol abrasador caía sobre las islas Chincha mientras cientos de trabajadores, con la piel cubierta de polvo amarillento, excavaban sin descanso. Pico y pala en mano, arrancaban del suelo capas de excremento seco acumulado durante siglos.
El hedor era insoportable, pero lo peor era el polvo: una nube densa que se colaba en los pulmones y provocaba enfermedades. Era la década de 1850 y el guano, una sustancia fétida y valiosa, había convertido a Perú en una potencia económica.
Desde tiempos inmemoriales, los pueblos andinos conocían su secreto. Mucho antes de que los europeos pusieran los ojos en este fertilizante, los incas ya usaban el guano para enriquecer sus tierras. Su nombre, de hecho, proviene del quechua wánu, que significa abono. Pero lo que para ellos era parte de su tradición agrícola, para el resto del mundo se transformó en una obsesión.
El fertilizante de los incas que enamoró a Europa
Todo comenzó cuando el naturalista Alexander von Humboldt, en su viaje por Sudamérica a principios del siglo XIX, notó el increíble efecto que tenía el guano en la vegetación. En suelos áridos y castigados por el clima donde no debería exisitir la vida vegetal, las plantas crecían exuberantes gracias a su alto contenido de nitrógeno, fósforo y potasio.
Cuando esta noticia llegó a Europa, donde los suelos estaban agotados y la agricultura luchaba por alimentar a una población en crecimiento, el guano se convirtió en oro.
Las islas del Pacífico peruano eran la fuente más rica de este fertilizante. Millones de aves marinas, como pelícanos y cormoranes, habían depositado allí sus excrementos durante siglos. En el clima seco de la costa, estos se acumulaban sin ser arrastrados por la lluvia, formando capas de hasta 30 metros de espesor.
Pronto, empresarios británicos, franceses y peruanos vieron la oportunidad de sus vidas y convirtieron la extracción del guano en un negocio multimillonario. Para 1870, el guano representaba el 80% de los ingresos fiscales de Perú.
Picota, pala y polvo: la dura vida en las islas guaneras
Pero la riqueza tenía su precio. Extraer guano era una tarea infernal, y los peruanos no querían hacerla. En 1854, el país había abolido la esclavitud, usando los ingresos del guano para indemnizar a los dueños de esclavos.
Sin embargo, la demanda de mano de obra seguía siendo alta, y la solución fue traer culíes chinos bajo contratos engañosos. Muchos de ellos terminaron en condiciones de semiesclavitud, trabajando de sol a sol, respirando polvo tóxico y viviendo en barracones insalubres en las islas guaneras.
Tierra, mar y... ¿guano para todos? La fiebre estadounidense
El auge del guano también convirtió a Perú en el blanco de disputas internacionales. Uno de los países que se metió por medio fue España, que aún reclamaba deudas impagadas tras la independencia de sus colonias. Así, ocupó las islas Chincha en 1864. Esta acción desencadenó una guerra con Perú, Chile y Ecuador, que terminó con la retirada española en 1866.
Años después, en 1879, estalló la guerra del Pacífico. En esta ocasión, Chile derrotó a Perú y Bolivia, arrebatándoles los ricos yacimientos de salitre, un fertilizante que comenzaba a reemplazar al guano en el mercado internacional.
Estados Unidos, por su parte, también quiso su parte del negocio. En 1856 y antes de que todo eso ocurriera, el Congreso aprobó la Ley de las Islas Guaneras, que permitía a los ciudadanos estadounidenses tomar posesión de cualquier isla con depósitos de guano que no estuviera bajo control de otro país. Así comenzó su expansión en el Pacífico, apoderándose de territorios estratégicos como los atolones Midway y la isla Navassa.
Las aves vuelven al trono: el guano en tiempos modernos
Pero el tiempo del guano estaba contado. La explotación intensiva agotó los depósitos más ricos, y la llegada de fertilizantes sintéticos en el siglo XX terminó por desplazarlo. Cuando la fiebre del guano se extinguió, Perú se encontró sin su principal fuente de ingresos y sumido en una crisis económica.
Hoy, el guano sigue siendo un fertilizante valioso, aunque su extracción es más regulada. En las islas Chincha, la rutina de trabajo es muy distinta a la de hace 150 años.
Ahora, la explotación se hace de manera controlada para preservar a las aves que, sin saberlo, convirtieron a Perú en una potencia y, al mismo tiempo, en víctima de su propia riqueza.