A pocos minutos de Bariloche, construyeron su lugar ideal para retirarse activos y en paz
Los llevamos a conocer la casa con piel de chapa y alma de fuego que hicieron Marta Peirano y Pato García Susini, con espacio para nietos, historias nuevas y días repletos de creatividad.

“No te aburrís en el medio del campo?”, suelen preguntarle sus conocidos. La respuesta es siempre la misma: “¡No! ¡Estoy chocha! A nuestra edad muchos se encierran a pasar el día con la tele. Somos afortunados por habernos procurado esta vejez”. Nacida y criada en Bariloche, Marta Peirano fue una notable esquiadora, empresaria gastronómica (creó el mítico restaurante Kandahar) y apasionada de la decoración. “Amaba mi trabajo, pero un día me cansé. Son etapas. Había enviudado, ya era abuela, y decidí jubilarme. Entonces, comenzamos a construir acá con Pato, felices y en calma”.
“Pato” es Rodolfo García Susini, un señor de bigote celeste que se transformó en su compañero, cómplice de aventuras y partenaire creativo en el proyecto del nuevo hogar. Amantes del trabajo artesanal, eligieron juntos maderas, aberturas y detalles pintorescos para cada ambiente. Incluso montaron un aserradero para cortar tablas y vigas sin alejarse de la obra, y revistieron paredes enteras con tejuelas de alerce que rescataron por ahí.
A 7km de Dina Huapi, la casa mira al lago y al cerro Leones. Inspirados en las antiguas viviendas del sur, Marta y Pato decidieron construirla en chapa, para minimizar el mantenimiento.

Como en la zona no hay servicios, sobrevivieron sin electricidad antes de lograr instalar paneles eólicos y solares. “Estuvimos un año entero con velas; fue una experiencia maravillosa: nos acostábamos y levantábamos con el sol”.
Va queriendo

Aunque la casa ya se asemeja bastante a lo que imaginaron, siempre hay algo que arreglar o renovar. Es por eso que los días se reparten entre el taller, caminatas por la montaña, y afectos que aman compartir este proyecto de vida tan inspirador como atípico. “¡Recibimos muchas visitas! Vienen amigos y se quedan un tiempo. Ahora estoy fascinada con una motorhome que me compré: salgo con mis amigas, hijas o marido para cualquier lado”, nos cuenta Marta, feliz. Y el eco de su alegría viaja por los valles, como tratando de inspirar a otras Martas que sueñan un futuro entre artesanías, fueguitos y yuyos silvestres.
A la escalera caracol la encontró Pato en un anticuario de Chile. “Como se desarma, la cargó en la camioneta y se la trajo; estuvo mucho tiempo afuera hasta que encontró su lugar”.

“Me crié en el campo y me resulta familiar y acogedor este estilo: cueros, ponchos, maderas rústicas, objetos antiguos. Todos los que vienen se sienten a gusto en mi casita”.

Junto a los libros, la bici con que recorren la zona. “Al principio, nos peleábamos: Pato quería usar un auto viejo de chimenea y me puse en contra… Con el tiempo, me dije: ‘Que cada uno haga en esta casa lo que quiera y sea feliz’.

“Mi madre tejió esta manta con restos de lana. Cada cuadradito tiene un diseño distinto; ella decía esa variedad la ayudaba a ejercitar la mente”.

El mueble oriental tallado proviene de la célebre estancia El Cóndor, donde Marta nació y pasó su infancia.
Rituales cotidianos
“Con los años uno va heredando muebles, recuerdos, souvenirs de viajes que se suman y conviven en nuestros espacios. Además, Pato es muy creativo. Esta casa es la síntesis de nuestras vidas“, refleziona Marta. ”En la cocina hicimos las paredes con placas pintadas que atenúan la temperatura de las chapas externas e hicimos el bajomesada en lenga".
“Desde la casa veo los álamos plateados y, abajo, a la orilla del río Ñirihuau, los sauces cuando se ponen colorados. Salimos en bicicleta o de caminata hasta un pinar que se llena de hongos: amo cosecharlos y preparar algo rico. Todos los días son distintos”.

La cocina a leña fue diseñada por Pato, aprovechando los restos del acero naval que utilizó para construir su propio barco. “Le dije que quería una bien amplia, para no estar metiéndole palitos todo el día. Les ponemos unos troncos enormes que, además de su uso en la cocina, sirven para calentar la casa”.
“Somos como somos gracias a nuestros rituales cotidianos. La meditación uno de ellos: no cuesta nada, ¡y es tan importante! Encendemos una velita y nos sentamos un rato en silencio”.

“Aunque ahora estoy terminando la casa de una amiga, de la decoración me retiré. No me siento identificada con lo que se usa hoy, todo gris y homogéneo. No podría vivir así, me gustan los colores, la mezcla… La vida misma”.
El famoso taller
El taller ocupa un lugar destacado dentro de la casa, donde la pareja despunta sus multifacéticas habilidades manuales. “Hemos hecho lámparas, muñequitos esquiadores en madera, pajaritos para regalar… Ahora estoy con unos recipientes para poner el jabón. Se nos da mucho por lo artesanal, disfrutamos sus procesos”, comparte Marta.
En el taller conviven alambres, pinturas, libros de Derecho y hasta un casco de buceo, símbolos de las diversas pasiones de Pato a lo largo de su historia.
Siempre exteriores

“El verano con las flores, el invierno con la nieve, el otoño con su paleta cambiante. Me encantan los cambios; no me gusta que todo sea siempre igual”, confiesa Marta. Tener presente que la vida es un constante devenir.
