A pocos minutos de Bariloche, construyeron su lugar ideal para retirarse activos y en paz

Los llevamos a conocer la casa con piel de chapa y alma de fuego que hicieron Marta Peirano y Pato García Susini, con espacio para nietos, historias nuevas y días repletos de creatividad.

May 11, 2025 - 06:14
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A pocos minutos de Bariloche, construyeron su lugar ideal para retirarse activos y en paz

“No te aburrís en el medio del campo?”, suelen preguntarle sus conocidos. La respuesta es siempre la misma: “¡No! ¡Estoy chocha! A nuestra edad muchos se encierran a pasar el día con la tele. Somos afortunados por habernos procurado esta vejez”. Nacida y criada en Bariloche, Marta Peirano fue una notable esquiadora, empresaria gastronómica (creó el mítico restaurante Kandahar) y apasionada de la decoración. “Amaba mi trabajo, pero un día me cansé. Son etapas. Había enviudado, ya era abuela, y decidí jubilarme. Entonces, comenzamos a construir acá con Pato, felices y en calma”. La planta curva brinda reparo ante los vientos patagónicos, que también determinan el diseño del jardín. “Nos dio mucho trabajo porque es un terreno seco; las únicas especies que prosperaron fueron coirones, cortaderas y algunas  lavandas

“Pato” es Rodolfo García Susini, un señor de bigote celeste que se transformó en su compañero, cómplice de aventuras y partenaire creativo en el proyecto del nuevo hogar. Amantes del trabajo artesanal, eligieron juntos maderas, aberturas y detalles pintorescos para cada ambiente. Incluso montaron un aserradero para cortar tablas y vigas sin alejarse de la obra, y revistieron paredes enteras con tejuelas de alerce que rescataron por ahí.

A 7km de Dina Huapi, la casa mira al lago y al cerro Leones. Inspirados en las antiguas viviendas del sur, Marta y Pato decidieron construirla en chapa, para minimizar el mantenimiento.

La galería se apoya sobre cuatro robustas columnas de alerce que obtuvieron cortando el mástil de uno de los primeros barcos de Pato. La puerta de entrada, de segunda mano, matiene su decapado original.

Como en la zona no hay servicios, sobrevivieron sin electricidad antes de lograr instalar paneles eólicos y solares. “Estuvimos un año entero con velas; fue una experiencia maravillosa: nos acostábamos y levantábamos con el sol”.

Va queriendo

Marta Peirano y Pato García Susini nos recibieron an su asombrosa casa en las afueras de Bariloche.

Aunque la casa ya se asemeja bastante a lo que imaginaron, siempre hay algo que arreglar o renovar. Es por eso que los días se reparten entre el taller, caminatas por la montaña, y afectos que aman compartir este proyecto de vida tan inspirador como atípico. “¡Recibimos muchas visitas! Vienen amigos y se quedan un tiempo. Ahora estoy fascinada con una motorhome que me compré: salgo con mis amigas, hijas o marido para cualquier lado”, nos cuenta Marta, feliz. Y el eco de su alegría viaja por los valles, como tratando de inspirar a otras Martas que sueñan un futuro entre artesanías, fueguitos y yuyos silvestres.

A la escalera caracol la encontró Pato en un anticuario de Chile. “Como se desarma, la cargó en la camioneta y se la trajo; estuvo mucho tiempo afuera hasta que encontró su lugar”.

La araña en hierro y cuero es obra de los dueños de casa.

“Me crié en el campo y me resulta familiar y acogedor este estilo: cueros, ponchos, maderas rústicas, objetos antiguos. Todos los que vienen se sienten a gusto en mi casita”.

Alfombra persa, sofá con almohadones tejidos, pieles locales, muebles heredados y tantísimos libros.

Junto a los libros, la bici con que recorren la zona. “Al principio, nos peleábamos: Pato quería usar un auto viejo de chimenea y me puse en contra… Con el tiempo, me dije: ‘Que cada uno haga en esta casa lo que quiera y sea feliz’.

El paisaje pintado sobre arpillera es de Mora Barber, hija de Marta. “Se había usado en Casa FOA. Cuando los sacó, no sabía qué hacer con él y se lo pedí”.

“Mi madre tejió esta manta con restos de lana. Cada cuadradito tiene un diseño distinto; ella decía esa variedad la ayudaba a ejercitar la mente”.

Sobre el mueble tallado, barcos realizadas por Pato, experimentado navegante. Las ventanas están vestidas con un un camino de mesa africano que Marta cortó en dos. Querubín de madera policromada, recuerdo de Brasil.

El mueble oriental tallado proviene de la célebre estancia El Cóndor, donde Marta nació y pasó su infancia.

Rituales cotidianos

“Con los años uno va heredando muebles, recuerdos, souvenirs de viajes que se suman y conviven en nuestros espacios. Además, Pato es muy creativo. Esta casa es la síntesis de nuestras vidas“, refleziona Marta. ”En la cocina hicimos las paredes con placas pintadas que atenúan la temperatura de las chapas externas e hicimos el bajomesada en lenga". Cacharros de cobre y enseres cotidianos completan la identidad frugal de este rincón de la casa, donde se cuela el paisaje de los cerros.

“Desde la casa veo los álamos plateados y, abajo, a la orilla del río Ñirihuau, los sauces cuando se ponen colorados. Salimos en bicicleta o de caminata hasta un pinar que se llena de hongos: amo cosecharlos y preparar algo rico. Todos los días son distintos”.

La cocina a leña fue diseñada por Pato, aprovechando los restos del acero naval que utilizó para construir su propio barco. “Le dije que quería una bien amplia, para no estar metiéndole palitos todo el día. Les ponemos unos troncos enormes que, además de su uso en la cocina, sirven para calentar la casa”.

“Somos como somos gracias a nuestros rituales cotidianos. La meditación uno de ellos: no cuesta nada, ¡y es tan importante! Encendemos una velita y nos sentamos un rato en silencio”.

La vieja silla de hospital en verde menta inspiró el tono de la puerta doble que conduce al lavadero. La antigua tetera enlozada, otro recuerdo de la mamá de Marta.

“Aunque ahora estoy terminando la casa de una amiga, de la decoración me retiré. No me siento identificada con lo que se usa hoy, todo gris y homogéneo. No podría vivir así, me gustan los colores, la mezcla… La vida misma”.

El famoso taller

El taller ocupa un lugar destacado dentro de la casa, donde la pareja despunta sus multifacéticas habilidades manuales. “Hemos hecho lámparas, muñequitos esquiadores en madera, pajaritos para regalar… Ahora estoy con unos recipientes para poner el jabón. Se nos da mucho por lo artesanal, disfrutamos sus procesos”, comparte Marta.Pato Susini, en pleno trabajo de la madera.

En el taller conviven alambres, pinturas, libros de Derecho y hasta un casco de buceo, símbolos de las diversas pasiones de Pato a lo largo de su historia. “En los meses de frío, encendemos la salamandra del taller y nos instalamos a hacer cosas; hasta cocinamos ahí. Por suerte, no nos aburrimos nunca”.

Siempre exteriores

En el invernadero cultivan aromáticas, tomates, puerro y hasta frambuesas. “¡En invierno se congela todo! Hay que sacarles el agua, taparlas, envolverlas… Siempre tenemos algo para hacer”.

“El verano con las flores, el invierno con la nieve, el otoño con su paleta cambiante. Me encantan los cambios; no me gusta que todo sea siempre igual”, confiesa Marta. Tener presente que la vida es un constante devenir.